Cómo está el patio (y van tres)


Lo he dicho y lo repito: con el elenco de diputados que seguramente saldrán elegidos bajo el paraguas de la antigua Convergència, tendremos tardes de gloria. La última nota para el disparate la ha dado un sacerdote católico que forma parte de la lista electoral.

El caballero va y suelta en público que hay que rezar por los pobres. ¿Será ése el programa social de la antigua Convergència? Antes lo era, pero me esperaba algo más. 

Hay que rezar por los pobres, prosiguió el sacerdote, para que Dios los ilumine y abran los ojos (sic) y vean que votar por el president y la independencia es lo justo y bueno (sic) y que obrar de otro modo es malo (sic). No dijo que es pecado, porque es un cura moderno (ejem). 

Llegados a este punto, se dirigió a los pobres en lengua española, para que me entiendan, dijo. Les pidió de nuevo que votaran al bien y dejaran de lado el mal y se quedó tan satisfecho de haberles soltado el sermón. Amén.

No sé si saben que católico significa universal; es decir, un católico no entiende de naciones o clases sociales y su mensaje y sus acciones se dirigen a todos por igual. En teoría. Pero este personaje, ¿católico? ¡Vamos! ¡Anda ya! 

El tipo deja ir un discurso clasista, porque cree que los pobres, por ser pobres, no disfrutan del raciocinio y no son capaces de vislumbrar la verdad verdadera por su cuenta y riesgo. Es lo que tiene ser pobre, y quizá sean pobres precisamente por su estulticia, nos da a entender. Implícitamente, también señala que nosotros (los que le votan a él) no somos pobres, y en eso tiene razón, porque la renta media del votante de su partido es sólo superada por los votantes de la CUP y pasa de los 2.500 euros al mes (a los datos del CEO me remito).

Es también un discurso supremacista, porque el pobre del candidato es un pobre polisémico, pobre en recursos económicos y pobre por desgraciado e infeliz, pues pobre es, infeliz, quien no conoce la verdad (que es la que yo tengo por cierta, qué casualidad, aunque no esté basada en evidencias, sino en una revelación o una creencia acorde con mis deseos). Lo que vale para un sermón no vale para la política, donde esta consideración es éticamente repugnante y contraria al espíritu de la democracia, por no decir contraria al sentido común. Por cierto, es también excluyente, o si quieren racista, porque habla desde un nosotros, catalán de verdad, hacia un ellos, español, y subraya la diferencia hablando en español para que me entiendan (y no tengan excusa). 

Etcétera. Desgraciadamente, el discurso del cura es el pan nuestro de cada día del bando místico-nacional, formado por tanta gente de misa en un país que (curiosamente) no pisa las iglesias. Cuando la política se confunde con la religión y la razón es atropellada por el sentimiento, no suele aflorar lo mejor de cada casa, sino aquello que tendría que avergonzarnos. Sobran los ejemplos de antes y ahora, de aquí y de allá. El problema catalán (en general, el auge de una extrema derecha populista en Occidente) tiene dimensiones políticas serias porque arrastra a dos millones de creyentes, pero me da que es un problema con una sólida base patológica. Sé que está feo decirlo, pero a la vista de los hechos, la conclusión es inevitable.

Así está el patio.

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