La Santa Catalina de Caravaggio (El lienzo)


Vamos, por fin, a examinar el lienzo de la Santa Catalina de Alejandría de Caravaggio. Vuelvo a reproducir la obra, empleando la imagen electrónica que proporciona el museo mientras no sea con fines comerciales. Los detalles de la imagen se han extraído de otras imágenes disponibles públicamente en internet.

Michelangelo Merisi, conocido como Caravaggio. 
Santa Catalina de Alejandría, c. 1598 
© Fundación Colección Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Primera lectura del cuadro: Salta a la vista que la imagen representa a Santa Catalina de Alejandría. Es fiel a la iconografía de la santa y ahí están todos los elementos. Se apoya en la rueda, en la que se ven unos pinchos. Lleva en la mano una espada. Viste ropa elegante, propia de una persona de condición (recordemos que Catalina presumía de buena familia, si no de familia real). Se arrodilla sobre un cojín de terciopelo rojo donde está depositada una palma. A buen entendedor, pocas palabras: es la palma del martirio. Además, la mujer que aparece en el lienzo es joven y bella, como corresponde a la santa alejandrina. 

En este primer nivel de lectura del lienzo, pues, Caravaggio ha satisfecho el encargo del cardenal del Monte. Éste, devoto de Santa Catalina, quería que Caravaggio la pintara para su colección particular.

Caravaggio emplea una rueda rota como atrezzo, a la que pinta dos pinchos para que se vea que es la rueda del martirio. La encontraría en la calle, o en las cuadras del palacio Madama.

Vayamos un poco más allá. Caravaggio emplea muy pocos elementos escenográficos: una rueda (rota) a a que ha pintado un par de pinchos, para que no se diga; un almohadón de terciopelo rojo, que imagino prestado de algún asiento del palacio Madama; la palma del martirio; la espada. El suelo desnudo y el fondo oscuro, de un color pardo tirando a negro, que quizá represente un lienzo o una cortina, priva de todo paisaje. Toda la imagen se centra en una mujer arrodillada, apoyada a medias en la rueda, sosteniendo, acariciando, la espada contra sí. La figura está inclinada hacia la izquierda del espectador, formando una diagonal que podría parecer inquietante, que la larga espada subraya. La palma, que sube de izquierda a derecha, hace de contrapunto y equilibra un poco el conjunto. 

En el rostro es donde mejor se aprecia el foco luminoso.
La mujer es Filis Melandroni, entonces una joven de dieciocho años.

La luz proviene de la derecha y resalta la cara y el pecho de la santa, que brilla con luz propia sobre el fondo oscuro. Como Caravaggio prefería iluminar por la izquierda o empleando varios focos luminosos, se dice que el cuadro se exponía en un lugar iluminado por una ventana a la derecha del cuadro. Algo parecido sucede en La conversión de San Mateo, en la capilla Contarelli. 

La camisa de la santa, de blanco de plomo, ocupa el centro del cuadro, ligeramente elevado. Aunque la carga está descompensanda (la rueda a la izquierda, la santa apoyándose sobre ella...), esa luz empuja a mirar hacia el centro. En comparación, la cara está aproximándose a la sombra. Esta lucha de equilibrios provoca cierto interés y una cierta desazón.

Sabemos que el cardenal del Monte encargó el cuadro después de un tableaux vivant dedicado a la santa, en su palacio. Afirmo que el lienzo no representa tanto una Santa Catalina canónica como la Santa Catalina que se representó en un tableaux vivant aquel lejano 1598. Como un recuerdo de una gran representación, quizá. Es decir, a medida que profundizamos en la lectura descubrimos que no es una representación solamente, sino la representación de una representación. Comienza el juego, y no acaba.

Aunque se diga que son Marta y María Magdalena, son Annuccia y Filis. 
Annuccia ya había posado para dos o tres lienzos de Caravaggio.
Éste parece ser el primer posado de Filis para el pintor.

¡Y vaya juego! Comencemos por la santa, que no es tan santa. Es Filis (o Fillide) Melandroni. Es una cortesana, por no decir una puta de Roma. Su madre vendió (y cobró) su virginidad cuando la muchacha tenía catorce años. A partir de aquel entonces, sería una mujer de armas tomar. Su ficha policial no está libre de incidentes violentos. Filis, cuchillo en mano, no dudaba en marcarle la cara a una mujer por meterse con ella o con su negocio. Amiga íntima de Anna Bianchini, Annuccia, tendrá un golpe de suerte cuando Caravaggio, aficionado al bebercio y al puterío, contrata a su amiga como modelo. Annuccia, pelirroja, será María cuidando del Niño en su exilio hacia Egipto, será una llorosa María Magdalena (en solitario, o lamentándose después en la Muerte de la Virgen)... y compartirá protagonismo con Filis. 

Filis entra en el palacio Madama de la mano de Caravaggio, o quizá se convierte en modelo de Caravaggio cuando entra en el palacio Madama por sus propios medios. Porque la situación es la siguiente: un noble florentino, de rancio abolengo, Giulio Strozzi, se enamora de Filis y le va detrás. Filis aprovecha la ocasión para progresar socialmente, ganar dinero, conocer gente... Más adelante, Giulio y Filis podrían haberse casado en secreto, lo que equivale a decir exactamente que Filis se convierte en la única y exclusiva amante del florentino, no en su mujer legalmente o ante la Iglesia. Sacará un enorme rédito de esta unión, mientras el joven Strozzi no sacará más que cuernos de esa unión. Cuando Filis muera, a los 39 años, habrá hecho fortuna y vivido con holgura de medios. Es un caso raro entre las cortesanas de Roma.

Filis sujeta la espada de Caravaggio, con la que años después cometería homicidio.
Puede apreciarse una deformación en la articulación del dedo anular de la mano izquierda, posiblemente debida a una rotura mal soldada, un defecto que también se aprecia en otros lienzos. La espada es una espada ropera milanesa, de hoja larga (a la española, como era la moda entonces). Fíjense con qué cariño acaricia la santa el instrumento del martirio, o con qué cariño Filis acaricia la espada del pintor, que viene a ser lo mismo.

Siete u ocho años después de pintar este cuadro, Caravaggio matará con su espada (esa misma espada que Filis acaricia en el lienzo) a Ranuccio Tommassoni. En esta muerte se cuentan varios factores, como las peleas entre bandas (los Tommassoni eran del bando español y la banda de Caravaggio y Longhi, del francés), los líos de putas (parece ser que los Tommassoni ejercían el proxenetismo) y muy seguramente Filis, que podría haber acudido a Caravaggio para vengarse de Ranuccio, para meter cizaña, para protegerse de los Tomassoni... Quién sabe. En cualquier caso, Filis y Caravaggio permanecerán unidos en las fichas policiales, en las tabernas y palacios de Roma y quien sabe si fueron amantes en algún momento. Nada puede asegurarse.

La punta de la espada manchada de sangre se cruza con la palma del martirio.
¿Es sangre o un reflejo del almohadón de terciopelo rojo?
Otra vez el juego entre la representación y lo representado.

Yo diría que sí que fueron amantes, y el porqué está en este cuadro. Fíjense con que sensualidad acaricia Filis la espada de Caravaggio, y no hay que ir muy lejos para saber que la espada que penetra la carne (véase manchada de sangre en la punta) es una metáfora de la penetración en el acto sexual. Lo sé yo y lo sabían en el Cinquecento. 

El cardenal del Monte y los que podían permitirse el lujo de admirar su colección sabían quién era Filis Melandroni y reconocían la ropa con que viste en el cuadro por ser la que utilizaba cuando ejercía de cortesana del séquito del señorito Strozzi. El cuadro, pues, muestra a una prostituta con intenciones seductoras, vestida con sus mejores galas, mirando a la cara de un espectador (masculino) que asiste estupefacto a esta proposición.

Pero... No podemos quedarnos ahí. Porque Caravaggio va más allá y es ahora, cuando sabemos que la imagen es la imagen de una imagen, que la santa no es tan santa, que la espada no es precisamente el instrumento del martirio... Es ahora cuando, oh, maravilla, volvemos a componer la imagen iconográfica de Santa Catalina de Alejandría con tan pocos y simples elementos, y descubrimos que es mucho más grande que las imágenes convencionales. No pinta a una reina, virgen y mártir, ni una escenografía histórica y grandilocuente, sino a una cortesana que se hace pasar por la santa en un escenario vacío... y ¿saben qué? ¡No importa! Es más Santa Catalina ahora que antes. Es más próxima y más sublime que una iconografía convencional. En este juego de lecturas y apariencias se amaga la genialidad del cuadro.

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