El incendio de la torre antiaérea de Friedrichshain (y IV)


En este caso, algunos detalles sobre el incendio de la torre L de Friedrichshain dan en qué pensar. Cierto que el incendio fue, casi con total seguridad, no premeditado, pero...

El 5 de mayo de 1945, la torre seguía intacta. Al día siguiente, el fuego ya había arrasado la Leitturm Friedrichshain. Días después, hubo más incendios menores. No puede asegurarse exactamente cuántos, ni siquiera cuándo, arrasaron la torre. 

La literatura oficial soviética acusó a los conservadores del Kaiser Friedrich Museum de haberlos provocado, y los conservadores del Kaiser Friedrich Museum han acusado directamente a la soldadesca soviética. El profesor Kümmel, director de los museos de Prusia durante la Segunda Guerra Mundial, acusó a los nazis, aunque es posible que lo hiciera para sacarse las pulgas de encima en un proceso de desnacificación. Kümmel fue uno de los artífices del saqueo sistemático de los bienes culturales europeos que llevaron a cabo los nazis y trabajó muy a gusto con ellos hasta que perdieron la guerra. Es un testimonio del que no puede fiarse uno.

Howard, un oficial de la MFAA en Berlín, visitó varias veces la torre de Friedrichshain y dejó por escrito que es imposible sacar nada en claro en medio de tanta confusión. Norris, otro oficial de la MFAA y luego investigador del desastre, tampoco se atreve a decir quién fue o qué pasó.

La torre L de Humboldthain, idéntica a la de Friedrichshain.
Observen, en el tejado, a la izquierda, el radar (un Rheinland A, quizá) y un telémetro, a la derecha (seguramente, un Kommandogerät 40).

Dado todo por perdido, la torre fue abandonada a su suerte. Quedó bajo administración soviética en verano de 1945, aunque los americanos siguieron visitando la torre hasta bien entrado otoño. A decir de todos ellos, la encontraron siempre sin guardia y nunca tuvieron problemas para entrar o salir de ella. No fueron pocos los que aprovecharon estas visitas para llevarse algunas algunas antigüedades consigo, recogidas entre las cenizas. Desde entonces, a lo largo de todos estos años, algunas han sido devueltas a las autoridades alemanas. Otras, no.

A finales de junio de 1945, llegó a Berlin un personaje ilustre, que tendría en adelante una estrecha relación con los depósitos de Friedrichshain. Venía recomendado por Lázarev, del Comité de las Artes, y era historiador, arqueólogo y profesor de la Universidad Estatal de Moscú. Me refiero a Vladimir Blavatsky, de ahora en adelante teniente coronel y responsable ante el Comité de las Artes de los depósitos de Friedrichshain.

Blavatsky inspeccionó el interior de la torre a principios de julio de 1945, acompañado por el restaurador Ivánov-Júronov y unos cuantos zapadores. Todavía entonces se creía que los alemanes habían minado los ocho sótanos del búnker y ésa era una de las razones que hacían que los rusos no se acercaran demasiado.

Blavatsky hizo de la torre antiaérea un símil de yacimiento arqueológico y seis meses más tarde inició las excavaciones. Resultó que pudo rescatar muchos vasos y esculturas, que fueron a parar todas al Museo Pushkin, en Moscú, y todavía siguen allí. Pero ¿qué rescató? No se sabe a ciencia cierta. Los inventarios, informes y catálogos que redactaron los rusos se perdieron en las estufas del museo Pushkin, porque el invierno en Rusia es muy frío. A nadie le interesaban esos viejos papeles. No se conservan más que catálogos parciales de las excavaciones en Friedrichshain.

Mientras tanto, aparece un personaje misterioso en la escena del crimen, vamos a llamarla así. Hablo del llamado conde Kamensky, un personaje singular que tenía un comerció de antigüedades en el número 3 de Teltower Damm, en la zona administrada por los soviéticos. Contaba con un permiso especial del Ministerio Soviético de Comercio Exterior y anunciaba en toda la ciudad que compraba a buen precio toda clase de objetos artísticos. Los oficiales de la MFAA aliada sospechaban que trabajaba para SMERSH, el servicio ruso de espionaje. 

La cuestión es que en febrero de 1946, un experto alemán en pintura barroca, el doctor Winkler, realizó unas tasaciones para el conde Kamensky y recibió como pago un lienzo. Qué sorpresa la del doctor Winkler al comprobar que ese lienzo pertenecía a la colección del Kaiser Friedrich Museum. Según la versión oficial, tenía que haberse perdido en el incendio de Friedrichshain, aunque, no parecía calcinado.

El doctor Winkler denunció el caso a los americanos y éstos se presentaron en las oficinas del conde Kamensky. El conde se hizo el tonto. Afirmó que había pagado veinticinco mil marcos por el cuadro a un oficial ruso, el capitán Evdómikov. No hubo manera de dar con el capitán Evdómikov. La MFAA denunció el caso a la Comandancia de Berlín. Poco después, Kamensky desapareció y no se ha vuelto a saber de él nunca más.

La torre G de Friedrichshain nunca pudo ser completamente derruida. Hoy yace sepultada bajo tonelaas de cascotes en un parque berlinés. En la fotografía puede apreciarse un trenecito que, cargado con cascotes, comenzará a formar la colina que es hoy. 

A mediados de 1946, los rusos volaron la torre. Utilizaron veinticinco toneladas de dinamita para echarla abajo. Después de la terrible explosión, la torre seguía en pie y se vieron obligados a dinamitarla de nuevo. Luego sepultaron los restos de la torre bajo miles de toneladas de cascotes que habían retirado de las calles de Berlín y cubrieron de tierra esa montaña, que hoy es el Volkspark Friedrichshain, un parque donde crecen los árboles y juegan los niños.

Finalmente, en agosto de 1946 degradaron al coronel Voloshin, que fuera comandante de la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército, y lo enviaron de vuelta a casa, acusado de contrabando. Se había apropiado de algunas requisas para uso personal, se dijo. Si fue cierto o fue una más de las paranoicas conspiraciones imaginadas por el régimen de Stalin, no hay manera de saberlo.


Bibliografía básica sobre el incendio de la torre L de Friedrichshain:

www.lostart.de --- Sitio web con una base de datos con obras de arte perdidas durante la Segunda Guerra Mundial. En inglés y alemán.
http://www.smb.museum/en/exhibitions/detail/das-verschwundene-museum.html --- Una retrospectiva de los museos berlineses sobre las obras dañadas o perdidas durante la guerra.
Defense of the Third Reich 1941-45, de Steven J. Zaloga, ilustrado por Adam Hook, Osprey Publishin Limited, 2012. --- Guía ilustrada sobre las torres antiaéreas nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Stolen Treasure, de Konstantin Akinsha y Grigorii Kozlov, editado por Weinfeld & Nicolson en 1995. --- El libro que descubrió, con abundante documentación inédita, el trabajo de las Brigadas de Trofeos soviéticas en Alemania. Imprescindible.
El saqueo de Europa, de Lynn H. Nicholas, editado por Ariel en 1994. --- Otra gran obra sobre la suerte de tantas obras de arte en Europa y el saqueo de los nazis.
Das Geheimnis der 434 Gemälde aus dem Leitturm Friedrichshain, de Hartwig Niemann, editado por Taschenbuch en 2013. --- Lamentablemente, en alemán. Detalla la pérdida de la Gemäldegallerie (la Pinacoteca) en la torre L de Friedrichshain.

El incendio de la torre antiaérea de Friedrichshain (III)


El incendio de Friedrichshain se llevó por delante los depósitos del Schloss Museum, el Museum für Völkerkunde, el Deutsche Museum y el Kaiser Friedrich Museum. En total, más de setecientos treinta y cinco metros cúbicos de obras de arte. 

La lista de obras perdidas para siempre pone los pelos de punta: más de ocho mil piezas consideradas como antigüedades chinas, precolombinas o egipcias, estatuillas, vasos canopos, cerámica, sarcófagos, amuletos, una impresionante colección de vasos griegos, casi tres mil piezas de cristalería de valor excepcional, cuatrocientas de las mejores esculturas y bajorrelieves del Renacimiento, sin contar con los cuatrocientos diecisiete lienzos de la Gemäldegalerie (la Pinacoteca), que no fueron a las minas.

Una de las salas del Kaiser Friedrich Museum antes de la guerra.
Prácticamente todo esto se perdió en el incendio.

De la Pinacoteca se perdieron ciento cincuenta y ocho obras de la Escuela Italiana, entre las que destacan setenta y una pinturas de la colección Solly, diez de la colección Giustiniani y los grandes lienzos de las colecciones de los Lecchi y Hohenzollern. También, ochenta y nueve pinturas holandesas, cincuenta y cuatro flamencas y sesenta y siete pinturas alemanas. Entre todas estas pinturas hay obras de Fra Angelico, Luca Signorelli, Caravaggio, Rubens, Chardin, Zurbarán, Murillo, Reynolds y un larguísimo etcétera que parece que no se acaba nunca.

El primer San Mateo y el ángel, de Caravaggio, perteneciente a la colección Giustiniani y perdido para siempre (se supone) en el incendio de la torre L de Friedrichshain.

A decir de muchos, desde el punto de vista de la pérdida de obras de arte figurativas, el desastre de Friedrichshain sólo es comparable con el incendio del Palacio y el Alcázar de Madrid de 1734, donde se perdió tanto de la colección de la Corona Española. Desde el punto de vista museístico, sólo el saqueo de los museos de Bagdad podría superarlo.

Pero ¿quién incendió la torre L de Friedrichshain?

Los soviéticos no tardaron en hablar de saboteadores nazis. En la época de Stalin, cualquier otra conclusión estaba prohibida o fuera de lugar, aunque también consta la posibilidad de un accidente o de un incendio fortuito en algún informe oficial de la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército.

La idea de saboteadores nazis no es descabellada, pero es poco realista. El complejo antiaéreo de Friedrichshain llevaba días abandonado y había sido concienzudamente saqueado por los berlineses y los soviéticos en busca de alimentos, ropa o cualquier cosa de valor. Asombra que las celdas con las obras de arte en su interior permanecieran aparentemente intactas el día anterior al incendio. Eso demuestra que los merodeadores no buscaban enriquecerse, sino sobrevivir, y que no tenían tiempo que perder en forzar puertas, empresa en la que podrían verse sorprendidos por una patrulla de la policía militar. Es cierto que la locura nazi pretendía arrasar Alemania ante la derrota, para castigar al débil pueblo alemán, que no había sabido estar a la altura de los planes de Adolf Hitler, y para no dejar nada al enemigo. Esos planes malvados incluían las obras de arte. Pero incendiar la torre L en medio de Berlín... A mí no me parece la opción más evidente.

Años más tarde, hubo voces que acusaron a los soviéticos. Pero entonces no se conocían los informes de la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército, que se publicaron en los años noventa. Leyendo esos informes se ve que los soviéticos fueron los primeros en sorprenderse por el incendio. Eso no descarta que hubiera sido algún soldado soviético, queriendo o sin querer, el que ocasionó el incendio.

Yo me inclino por pensar en un incendio accidental. Un grupo de curiosos, un berlinés buscando algo que comer, un saqueador aficionado... Cualquiera de ellos con una antorcha en la mano. Alguien pudo encender un fuego para calentarse o cocinar algo. Además, después de una batalla, con todos los restos de explosivos y municiones sueltos por ahí... Quién sabe. El riesgo era evidente, el peligro estaba servido y al final, pum, se quemó.

El incendio de la torre antiaérea de Friedrichshain (II)


Las torres antiaéreas de Friedrichshain fueron abandonadas a su suerte entre el 30 de abril y los primeros días de mayo. Cuando Berlín se rindió, la zona llevaba varios días sometida a toda clase de saqueos. Los berlineses buscaban comida y artículos de primera necesidad; los soviéticos, un botín para llevar de vuelta a casa. No obstante, las torres antiaéreas fueron pronto vigiladas por la policía militar y las tropas del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, eufemismo de policía política). 

La torre G de Friedrichshain meses después de la batalla. 

Los soviéticos creían que esas torres podían guardar algunos de los tesoros más codiciados del Tercer Reich, como, por ejemplo, uranio para fabricar bombas atómicas, planos de cohetes como la V-2, archivos de la Gestapo o de los servicios secretos, incluso algún jerarca nazi disfrazado entre los refugiados. Algo de verdad había en ello. SMERSH (la más secreta y terrible agencia de espionaje soviético) dio con algunos archivos de los servicios secretos nazis en la torre del Zoo que todavía dan que hablar. También encontraron mil ciento cincuenta metros cúbicos de obras de arte de los museos berlineses que tuvieron que desalojar ¡en dos días! porque los americanos, después del reparto de Berlín, se iban a quedar con la zona. 

Se encargó de ello la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército, comandada por el coronel Boloshin y el académico Belokópitov. Las cajas de los camiones acogieron el Altar de Pérgamo, el Oro de Troya, gran parte de la Pinacoteca, un inmenso botín, y fueron yendo y viniendo del Tiergarten a Tempelhof. En cuestión de horas, partieron del aeropuerto varios vuelos especiales, uno tras otro, con las grandes piezas de los museos berlineses. Dias más tarde, trenes y convoyes. El destino de todos aquellos embalajes fue Moscú y Leningrado. Algunas de esas obras fueron devueltas a Alemania y otras, simplemente, se perdieron.

La misión de las Brigadas de Trofeos era la del saqueo sistemático de Alemania para recaudar lo que el regimen soviético llamaba reparaciones de guerra. Fábricas enteras de motores de aviación, relojes o cámaras fotográficas fueron incautadas, desmontadas y llevadas a la Unión Soviética. También, oro, joyas, obras de arte. La Brigada de Trofeos que se encargó de apropiarse de las obras de arte de Berlín fue la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército. Fue ella la que se dio de bruces con la catástrofe.

El panorama después de la batalla.
La torre G, abajo, y la L, arriba, de Friedrichshain.

Aunque las torres estaban vigiladas, la vigilancia dejaba mucho que desear y tanto militares como civiles entraban y salían de las torres sin que nadie les llamara la atención. La torre que mereció la atención del NKVD fue la del Zoo, pero la de Friedrichshain quedó prácticamente abandonada. Fue saqueada. Las colecciones de los museos de Berlín estaban guardadas bajo llave, en unas celdas, pero cualquiera habría podido forzar alguna cerradura, saltarla a tiros o volarla con una granada. ¿Fue así? Se sabe que tanto el día 3 como el día 4 de mayo las colecciones permanecían en el interior de la torre, aparentemente intactas. Así lo atestiguan tanto cuidadores alemanes de los museos que, después de la batalla, se atrevieron a preguntarse por la suerte de sus colecciones como oficiales soviéticos que inspeccionaron las instalaciones junto con ellos.

En algún momento entre la tarde del día 5 y la mañana del 6 de mayo se incendió la torre L. Aunque era un monstruo de hormigón armado, no faltaba combustible en su interior. A decir de los oficiales alemanes, el suficiente para que los generadores eléctricos funcionaran a pleno rendimiento durante dos o tres meses. Además, toda clase de munición, enseres de todo tipo... El incendio arrasó el interior de la torre. Como era tan gruesa y poco ventilada, el incendio convirtió la torre en un horno, que alcanzó temperaturas muy elevadas. Dentro, recordémoslo, había cientos de delicadas obras de arte.

El mismo día 6 de mayo, alertados por un desesperado conservador de los museos de Berlín, acudieron los oficiales de la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército a la torre L de Friedrichshain. En efecto, había habido un incendio. No pudieron penetrar en la torre, debido al calor acumulado. Cuando lo hicieron, buscaron los depósitos de las obras de arte. No fue inmediatamente, dejaron pasar unos días. 

Descubrieron un panorama desolador. Forzaron las puertas de varias celdas para descubrir en su interior los restos calcinados de lienzos y retablos, perdidos para siempre. Un testimonio estremecedor es el de un oficial soviético que abrió la puerta de una de estas celdas y contempló por última vez la colección de esculturas renacentistas italianas de los museos de Berlín. El mármol, debido a las altas temperaturas, se había convertido en cal y cuando el oficial abrió la puerta de la celda dejó entrar el aire fresco y el oxígeno. Delante de sus propios ojos, literalmente, esculturas y bajorrelieves quedaron echas polvo y desaparecieron de una vez y para siempre.

El incendio de la torre antiaérea de Friedrichshain (I)


Es incontable la cantidad de obras de arte de todo tipo que se han arruinado o perdido por culpa de la guerra. Ahora mismo, en Oriente Medio, los estragos son tremendos. Los yacimientos arqueológicos y los museos de Siria e Iraq están pagando las consecuencias de la estupidez humana. Sin embargo, quiero prestar atención a un suceso que ocurrió en Berlín, en 1945. Hablaré del incendio en la torre antiaérea de Friedrichshain.

La Segunda Guerra Mundial fue un reto para los conservadores de los museos de toda Europa. Los bombardeos aéreos sobre las ciudades en la retaguardia ponían en peligro sus colecciones, y todas las naciones que sufrieron la guerra hicieron lo que pudieron para ponerlas a salvo. Se vaciaron los museos. Unas obras de arte fueron llevadas bien lejos de las grandes ciudades, como fue el caso de las obras del Louvre. Otras fueron a parar a refugios antiaéreos, como las del British Museum. En Alemania se hizo lo propio con las grandes colecciones de Berlín o Dresde, por ejemplo, y con los miles de objetos artísticos que los nazis habían saqueado en los países que habían conquistado.

Los objetos de arte en poder del régimen nacionalsocialista fueron conservados en grandes minas de sal en Merker (Alemania) o Altaussee (Austria), lejos de los terribles bombardeos aliados sobre las grandes ciudades, o en lugares como Berchtesgaden o Neuschwanstein, castillos o fortalezas aisladas. Pero algunas obras de arte, ya fuera por su tamaño o por su delicadeza, no pudieron sacarse de las grandes ciudades. ¿Qué hacer con ellas?

Los alemanes habían iniciado un programa de construcción de torres antiaéreas en las grandes ciudades alemanas en 1941. Eran grandes torres de cemento armado que se elevaban en el centro de las grandes ciudades. En el techo de esas imponentes moles se instalaban cañones antiaéreos y directores de tiro (radares y telémetros). Hoy en día todavía pueden verse algunas de ellas en Austria y Alemania.

En Berlín se alzaron tres complejos antiaéreos alrededor de una Flakturm (torre antiaérea). A saber, Flakturm I (Berliner Zoo), Flakturm II (Friedrichshain) y Flakturm III (Humboldthain). Cada uno de estos complejos estaba formado por dos torres, la G y la L. 

Una pieza doble de 128 mm Flak 40 en la torre G del Zoo-Tiergarten.

La torre G o Gefechtsturm, torre de combate, tenía una base cuadrada de 70,5 metros y una altura de 39 metros. En el techo se habían instalado cuatro piezas dobles de 128 mm (FlaK 40) y ocho montajes cuadruples de cañones automáticos de 20 mm y algunas piezas automáticas de 37 mm. Una potencia de fuego descomunal. Luego estaba la torre L o Leitturm, mal traducida como torre ligera, pero en verdad torre de mando, donde se instalaba la dirección de tiro y el puesto de mando. La torre L tenía cuatro montajes cuadruples de cañones automáticos de 20 mm en el techo, aparte de las antenas de radar y comunicación. Su base era de 50 por 23 metros y su altura, de 39 metros, como la de la torre G. Las de Berlín fueron las primeras torres, del llamado Tipo 1.

Se diseñaron las torres para que también pudieran servir de refugio. Se calculó que cada complejo podría acoger ocasionalmente a 10.000 personas, que quedarían protegidas por paredes de más de 3,5 metros de acero y hormigón, que se creían impenetrables. Las torres antiaéreas fueron escogidas como el refugio ideal para las obras de arte de los museos berlineses que no podían abandonar la ciudad. En la torre L de Friedrichshain se almacenaron piezas procedentes de los museos berlineses en diversas celdas blindadas. Pinturas, esculturas, porcelanas, jarrones...

Una pieza cuadruple de 20 mm en la torre G de Friedrichshain.

La guerra se torció y llegó a Berlín. No sólo en forma de bombardeos aliados, sino de tropas soviéticas de a pie, que invadieron la ciudad en una terrible batalla final. Las torres antiaéreas resultaron ser defensas duras de roer. Ni siquiera los cañones soviéticos de 203 mm tirando a bocajarro hacían mella en sus paredes, así que los soviéticos, incapaces de tomarlas al asalto, las rodearon y sitiaron. En su interior se apiñaban los refugiados. En las de Friedrichshain llegaron a apiñarse más de 30.000 en la torre G y más de 10.000 en la torre L, superando con mucho la cifra de refugiados prevista en su diseño. Faltos de agua y alimentos, desesperados, se rindieron al fin. La última torre en rendirse, la del Zoo-Tiergarten, se rindió el 2 de mayo de 1945.

Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945. La ciudad entera capituló el 2 de mayo. Aunque todavía hubo algún combate y tiroteos esporádicos durante unos días más, la batalla había terminado. Alemania se rindió incodicionalmente el 8 de mayo. Entre una cosa y la otra, se había incendiado la torre L de Friedrichshain.

Noches sin dormir



He de reconocer que no había leído nada de Elvira Lindo, fuera de, ocasionalmente, algún artículo escrito por ella para El País. Hay tanta gente de la que no he leído una línea y que me convendría leer... El año pasado, una amiga mía con un gusto literario exquisito, que se gana la vida como editora de mesa (no diré ni dónde ni quién es), me regaló Noches sin dormir, de Elvira Lindo. La acabo de leer toda hace nada, como quien dice. Brave! Brava! para mi amiga, que acertó, y Brava! para Elvira Lindo, porque me ha gustado mucho lo que ha escrito.

Elvira Lindo se propuso escribir algo sobre Nueva York cada día de su último invierno en la ciudad, después de once años viviendo en ella. El libro es una pequeña joya que nos descubre la Gran Manzana vista desde dentro, que no es tan maravillosa como nos dicen. En palabras de la misma autora, es cutre, pero añado que es también fascinante. Lo es o lo parece, tal y como la describe. Adornada con fotografías de la autora, que no sé si serán buenas o malas, pero que ahí están, no defraudará a los curiosos y se descubrirá interesante para un aficionado a la buena lectura. Ha sido una sorpresa muy agradable. Recomiendo su lectura.

El regreso (Gran Premio de Australia 2017)


¡Ha vuelto el Circo! La Fórmula 1 ya está de nuevo aquí y ya se ha celebrado la primera carrera, en Melbourne, Australia. Ha habido (una relativa) sorpresa.

En Australia, la Fórmula 1 quizá haya dado un gran salto.
O quizá no. Pero puestos a saltar...

Estos meses se ha hablado mucho de los cambios en la Fórmula 1. Uno de los más importantes es que Ecclestone ya no está al frente, y esto sí que es un cambio. Pero los que quería señalar son los cambios técnicos. Hay más libertad para hacer evolucionar el motor, se emplean neumáticos más anchos, el coche es también más ancho, importa más la carga aerodinámica y la revolución de verdad viene por la velocidad en el paso de curva, que crece de modo significativo. Será más difícil adelantar por la anchura de los bólidos, pero la velocidad en curva pondrá en su sitio a los peores conductores. Otro factor a tener en cuenta es que los neumáticos durarán más, lo que importa, y mucho, en la estrategia de los equipos. 

Se ha dicho que Mercedes-Benz no lo tendrá tan fácil este año. Ferrari, se sigue diciendo, se ha acercado mucho y quizá se enfrente a las Flechas de Plata en igualdad de condiciones. Eso está por ver, pero sí que parece que ha mejorado mucho y como uno es de Ferrari de toda la vida, gane o pierda, celebra esta noticia. Además, hay que decirlo, que Mercedes-Benz no tenga por delante un camino de rosas es una buena noticia para todos los aficionados, porque las carreras tendrán más interés. Honda ha decepcionado, y mucho, y Red Bull está delante, intentando pillar a los alemanes e italianos. Se verá. Es pronto para asegurar nada.

Vettel, corriendo en la primera posición.

En esta primera carrera los Ferrari han demostrado que vienen fuerte. Ha ganado uno (Vettel) y el otro ha quedado cuarto. En medio, los dos Mercedes-Benz. Cuentan los cronistas que ha sido un error estratégico de los alemanes, que han entrado a cambiar sus neumáticos cuando había demasiado tráfico, y que entonces Ferrari ha aprovechado la ocasión. Aunque los ferraristas celebramos el resultado (cómo no), no hay que echar las campanas al vuelo. Pero si esto sigue así, gane quien gane al final, será más divertido. ¡Que siga, por favor! ¡Que siga!

Cosas del oficio de lector


El otro día pasé por la librería Malpaso (en el cruce entre las calles Girona y Diputació), donde trabaja una amiga, y me llevé dos alegrías a casa, o tres, si contamos el libro que compré. La primera, un regalo a mi vanidad: mi amiga me pidió que le firmara y dedicara un ejemplar de mi libro, cosa que hice con sumo placer, porque a nadie le amarga un dulce. La segunda, que me presentaron a Patricia Escalona, editora de Malpaso, que estaba por ahí de casualidad o algo parecido. A juzgar por los libros que publica, su trabajo es excelente. 

"Patricia, te presento a Luis", dijo mi amiga. "Es escritor", añadió. En un arranque de falsa modestia (hipócrita que es uno), dije que no había para tanto, que era escritor, lector, lo que fuera. Lector... "Ya sé lo que es eso", me dijo Patricia, muy simpática. "Todo el mundo me dice: ¡Qué guay! ¡Tu trabajo es leer! ¡Y no saben lo que es eso! ¡Ay, si lo supieran...!" Como se me escapó una sonrisa, añadió: "Ya sabes de qué hablo, ¿verdad?".


Sí, ya sabía de qué me estaba hablando. No es tarea fácil ni agradecida tener que leer cientos y cientos de páginas que, simplemente, no pueden publicarse. ¿Por qué? Porque son malas. De hecho, los manuscritos se dividen en tres grandes categorías: los malos, los muy malos y los peores. De vez en cuando surgen cosas excepcionales. Algunos son tan extraordinariamente malos o inverosímiles, extraños, que algunas editoriales (doy fe) los guardan como oro en paño, en una especie de museo de los horrores. La visión de esas monstruosidades es fuente tanto de risa como de espanto, y uno tiene que remontarse a los gabinetes de curiosidades del siglo XIX para encontrar algo semejante. 

También surge, es cierto, algún manuscrito publicable. Incluso alguno entretenido, interesante, hasta bueno. En esos casos, el lector, apabullado por semejante descubrimiento y novedad, celebra el evento exagerando las virtudes de lo que ha leído, porque sabe que ese manuscrito todavía tiene por delante una dura prueba, que sólo superan uno de cada diez candidatos. Así y todo, si conoce a un lector profesional quizá lo descubra un día sonriendo en una librería. Éste lo leí yo, susurrará, señalando a un libro, casi como si se tratara del mismísimo autor.


En mi caso, combino la escritura con la lectura. No me considero un buen autor, pero intento mejorar en cada frase y me gusta aprender y sufrir. Cada libro que leo (y cada manuscrito) me enseña nuevos caminos que merecen explorarse (o evitarse). Brunelleschi, el genial arquitecto, pasó muchos años en Roma estudiando edificios mal construidos, que habían colapsado bajo su propio peso, y extrajo de ellos valiosísimas lecciones que le valieron para levantar la cúpula de la catedral de Florencia. Algo parecido hago yo, aunque no creo que vaya a levantar algo tan grande, ni de lejos.

Decía que combinaba escritura con lectura porque conozco los dos extremos. Sé la de horas e ilusiones que ha invertido el infeliz que ha escrito el manuscrito que estoy leyendo ahora. Cuanto más malo, malísimo o peor es, peor me siento yo. Primero, por leerlo, claro, porque hay momentos en que te preguntas por qué el autor no se dedicaba a la papiroflexia en vez de a la escritura. ¿Quién le habrá metido en la cabeza que vale para escribir? Algunas páginas merecen palabrotas dichas en voz alta. Pero en segundo lugar, ahí quería ir, es imposible no pensar en tantas ilusiones y tantos trabajos como ha puesto el autor. ¿Cuántas horas habrá invertido en escribir algo... tan malo? ¿No ha leído lo que ha escrito o lo ha leído y cree que está la mar de bien? ¿Cree realmente que merece ser publicado, que tiene alguna oportunidad? ¿Lo cree sinceramente? 

Me irrito más de una vez y más de dos, y algún día me he puesto de un humor de perros enfrentándome a un manuscrito horrible que me veía forzado a leer. Pero (casi) siempre no me da por ahí. Será porque suelo ponerme en el lugar del autor. Entonces... Pobre... ¡Me da una pena...! Mientras escribo un demoledor informe de lectura, no dejo de pensar en esta íntima y particular tragedia, no lo puedo evitar.


Luego imagino lo que dirán de lo que yo he escrito. Imagino que nada bueno. Yo me pondría las botas en un informe de lectura contra mí mismo, estoy seguro. Imagino a otro lector acordándose de mí, con ganas de enviarme de cabeza al infierno de los escritores frustrados. Por eso, quizá por eso, se da esa suerte de complicidad que lamenta tener que redactar un informe de lectura honesto, que condene el manuscrito a la papelera. Pero uno es un profesional y a la que se pone ante el informe, la simpatía la deja en un aparte y se convierte en un verdugo implacable. Si un manuscrito es malo, es malo, y ahí van mis argumentos. A veces, después de haber enviado el informe, tengo un leve remordimiento... que se me pasa en seguida, no vayamos a exagerar.

Por eso sonreí cuando Patricia observó que yo ya sabía de qué estaba hablando. ¡Vaya si lo sé...! ¿Te pagan por leer? ¡Qué guay!, dicen.

El prisionero de Zenda (la novela... y las películas)


Un libro para disfrutar y dejarse llevar por la aventura.

No había leído El prisionero de Zenda, aunque había visto las películas. En plural. Al menos, las dos más famosas, la de John Cromwell, protagonizada por Ronald Colman, Douglas Fairbanks Jr. y Madeleine Carroll, de los años treinta, y la de Richard Thorpe, protagonizada por Stewart Granger, James Mason y Deborah Kerr. Ésta, la segunda, es probablemente la más famosa, y también la más kistch. También existe una versión en cine mudo, de 1922, muy interesante. 


Los carteles de las dos películas.
Cualquiera de las dos merece verse. 
La segunda es más kistch, quedan avisados.

En mi modesta opinión, en las películas la función se la lleva el malvado Rupert de Hentzau. James Mason es un Rupert de Hentzau magnífico, pero yo prefiero al descarado Douglas Fairbanks Jr., más alegre y semejante al Rupert de Hentzau de la novela. Pero no pienso sentar cátedra, porque esto va por gustos y cada uno elige al malo al que mejor se acomoda. Cualquiera de los dos es notable. 

Por supuesto, ambas películas se cierran con el enfrentamiento a vida o muerte de Rudolf Rassendyll y Rupert de Hentzau, sable en mano. La escena es tan famosa que ha sido imitada en numerosas películas y en una de ellas, La carrera del siglo (The Great Race, 1965), la esgrima entre Tony Curtiss y Ross Martin es tan buena que no tiene nada que envidiar a ninguna otra. ¡A lo que íbamos! Son cuatro o cinco minutos de sablazos arriba y abajo que Granger y Mason pasan con muy buena nota, superando a Colman y Fairbanks Jr., que no pelean tan bien (aunque crean escuela). En la novela, el enfrentamiento entre Rassendyll y Hentzau no es exactamente así como se ve en las películas, aunque no será menos emocionante, y no diré más. No pienso quejarme por ello.

El duelo, en 1937. La imagen de las sombras dándose sablazos, un clásico.

El duelo, en 1952. Una de las mejores escenas de esgrima de Hollywood.

El duelo, en 1965. Con florete y sable, y una magnífica esgrima.

La novela... No la había leído. No sé por qué. Quizá porque no se publicaba. La compré hace unos días, publicada al fin por DeBolsillo y Zenda (www.zendalibros.com), con un prólogo de Arturo Pérez-Reverte que, como no podía ser menos, reivindica el placer de una lectura divertida, entretenida... Y eso es lo que es El prisionero de Zenda, una novela para disfrutar. He de reconocer que me arrimé a la novela esperando tropezar con un texto mediocre, prescindible, pero ¡cuánto me equivoqué! ¡Me lo he pasado en grande leyéndola! Me he divertido mucho. Oh, vale, no es un Flaubert, ni un Joyce, pero tiene todo lo que ha de tener para pasar un buen rato y vivir aventuras, sable en mano. Ya no se escriben novelas así, hemos perdido la inocencia y la frescura, hasta el descaro, de El prisionero de Zenda. Qué lástima, ¿verdad?

Resumen del caso


--Está prohibido, no puedes hacerlo.
--Pues lo hago lo mismo. ¡Mirad lo que he hecho! ¡Qué listo que soy! ¡Voy a pasar a la historia por el gol que les acabo de meter!
--Mira que te hemos avisado. ¡A juicio!
--¿Por qué? ¡Si no he hecho nada! ¡Si yo no he sido! ¡Han sido los voluntarios, señoría! ¡Fueron ellos! Yo sólo pasaba por ahí. Además, no entendí cuando me dijeron que no podía hacerlo y de verdad, de verdad, que no lo he hecho.
--No nos vengas con cuentos, que lo hiciste, que lo vimos todos y lo sacaste por la tele, presumiendo de haberlo hecho, ¿o ya no te acuerdas? Pero, va... Seré bueno y sólo te inhabilitaré un poco.
--¿Me has inhabilitado? ¿No podré presentarme a las elecciones que están al caer?
--No, por desobediente. En las siguientes, quizá.
--Entonces ¡lo hice yo! ¡No me arrepiento de nada!
--Pero ¿no fueron los voluntarios?
--¡Quiero ser presidente! ¡Quiero ser presidente! ¡Quiero ser presidente...!


Dando sablazos en Gerona


Ayer participé en una exhibición de esgrima en Gerona, donde la Escola Hongaresa d'Esgrima plantó sus reales y enseñó los rudimentos de tan noble arte a docenas de niños que pasaron por ahí. Fue muy divertido. 

Soy el tipo de la izquierda.

En la fotografía pueden verme lanzando una hábil estocada a un compañero de la escuela, para que no se diga. Ayer cumplió el año y medio justo que practico este entretenimiento. ¡Bien!

Clase y señorío


Leído en la versión electrónica de El Periódico (10 de marzo de 2017) y copiado aquí:

La apertura de la caja fuerte de Rosell se llevó a cabo en octubre del 2015 en el juzgado de instrucción de El Vendrell. En su interior, aparte de los fajos de billetes envueltos en papel de diario, los investigadores encontraron un calcetín de color gris de la marka Nike en cuyo interior había escondido un reloj de la marca Rolex. También hallaron otro reloj de la marca Orient con el nombre y apellidos del investigado grabado en el dorso y varios CD-ROM, así como el disco 'The Rising' del cantante estadounidense Bruce Springteen.

Una de las fotografías que acompaña la noticia.
Puede apreciarse el Rolex y el calcetín.
En un recuadro a la derecha, el detalle de la marca del calcetín.

Un Rolex en un calcetín... ¡Por Dios!

Sólo música andaluza


No era el 3%, era Mas, era el 4%.

El juicio del año (de lo que llevamos de año) en Cataluña es la vista oral por el caso Palau, que nos está dejando algunas citas memorables. El señor Montull dejó ir una que era, en sí misma, un titular, y los periódicos se han lanzado a por ella, ¡no podían desperdiciarla! La cantidad era del tres por ciento, pero luego se pasó al cuatro porque Convergencia quería más dinero, dijo. ¡Es frase de portada! Aunque eso no es nuevo. Conocí y traté personalmente a un personaje que, en algunos círculos, era conocido como Míster Fivepercent, y no creo que haga falta añadir otra cosa. Quien no lo vea, es que no lo quiere ver.

Es escandalosa la psicopatía cleptómana del señor Millet, que rapiñaba con todo lo que se le ponía al alcance. Es un caso que me atrevería a considerar clínico. Pero es mucho más escandaloso su papel de comisionista de los convergentes, que sabían quién era. Apenas hemos visto una parte de una tupida red mafiosa y clientelar que hoy todavía subsiste y que, no nos engañemos, sirve para que unos pocos vivan muy bien a costa de todos los demás. No perder el momio es lo que está detrás de la lucha por mantenerse en el poder llamada, torticeramente, prusés.

Pero entre declaración y declaración de esta tropa de sinvergüenzas asoman las orejas del lobo. Me refiero a otra constante detrás de esta clase dirigente, y es muy fea. Hablo de su implícito (incluso explícito) desprecio por los otros. Puede llamarse racismo, pero también clasismo; a veces también hay sexismo; es un anhelo de partido único, de verdad absoluta, de estás conmigo o contra mí, de exclusivismo, elitismo mal entendido, plutocracia; hay miedo, quizá, pero sin duda hay también odio... ¿Podría llamarse fascismo? Puede que no, pero seguro que esta ideología (cerril, fanática) es un componente indispensable del fascismo. Dígase claro y en voz alta: surge en esta tropa lo peor del nacionalismo, en abstracto y en concreto. 

Un personaje con una ideología racista deleznable, el señor Barrera.

Son famosas las manifestaciones del señor y la señora Pujol (e hijos) sobre los inmigrantes: el padre habló de la debilidad mental (sic) de los andaluces; la madre, sobre el disgusto que tuvo cuando la echaron de casa (sic) para poner a un presidente (de la Generalidad) que no era catalán (sic, de nuevo); los hijos, por no querer jugar con unos niños porque hablaban en castellano... Ni les cuento el discurso abiertamente racista del señor don Heribert Barrera, que fuera presidente del Parlamento de Cataluña y de ERC, donde todavía lo tienen en los altares. El tipo está entre lo mejorcito de la ultraderecha europea y recoge la tradición de las camisas pardas de los hermanos Badía: En América, los negros tienen un coeficiente inferior al de los blancos, dijo una vez, para añadir, acto seguido, que se debería esterilizar a los débiles mentales de origen genético; que Haider (un líder de la ultraderecha republicana austríaca) cuando dice que en Austria hay demasiados extranjeros no está haciendo una proclama racista; que antes hay que salvar a Cataluña que a la democracia; que el bilingüismo implica la desaparición de Catalunya como nación... Etcétera. Un no acabar. Me alegra decir que murió cuidado por una inmigrante, sólo y triste.

Lamentablemente, esas cosas y algunas parecidas las piensa mucha gente, porque nunca faltan imbéciles. El último, volviendo al juicio del caso Palau, fue uno de los tesoreros de Convergència, Daniel Osàcar.

El señor Osàcar diciendo ante los micrófonos que él no ha sido, que es todo mentira.

El fiscal interrogó al señor Osàcar y éste, pillado en falta, decía que todo era mentira, pues ¿qué va a decir, si no? Pillado, como dicen en catalán, amb els pixats al ventre, se defendía (patéticamente) como podía. Veremos en qué acaba todo, pero, mientras tanto, recordemos que el fiscal le preguntó qué trabajos hacía la Fundació Trias Fargas (convergente, puesta ahí para recaudar dinero) para el Palau de la Música. La respuesta del señor Osàcar es una pequeña muestra de esta ideología que he descrito.

El señor Osàcar afirmó que el objetivo de los convenios suscritos entre la Fundación Trias Fargas y el Palau de la Música era (cito) difundir la música catalana. Vale. Bien. Nada que objetar. Añadió: En los pueblos gobernados por CDC. Vale... Es decir, cobrar 800.000 euros por llamar por teléfono a un alcalde de tu propio partido, que te debe obediencia, y decirle: Eh, chaval, monta un concierto de música catalana en tu pueblo, ¿vale? Pero lo pagas tú. Genial. Un trabajo así quisiera yo.

No quedó ahí la cosa. Luego añadió (y ahora viene lo bueno, lo que quiero señalar): El objetivo era que en una fiesta de un pueblo no pusieran sólo música andaluza y que no olvidaran la música catalana, la sardana...


Arriba, un concierto de música presuntamente andaluza. Abajo, sardanas.
Observen la afluencia y la tipología del público y saquen sus propias conclusiones.

Que no pusieran sólo música andaluza... Lo dijo dando muestras de fastidio. ¡Música andaluza...! ¡Estando la nostra!



Carteles de conciertos de Fiesta Mayor en pueblos y ciudades catalanas.
Obsérvese la preponderancia de la música andaluza en todos ellos.

¿Tengo que seguir? Ya somos mayorcitos y podemos sacar nuestras propias conclusiones sobre qué piensa el señor Osàcar de la gente que no baila sardanas. El objetivo convergente es, me temo, que la gente se aburra mucho en fiestas... o algo mucho peor.

Apocalipsis zombie


Más de un parlamentario está hasta los c... eh... está harto, perdón, de que el Gobierno de España largue unas respuestas parlamentarias que dan pena. Con cierta perspectiva, este es un defecto compartido por todos los gobiernos autonómicos españoles y muchas grandes ciudades del país, pero ésa es otra historia. Hablábamos de las relaciones del Ejecutivo con las Cortes Generales. 

Uno de los señores diputados y senadores ha optado por echarle guasa al asunto y llamar la atención sobre la poca calidad de las respuestas que recibe. Dice que son (y cito) inútiles e inconcretas, no aportan ningún tipo de información, etcétera, qué les voy a contar. Por mucho que las preguntas sean (vuelvo a citar) concretas, claras e inequívocas, el Gobierno se va por los cerros de Úbeda y contesta ni sí ni no, sino todo lo contrario. El caballero en cuestión, el señor Mulet, senador de Compromís, ha pensado que la mejor manera de llamar la atención sobre este problema (que es, además, un problema muy serio) es echarle humor y sacarlo a la calle.

¿Cómo? El señor Mulet va y pregunta lo siguiente: ¿Qué protocolos tiene adoptados el Gobierno ante la posibilidad de un apocalipsis zombie? Tal cual. Con un par. El Gobierno de España, obligado por la Constitución y el Reglamento del Senado, tiene treinta días para contestar por escrito (un plazo que, denuncia el senador, se cumple muy pocas veces).

Ahora está todo el país pendiente de los planes del Gobierno ante un apocalipsis zombie. ¿Qué responderá el Ejecutivo? ¿Existen dichos planes? 

En serio, estoy más que intrigado por conocer la respuesta. Hacía tiempo que no me interesaba tanto la política. Seguiremos informando.

Todos los hermosos caballos



Cuando Bob Dylan ganó hace poco el Premio Nobel de Literatura, se oyeron muchas voces que dijeron que, puestos a premiar a un norteamericano, ¿por qué no a Cormac McCarthy? Porque el señor McCarthy es, no me cabe la menor duda, todo un clásico y uno de los pocos escritores vivos que de verdad merecen un Nobel.

Confesaré (en voz baja) que el estilo que suele emplear McCarthy en sus novelas no me gusta demasiado, hasta me atrevería a decir que me aburre o hastía... especialmente cuando lo emplean otros escritores. Cuando lo emplea McCarthy... ¡Ah, entonces la cosa cambia! ¡Y cómo cambia! Cambia tanto que me basta con una página para quedar embelesado y admirar profundamente el oficio de este autor. ¡Qué bien escribe! 

Todos los hermosos caballos se publicó en 1992 y tuvo un éxito inmediato. Se consideró más romántica (permítanme la cursiva) que sus obras anteriores y hasta hicieron una película que no he visto, pero que no quisiera ver. Porque el libro merece la pena de leerse y existe una ley no escrita (que no siempre acierta, pero sí a menudo) que afirma que de un buen libro sólo puede salir una mala película. En verdad, no quisiera verla porque ya he construido un mundo a mi manera de lector y no quisiera verlo en manos ajenas. despanzurrado por necesidades del guión. Es la primera obra de la que han llamado La trilogía de la pradera. Las dos obras siguientes me esperan y ya las leeré. No hay prisa, pero sí que hay muchas ganas de leerlas. 

En el libro hay violencia y un ambiente seco, duro, agreste, como la misma prosa que emplea el autor. Sus personajes hablan con frases breves y cortantes, son como el mismo desierto en el que se mueven. Se muestran como son sin grandes explicaciones, profundamente. ¡Qué difícil es eso...! Pero, pese a todo, por encima de todo, asoma una poesía que nos regala con momentos de gran belleza. Nos sorprende dar con ella tanto como nos deslumbra. Es magnífico cómo consigue sacarla de debajo de las piedras. ¡Bravo!

En resumen, por no alargarme, léanla si les gusta leer. Es muy buena.


Comentario de texto


Me lo contaron hace muchos años y no sé si es cierto. Tampoco me he molestado en comprobarlo, la verdad. Me contaron entonces que no era lo mismo ser analfabeto en España que en Suecia. En España, uno dejaba de ser analfabeto en el mismo momento en que era capaz de escribir su nombre y apellidos. En Suecia, en cambio, uno dejaba de serlo cuando era capaz de responder por escrito varias preguntas sobre un texto que ocupaba más de media página, explicando de qué iba y por qué. La diferente evaluación del analfabetismo, me dijeron entonces, respondía a la necesidad del franquismo de mostrar ante el público el éxito de su sistema de educación pública. Ahí lo dejo, no sé si será verdad.

Esto viene al caso porque un periódico electrónico noruego de titularidad pública, el NRKbeta (https://nrkbeta.no/), propone un sistema para acabar con los comentarios imbéciles y esa clase de basura que cuelga al final de las noticias publicadas en internet. Como dijo una vez Umberto Eco, las redes sociales dan voz a legiones de idiotas, y eso no puede ser bueno. Para intentar evitar este peligro, Marius Arnesen, el director de NRKbeta, ha ingeniado un sistema que, eso dice, todavía no es definitivo y está en período de pruebas

Comentarista medio de noticias publicadas en internet.

El señor Arnesen explica que (cito) muchos lectores sólo leen el título y apenas unas líneas antes de lanzarse a escribir sus comentarios. Luego explica lo que ya sabemos, que escriben con la boca caliente, sin dar muestras de inteligencia, y así quedan los comentarios, llenos de porquería y de faltas de ortografía. El método que pretende evitarlo, el que ha implantado el periódico que dirige el señor Arnesen, consiste en hacer tres preguntas sobre el artículo que pretende comentarse. Como dice el señor Arnesen, se ve obligado a hacer una pausa, reflexionar un poco y leer el artículo. ¿Qué se gana con ello? Se asegura que la discusión se inicia en torno a una base de conocimiento común, añade el periodista noruego.

Aunque el NRKbeta no sea un periódico muy leído, su experimento ha provocado el interés de muchos medios. Está en período de pruebas y quién sabe si acabará implantándose o descartándose, pero el señor Arnesen afirma que por ahora va muy bien y que los lectores se muestran satisfechos por los resultados

¿Imaginan algo así en los periódicos españoles? Me gustaría verlo, para ver qué pasa. Pero también me gustaría verlo en las tertulias que nos invaden. Pillar en un aparte al señor Inda o a la señora Rahola y descubrir si sus conocimientos son suficientes o sólo gritan mucho... Pero me temo que eso nunca será posible, porque lo que ganen las tertulias en inteligencia lo perderían en audiencia. Lo cutre vende.

Juicios televisados, pero no todos


Hace unos días, me puse a cambiar de canales de televisión como un tonto y me salió un señor declarando ante un tribunal. Luego me enteré que la CCMA (la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales) retransmitía en directo el juicio por el Nueve Ene, en Barcelona y en Madrid. ¡En directo! ¡Íntegramente! 

El juicio del Nueve Ene es un rollo.

Sacaron al señor Homs diciendo que él no había sido, que habían sido los voluntarios, y que, en cualquier caso, la prohibición que le enviaron los del Tribunal Constitucional no decía exactamente qué estaba prohibido y qué no. Debió de ser el único en todo el país que no comprendió la prohibición.

En las mismas se instaló el señor Mas, cuyo juicio en Barcelona también recibió el mismo trato, lo mismo que el Via Crucis que se organizó para presionar al tribunal que tenía que juzgarlo. En total, fueron varias jornadas judiciales retransmitidas ya por TV-3, ya por el canal de noticias 3/24, ya por la radio... Como digo, en directo. Bla bla bla... Ninguna sorpresa. Lo de siempre. Un rollo. ¡Menudo aburrimiento! ¡Pudiendo dar una película...! 

Un rollo, sí, porque todos sabemos lo que pasó. Con independencia del bando al que usted pertenezca, sabe exactamente lo que pasó y cómo pasó. Si fue delito o no lo fue, o si puede probarse judicialmente que lo fue, eso lo decidirán los jueces, pero ¿qué me van a contar? ¿Algo nuevo? No parece. ¿No presumían de desobediencia y astucia los protagonistas? En público, además. A viva voz. Por la misma televisión que retransmitía el juicio... No hay nada que descubrir. No hay secretos. Ergo, no hay emoción alguna. No hay intríngulis. Mejor hubiera sido pasar una película, insisto. Ya puestos, Doce hombres sin piedad o Testigo de cargo, por ejemplo.

Pero ¿qué hay de la vista oral del juicio por el caso Palau? Ah, eso es otra cosa. ¡Otra cosa!

El caso Palau promete mucho. Luego, ya veremos.

Ahí tienen al señor Montull, que dice estar dispuesto a tirar de la manta a cambio de una rebaja de la condena de su hija. Ahí está el señor Millet enfrentándose al dilema del prisionero, preguntándose si cantar o no cantar. Ahí tienen tantos sobornos y comisiones que pasaron por el Palau de la Música y acabaron en manos de CDC... Tanto dinero que hay quien escribe que CDC no era en verdad Convergència Democràtica de Catalunya, sino Cobro De Comisiones. De eso va todo. Ésa es nuestra historia reciente. Ése es el sentido del pujolismo y la explicación de tantas cosas. Hay tantos implicados y nos afecta tanto que no podemos evitar interesarnos.

¡Aquí hay material e intriga para animar al personal! ¡Aquí sí! ¡Mucho! Además, polémico. Unos diciendo que meterían la mano en el fuego por el tesorero y otros encendiendo y avivando ese fuego, porque alguno se nos va a quemar, porque es más que evidente que las comisiones corrían arriba y abajo por el Palau de la Música, eso no se le escapa a nadie. Sobre el carácter probatorio de las evidencias presentadas... Bueno, eso forma parte de la intriga, ¿no? Que decidan los jueces.

Pero... ¡Ay! Este juicio no lo retransmiten ni íntegro ni en directo ni nada en los medios de la CCMA. Ay... Qué pena... ¿No lo retransmitirán? ¿Y por qué no? Contiene un millón de veces más emoción y dramatismo el caso Palau que la charada del Nueve Ene. Vamos, fuera yo guionista y ya verían con qué historia me quedaría. Pero no lo van a retransmitir. Ni hablar. Jamás de la vida. Será por cobardía o no sé por qué será, pero nos vamos a perder un buen entretenimiento. Luego los de la CCMA van diciendo por ahí que son neutrales y que no manipulan la información. Es cierto, no la manipulan. Simplemente, no la emiten.

Pues, ¿saben qué les digo? ¡Qué lástima! Vivo en un país muy triste.