La Santa Catalina de Caravaggio (Los tableauxs vivants)


La tradición de los tableauxs vivants (que podría traducirse como retablos vivientes) se remonta a los autos sacramentales medievales. Francisco de Asís fue uno de sus impulsores, empleándolos para dar a conocer, en manifestaciones populares, la Historia Sagrada y los relatos de los Evangelios. Esos espectáculos se fueron alejando de los círculos más cultos y refinados, pero a finales del siglo XVI habían regresado a los salones cortesanos. Esta vez, la temática se había ampliado, yendo de lo sagrado a lo profano, y se sumaban las escenas de la mitología pagana a las vidas de santos o representaciones de la Pasión de Cristo, por poner algún ejemplo.

Si bien su origen fuera probablemente italiano, ese arte se había refinado en la corte del rey de Francia (de ahí el nombre de tableaux vivant) y ahora regresaba a Italia de la mano de quienes querían contrarrestar la influencia cultural de la corte española en Roma. En pocas palabras, el cardenal del Monte, mecenas de Caravaggio, tuvo mucho que ver con su puesta de largo en Italia.

En un tableaux vivant se reunían todas las artes. La obra de arte total de Wagner, pues, no es ninguna novedad y es más vieja que el hambre. Quiero decir con eso que no se limitaba a reproducir una o varias escenas teatrales (en la que los actores permanecían en posición estática, como los personajes de un retablo, y de ahí su nombre), sino que se sumaban otras artes a la fiesta. 

De entrada, la música, pues la escena solía venir acompañada de composiciones musicales para uno o varios instrumentos. También, de recitales de poesía, que muchas veces solían cantarse con el auxilio de la orquesta de cámara que he dicho. La pintura tenía también algo que decir. La misma disposición escénica, que reproducía una escena bíblica o mitológica, era fruto de una composición de masas, volúmenes, colores, como si de un lienzo se tratase. Pero también estaba la misma escenografía que envolvía a los actores. Las más de las veces, además de recurrir a elementos de decoración (tapices, cortinas, muebles), el pintor de la corte reproducía un paisaje que servía de fondo a la representación y no eran pocas las veces que un lienzo tenía un papel protagonista en el escenario.

Cuando Caravaggio se fue a vivir al palacio Madama, los tableauxs vivants del cardenal del Monte eran celebrados en los palacios de toda Roma, y considerados todo un acontecimiento en la vida cultural y social de la Ciudad. De la Ciudad culta. El pueblo llano vivía ajeno a ellos y se contentaba con los populares actos sacramentales. Caravaggio se vio muy pronto implicado en estos pequeños acontecimientos de la más refinada y exquisita cultura del momento.

Il suonatore di liuto, de Caravaggio.
Hay quien afirma que el músico es Montoya, el castrato del palacio Madama.
La partitura y los instrumentos proceden de las colecciones del cardenal del Monte y de Vincenzo Giustiniani, a las que Caravaggio tenía acceso. El pintor, además, sabía leer e interpretar música.

El cardenal del Monte era una persona austera pensando en sí mismo: comía frugalmente, vestía sin grandes adornos, calzaba siempre (a decir de los cronistas) un par de viejos zapatos, pudiendo, como cardenal y príncipe de la Iglesia que era, vivir con gran lujo sin que nadie se lo hubiera echado en cara. Pero toda esa austeridad se iba a tomar viento cuando el cardenal se dedicaba a la ciencia o al arte. Era protector de matemáticos, físicos, poetas, artistas... y se codeaba con todos ellos. Su biblioteca era inmensa y muy bien dotada. Aprovechaba su influyente posición para disponer incluso de obras prohibidas por el Index Librorum (un pecado compartido por algunos de sus amigos, con quienes intercambiaba libros). En su corte vivía el gran Montoya, un castrato español que pasaba por ser el mejor cantante del momento, y su colección de instrumentos musicales era la envidia del barrio. ¡Qué decir de la pintura y las obras de arte! Su colección de pinturas y esculturas podría ser hoy comparable a la de los mejores museos de Europa.

Lo que merece la pena destacar es que el cardenal del Monte era el faro del mundillo cultural romano. Era el coleccionista que marcaba tendencia. Su gusto (siempre exquisito) era la referencia de cualquier aficionado a la pintura, la escultura, la poesía o la música de Roma, y conocía de primera mano el ambiente artístico de Florencia, Venecia y Lombardía. Recibía visitas frecuentes de personajes influyentes (en el ámbito político, pero también en el artístico) de Francia, Flandes y Alemania, sabía del quehacer de los turcos y conocía al dedillo las tendencias de moda en la corte española, que él, por su parte, combatía ofreciendo entretenimientos y obras de arte de mayor enjundia. El arte y la política iban de la mano, quizá más que nunca, en aquella Roma agitada y revuelta.

El cardenal del Monte tenía fama de piadoso y veneraba con especial devoción a Santa Catalina de Alejandría. Así que no se lo pensó dos veces y organizó un tableaux vivant que narraría la vida y milagros de la santa. Caravaggio, a las órdenes del cardenal, tuvo un papel protagonista en aquella representación, que haría historia.

Milesi, el poeta (y amigo personal de Caravaggio), compuso unos gozos a Santa Catalina de Alejandría. Pedro Montoya, el castrato del palacio Madama, cantaría acompañado por un grupo de músicos entre los que se encontraba el cardenal del Monte y su adversario político (a la vez que amigo) el cardenal Odoardo Farnese, que acompañarían con sus laúdes y guitarras el recitar de poetas y cantantes. Los tableauxs vivants del cardenal del Monte, como se ve, exigían la participación y la colaboración del público, que se entregaba a ello con devoción.

Caravaggio se encargaría de la escenografía y hacía las veces de director artístico. Su propuesta fue, simplemente, revolucionaria. Lo nunca visto.

Entre las propiedades de Caravaggio destaca el espejo que aparece en Marta y María Magdalena (que son, a su vez, Anna Bianchini, llamada Annuccia, y Filis Melandroni, que haría las veces de Santa Catalina). Quizá se valiera de este espejo en el tableaux vivant que nos ocupa.

Caravaggio había estudiado tratados de óptica y perspectiva en la biblioteca de su mecenas y sorprendió a todos los presentes con un escenario completamente a oscuras, en el que no se veía nada. De repente, a la señal, mientras Montoya comenzaba a recitar una cantiga y Caravaggio descorría una cortina (o algo parecido) y con la ayuda de uno o varios espejos concentraba la luz en un lugar del escenario.

¡Oh, maravilla! Allá donde todo era oscuridad, mientras la música se alzaba sublime, se iluminaba la figura de Santa Catalina, bellísima. Destacaba con luz propia sobre un fondo oscuro. Caravaggio, en vez de pintar una escenografía, un decorado, había conseguido un efecto sorprendente con un juego de luces y sombras. La luz recreaba la escena, que se plasmaba sobre un fondo negro. Una bella modelo hacía las veces de Santa Catalina y más de uno se sorprendió en reconocerla. Era Filis (o Fillide) Melandroni, una cortesana por la que un noble florentino, Giulio Strozzi, sentía una especial predilección. En el siguiente apunte hablaremos de ella.

Hoy estamos acostumbrados a un escenario vacío que sirve de marco a la figura protagonista, sea en el teatro, en la ópera o en el cinematógrafo. Pero en Roma, en 1597, la idea de Caravaggio dejó a todos sin habla. ¡Nunca se había visto nada parecido! ¡Qué osadía! Se quedaron todos sin habla y me atrevo a decir que hasta la música enmudeció un segundo, antes de proseguir con el recitativo.

El cardenal del Monte fue el primer sorprendido. Cierto que había dado carta blanca a Caravaggio, pero creía que emplearía su arte en una escenografía convencional. En cambio, empleo ese juego de luces y sombras y un atrezzo mínimo, simbólico. Construyó un mundo entero con poquísimos elementos y fue ahí, ahí mismo, donde su pintura se mostró tal y como se proponía ser. 

(Ahora, cuando vayan al teatro, descubran una escena oscura, la luz directa sobre el actor, y luego vean como el director de escena presume de una escenografía moderna, permítanse una sonrisa irónica y un silencio suficiente. ¡Moderna...! ¡Todo está inventado!)

El lienzo de Santa Catalina de Alejandría de Caravaggio es un encargo del cardenal del Monte posterior a la representación del tableaux vivant que he reconstruido aquí (mezclando ficción y realidad). Es, podríamos llamarla así, un recuerdo de aquel momento. La obra se comprende y valora mejor si uno es consciente de lo que representa, y representa no sólo la iconografía de la santa, sino también un suceso profano en los salones del palacio Madama. Lo que vemos en el lienzo es lo que vieron los invitados del cardenal del Monte (y el propio del Monte) tan pronto se hizo la luz en una sala a oscuras. Vieron eso y nada más que eso mientras el castrado Montoya recitaba a Milesi o interpretaba una cantiga de Monteverdi. Me hubiera gustado ver la cara que pusieron todos, la que pongo yo, seguramente, cuando me planto ante este maravilloso lienzo.

Finalmente, una nota: No se pierdan este maravilloso vídeo sobre tableauxs vivants basados en la obra de Caravaggio, representados en el Museo Diocesano de Nápoles. Entenderán mucho mejor todo cuanto pueda haber dicho.


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