Propuesta utópica


Leí no hace mucho las reflexiones de unos politólogos sobre la importancia de las ciudades (mejor dicho, de las conurbaciones urbanas) en el mundo que viene y dejaron ir un dato interesante, que traslado para que el público lector piense y decida por su cuenta. 

Contaban los escritores que en los países más avanzados de Europa, el gasto público se divide, aproximadamente, de la siguiente manera:

Un 40% corre a cargo del gobierno del Estado.
Un 20% (normalmente, menos), a cargo del gobierno regional, cuya principal ocupación es proveer de servicios a las poblaciones que no pueden proveerselos por sí solas, aparte de invertir en asuntos que atañen a más de un municipio o de encargarse de la recaudación de impuestos.
El 40% restante lo gastan directamente las ciudades y municipios, que tienen grandes responsabilidades en áreas como la protección social, la educación, la sanidad pública, etc.

Se trata, pues, de una administración pública muy descentralizada y próxima al ciudadano, que da poder a las ciudades, que son las principales dinamizadoras económicas, sociales y culturales del país. Y más que lo serán en el futuro.

En cambio, en España (y Cataluña no es una excepción), el gasto público que depende de las ciudades es de apenas un 15%. El resto se reparte a partes más o menos iguales entre el Estado y las Comunidades Autónomas. Con un agravante, que no existe una fórmula de reparto fija y no discrecional, quizá el principal problema del sistema autonómico, que no es corresponsable del gasto público, o no demasiado.

Esto tiene consecuencias. Pongamos a Barcelona y su área metropolitana como ejemplo. En esta área se reúnen dos tercios del total de la población de Cataluña, que generan más de un 80% (a veces, casi un 90%) del PIB catalán. Podemos decir, sin exagerar, que Cataluña es Barcelona y alrededores, y que existe un gran contraste entre esa Barcelona y el resto, político, cultural y social. Es lo de siempre: la ciudad y el campo, liberales y carlistas, etc., en versión contemporánea.

Además, la Generalidad de Cataluña no ha invertido nunca (nunca) más de dos tercios de su presupuesto en esta área metropolitana, mientras recibe del Estado una inversión más o menos a la par. Si el poder presupuestario (y político) de Barcelona y su área de influencia fuera como el de una ciudad equiparable en Alemania, otro gallo cantaría (o hubiera cantado).

Como nos esperan años de volver a empezar y pensar qué queremos, seriamente, esta vez, quizá convenga darle vueltas a este asunto. Sé que caerá en saco roto y que suena a propuesta utópica, pero ¿es tan mala idea?

No hay comentarios:

Publicar un comentario