Gorgias


Cuando uno tiene que escribir una historia de la filosofía (como ésta, o como cualquier otra), tiene que dejar muchas cosas en el tintero. No en vano, sería más propio hablar de la historia del pensamiento humano que no de la historia de la filosofía, y ya se sabe que mucha gente, todo el tiempo, tiene alguna ocurrencia (y rara vez sensata). Por lo tanto, alguna de esas personas tan ingeniosas tendrá que quedarse fuera.

El tal Gorgias, sofista.

En mi libro, uno de los filósofos que se quedó sin página es un sofista, Gorgias, que quizá habría merecido más suerte. Gorgias era Gorgias de Leontinos, aunque en algún examen de filosofía se ha afirmado que era Gorgias de Leotardos (qué disparate). Pero, no, era de Leontinos. Nació hacia el 485 aC en esa ciudad de la Magna Grecia, que es, para los no iniciados, Sicilia. Aquí comienza el cuento.

Gorgias se vendía muy bien y aseguró haber sido discípulo de Empédocles, un filósofo de gran fama (aunque más loco que una cabra). Lejos de arrojarse al cráter de un volcán, como su maestro, Gorgias viajó mucho, mucho, y no paró de hablar durante todo el rato. Hablar era lo que le iba y se convirtió en un grandísimo orador y maestro de retórica. Se ganaba la vida dando clases de retórica a quien quisiera pagarle por ellas y no tenía manías. Yo no te enseñaré a ser virtuoso, decía, pero sí a engañar a tu auditorio, que para eso me pagas. Es, a todos los efectos, un sofista comme il faut, el estereotipo del sofista griego.

Su fama alcanzó su cénit cuando hizo de embajador de Leontinos en Atenas y sacó provecho de su labia, dándole vueltas a todo y causando una gran impresión entre los atenienses. ¡Cómo habla Gorgias!, exclamaban. ¡Tiene un pico de oro! A tanto llegó su maestría que los grandes hombres de su época hicieron cola para tomar sus lecciones. Entre sus alumnos destacan Tucídides, el historiador, Agatón, el poeta, Isócrates, Critias o el mismísimo Alcibíades.

Señalo que la mayoría de esos personajes aparecen en El banquete o en otros Diálogos de Platón, como cualquiera sabe, y que también habían tomado lecciones de Sócrates, que defendía unas ideas morales en las antípodas de las ideas morales de Gorgias. Quizá por eso mismo, porque le birlaba los alumnos y decía que no a lo que él decía que sí, Platón recela de Gorgias y le dedica un diálogo en el que lo pone patas arriba. La imagen que tenemos de Gorgias (y de todos los sofistas) es la que nos proporciona Platón, y si algo cabe decir es que sutil, lo que es sutil, Platón no era.

Gorgias haciendo las veces de embajador.
(Y si no él, cualquier otro.)

Gorgias, ya lo he dicho, tenía el don de la palabra. Una de sus principales aficiones era presentarse en el ágora cuando había una asamblea. Se ponía de parte de unos, pedía la palabra y en un pispás convencía a todo el mundo de lo justa y necesaria que era su postura. Cuando los tenía a todos en el bolsillo, volvía a pedir la palabra y defendía entonces la postura contraria, volviendo a convencer de nuevo a todo el público. Después de marear la perdiz llevando al público donde quería, convenciéndole de una cosa y la contraria, se retiraba tan contento y al día siguiente no le faltaban alumnos en clase.

Sin embargo, me quedo con una de sus lecciones, que también despertó la admiración del mismísimo Platón. Gorgias sostenía la teoría de que no existía nada (repito, nada) y la defendía con argumentos irrebatibles. Irrebatibles porque, después de haberlo hecho, pedía al público que intentara demostrar que cualquiera de sus afirmaciones era falsa, y se dice que el público no podía hacerlo. Suerte que Aristóteles asentó, años después, la lógica y de ser nada hemos pasado a ser alguna cosa.

Este cuento se acabó (Gran Premio de Abu Dhabi 2016)


He dicho ya muchas veces que algunos de los grandes premios de la Fórmula 1 se corren en lugares que son una obscena exhibición de dinero, y Abu Dhabi es uno de ellos. En vez de asentarse en los circuitos europeos, donde llegó a ser muy popular, se van a correr mundo detrás de nuevos ricos, qué le vamos a hacer, y el gran público se queda con las ganas. Además, no es que Abu Dhabi sea un paraíso de los derechos humanos, precisamente, lo que también tiene que señalarse aquí.


La cuestión es que ha sido la última carrera de la temporada. Había curiosidad por saber cuál de los dos Mercedes-Benz llevaría a su piloto hasta el Campeonato, y ha sido el de Rosberg, aunque la carrera la ha ganado Hamilton. Después de Hill padre y Hill hijo, le ha tocado el turno a la nueva pareja de padres e hijos campeones, los Rosberg. ¡Felicidades!

Aunque en la primera sesión de entrenamientos los Ferrari dieron la sorpresa (superando incluso a los Mercedes-Benz), en la segunda se vieron superados por los Red Bull, que se ha llevado, al fin, el subcampeonato de Marcas. Pero en las últimas vueltas de la carrera, el Ferrari de Vettel se ha echado encima de los primeros clasificados y de haber durado todo un poco más, incluso se hubiera llevado por delante a un Mercedes-Benz. Ha quedado tercero y su compañero, sexto.

Los ferraristas nos hemos quedado con las ganas, este año. Hoy, el equipo Mercedes-Benz es la tercera edición de las Flechas de Plata que dominaron en los circuitos en los años treinta y en los cincuenta. Son imbatibles, punto. A ver si el año que viene nos espabilamos y estamos más arriba y más veces. Forza!

En mesas y anaqueles


La segunda semana de la venta de la Historia torcida de la Filosofía y recibo más fotos de lectores y amigos, que las han sacado en grandes establecimientos. El libro se encuentra en las mesas, pero también en algunos anaqueles. Ahí van algunas fotos.






Postverdad y tontería



Estos días, algunos tipos van dándole vueltas a un palabro inglés, post-truth, que ha publicado el Oxford Dictionary en su última edición. Dicen que es la palabra del año, en inglés, porque se aplica a algunos fenómenos políticos como el Brexit, Donald Trump y otros descalabros colectivos del sentido común y de la decencia (de los que España o Cataluña no se libran).

De entrada, el debate está en cómo traducir post-truth. ¿Será post-verdad, postverdad, posverdad o qué? ¿Qué hacemos con la te y el guioncito?

Qué dice el diccionario de marras será el primer paso para ver cómo lo arreglamos. Copio:

post-truth (adjective)

Alto ahí. ¡Quietos! Es un adjetivo. Por lo tanto, decir que post-truth es, en español, posverdad, o postverdad, no es correcto, porque verdad no es un adjetivo, sino un sustantivo. Lo correcto sería, a mi entender, decir (pos/post/post-)verdadero, o (pos/post/post-)cierto. Así que, sin leer más que el título, ya me he cargado muchos sesudos comentarios que se pillan aquí y allá, en los diarios, de gentes que pasan por leídas, pero que no distinguen entre churras y merinas.

Sigo leyendo. En inglés, dice:

Relating to or denoting circumstances in which objective facts are less influential in shaping public opinion than appeals to emotion and personal belief:

Que traduzco, mal y libremente, como:

Relativo o que denota circunstancias en las cuáles los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales.

Vaya. Algo así como emotivo, pero también podría ser demagógico, incluso (perdón) populista, que es para lo que se pensó el palabro en verdad. También se me ocurren más adjetivos: mentiroso, falso, idiota... La tercera definición de la RAE de demagogo es fantástica para demostrar que eso ya lo inventamos aquí (y en Grecia) hace mucho tiempo. Un demagogo será (según la RAE) un Orador revolucionario que intenta ganar influencia mediante discursos que agiten a la plebe. Es decir, un orador postverdadero. O posverdadero. O como sea. Es que me puede la te, lo siento.

El diccionario que decíamos pone dos ejemplos:

‘in this era of post-truth politics, it's easy to cherry-pick data and come to whatever conclusion you desire’
‘some commentators have observed that we are living in a post-truth age’

Los traduzco así, a mi manera:

En esta era de política pos(t)verdadera, es fácil manipular los datos y obtener cualquier resultado que se desee.
Algunos comentaristas han señalado que estamos viviendo en una era pos(t)verdadera.

Vamos, que esta gente interpreta que esto es pos(t)verdadero cuando uno cree cualquier verdad que le digan, aunque no sea la verdadera. Se da cuando uno escoge la verdad que quiere oír y no la que muestran los hechos objetivos. Es decir, cuando uno se deja engañar. Ergo, cuando uno es idiota. Tal cual.

No digo idiota porque sí. En la antigua Grecia, el idiota era el que vivía ajeno a la política, metido en sus cosas y (como suele decirse) pasando un huevo de los intereses de la comunidad. Para un ciudadano griego, ser idiota era algo despreciable. Un idiota, con los derechos y los deberes de un ciudadano, se desentiende de sus responsabilidades y decide vivir de espaldas a todo lo que atañe a todos. Un mal bicho. 

Los idiotas suponían un peligro para la polis (o la república): el idiota era pasto de los demagogos, capaces de exaltar a una masa de idiotas y convencerlos para que votaran cualquier cosa sin que supieran lo que en verdad estaban haciendo. ¿Qué iban a saber si nunca se habían preocupado?

En la historia sobran ejemplos de estupidez colectiva.

Según Carlo Maria Cipolla (cuando puso por escrito las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana) un estúpido es un individuo que causa daño a otro (u otros) sin obtener de ello provecho alguno, incluso perjudicándose. También nos dice Cipolla que no hay que menospreciar jamás el número de estúpidos y que cualquiera puede serlo, porque un estúpido lo es con independencia de muchas otras características de la persona. Aunque Cipolla habló de la estupidez haciendo broma, el tiempo ha demostrado que sus reflexiones sobre la estupidez humana merecen un puesto de honor en las ciencias sociales y me da que todavía no han sido apreciadas en su justa medida.

La RAE añade que un estúpido es un (cito) necio, falto de inteligencia. Y un necio, atención, (copio) será:
1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. U. t. c. s.
2. adj. Falto de inteligencia o de razón. U. t. c. s.
3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice. U. t. c. s.
4. adj. Propio de la persona necia.

Por lo tanto, lectores, amigos y víctimas de mis letras, lo de la pos(t)verdad es pos(t)verdadero, es decir, una necedad de tomo y lomo. No sólo es un adjetivo y no un sustantivo, sino que es algo que ya era antes: idiota, estúpido o necio.

En efecto, vivimos sometidos a la estupidez.

Parafraseando los ejemplos del mismo diccionario de Oxford, podríamos decir perfecta y mucho más claramente lo siguiente:

En esta era de política estúpida [también, de necedad o idiotez política, etcétera], es fácil manipular los datos y obtener cualquier resultado que se desee.
Algunos comentaristas han señalado que estamos viviendo en una era estúpida.

Me parece gilipollas (además de necio, idiota y estúpido) andar por ahí hablando de pos(t)verdades.

Se publica "Escritores recónditos"


Atención, seguidores de El cuaderno de Luis.

Se publica Escritores Recónditos, una colección de textos de los escritores recónditos entre los que me cuento.


Se presentará el próximo jueves, 1 de diciembre, a las 19 horas en el Aula d'Escriptors de la Asociación de Escritores de Cataluña, en el Ateneu Barcelonés, calle Canuda, 6 planta 5  (Barcelona).

La presentación correrá a cargo de: Miquel Cartisano y Francesc Cornadó, creadores del blog Escritores Recónditos; Felipe Sévulo, presidente de El Laberinto de Ariadna y Amàlia Sanchís, editora del libro (que publica Parnass Ediciones).


El mayordomo loco de Napoleón


La Historia con mayúsculas es apasionante, pero las historias con minúsculas, también, incluso más, porque la realidad supera muchas veces la ficción. Una de estas historias es la del señor Pfister.

La historia nos la cuenta (muy sucintamente) Louis Constant, que escribió Mémoires de Constant, premier valet de chambre de l'empereur, sur la vie privée de Napoléon, sa famille et sa cour, que no tiene desperdicio. No hay que confundir a este Louis Constant con ese otro que tuvo fama de mago y ocultista y que hizo las delicias de los aficionados a los misterios en la segunda mitad del siglo XIX francés.

Napoleón Bonaparte vestido de andar por casa.
El señor Pfister era uno de sus más leales servidores.

El séquito del Emperador era numeroso y no menos de mil personas formaban tanto el Estado Mayor Imperial como su gobierno o la propia Casa del Emperador, que se ocupaba de su comida, su ropa o su reposo. En campaña, el séquito se reducía en número a medida que uno se acercaba al campo de batalla, donde se reducía al mínimo impuesto por las necesidades militares. Pero uno de los personajes que nunca se separaba de Su Majestad era su mayordomo, Pfister.

Napoleón comiendo durante una campaña. 
El señor Pfister, detrás de él, cuidándolo todo.

Monsieur Pfister (todo el mundo se refiere a él llamándole señor) era propiamente maître d'hôtel y era el responsable de la mesa del Emperador. Controlaba los avituallamientos, las cocinas, el servicio de mesa, los vinos... Aunque Napoleón devoraba y despachaba la comida en un santiamén, para enseguida levantarse de la mesa, procuraba comer bien acompañado y nunca solo, y ofrecía a sus huéspedes lo mejor de la casa, incluso en campaña. 

La Expedición a Egipto fue toda una aventura.
El señor Pfister estuvo ahí y se jugó la vida varias veces.

El señor Pfister llevaba mucho tiempo al servicio de Napoleón. Fue contratado por el general Bonaparte y estuvo en Egipto, donde, se cuenta, soportó innumerables peligros (sic) para servir al general. Estuvo en Marengo (donde serviría en la mesa el famosísimo Poulet à la Marengo) y acompañó a su señor durante el Consulado y más tarde, durante el Imperio. Como miembro destacado de los pages de Napoleón, vestía uno de los uniformes (no militares) más elaborados de la Corte Imperial, incluso en campaña. Si Bonaparte se encontraba en medio de una batalla, el señor Pfister lo seguía de cerca con algo de comer y un buen vino de Madeira o de Málaga, los favoritos de Bonaparte, por si surgía la necesidad. Desde ese privilegiado puesto de mayordomo contempló la mayor gloria del Imperio en Ulm, Austerlitz, Jena, Eylau... hasta que llegó el 21 de abril de 1809.

Batalla de Landhurst. 
El 17.º de Infantería ataca a la bayoneta y toma el puente.
El señor Pfister, mientras tanto, corre desnudo por el bosque.

Ese día tuvo lugar la batalla de Landshut, en Baviera, donde unos 36.000 austríacos intentaron proteger la retirada del ala izquierda de su ejército, atrincherándose en la ciudad y bloqueando (e intentanto destruir) dos puentes. Napoleón actuó con rapidez y decisión. Massena y más de 50.000 hombres cruzó por otro lado, más al norte, y amenazó la retaguardia austríaca. Lannes, en cambio, atacó de frente (en inferioridad numérica) y consiguió abrir una brecha en las líneas enemigas. A cambio de 3.000 bajas, Napoleón consiguió provocar 10.000 entre los austríacos, capturó 30 cañones y el botín de miles (sic) de vagones de suministro, entre los que contar un tren pontón (del que luego haría un buen uso en la campaña, más adelante).

En medio del desorden de la batalla, le dio una pájara al señor Pfister. Él, que se había enfrentado a los mamelucos, que había escapado de los cosacos, que había sido blanco de las balas de turcos, ingleses, españoles, rusos, austríacos, suecos, prusianos... y había salido con vida de tantas aventuras, él, decía, en medio del fregado, se volvió loco (y cito a Constant).

Las memorias de Constant, en inglés.

Ese pobre hombre se volvió loco, nos dice. Salió corriendo de su tienda, se metió en un bosque que allí había, cerca del campo de batalla, y se arrancó todas sus ropas hasta quedar desnudo. Sigo leyendo: Pocas horas más tarde, Su Majestad preguntó por el señor Pfister. Quiso conocer su suerte y preguntó a todo el mundo, pero nadie pudo decirle que le había pasado. El Emperador, temiendo que podrían haberle hecho prisionero, envió a un oficial de enlace a parlamentar con los austríacos para intentar recuperar a su mayordomo mediante un canje de prisioneros; pero el oficial volvió diciendo que los austríacos no habían visto al señor Pfister.

Sigue la historia. El Emperador, muy preocupado, ordenó una búsqueda por los alrededores y entonces dieron con el pobre hombre, que fue descubierto, como he dicho, completamente desnudo, amagándose detrás de un árbol, muerto de frío y cubierto de arañazos. Lo trajeron de vuelta y como parecía tranquilo, creyeron que ya se había recuperado y regresó a sus tareas; pero poco tiempo después de regresar a París tuvo un nuevo ataque.

Continúo con la traducción. El carácter de su enfermedad era tremendamente obsceno y se presentó delante de la emperatriz Josefina en tal estado de locura, con gestos tan indecentes, que fue necesario tomar algunas precauciones con respecto a su persona. Fue puesto al cuidado del afamado doctor Esquirol, que, pese a su abundante experiencia, no pudo encontrarle una cura. 

Constant acaba el relato mostrándose afectado. Voy a verlo a menudo, dice. Ya no sufre esos ataques tan violentos, pero su cerebro está enfermo; aunque pienso que puede escucharme y comprenderme perfectamente, sus respuestas son las de un verdadero chiflado. Nunca ha cesado su devoción por el Emperador, habla de él constantemente y se imagina sirviéndole, a su lado. 

Su locura, como vamos a ver, tomó otras formas. Sigue diciendo Constant: Un día, con aires de mucho misterio, dijo que iba a confesarme un terrible secreto, una conjura contra la vida de Su Majestad, entregándome entonces una nota para Su Majestad, adjunta a unos veinte papelotes que él mismo había escrito y que detallaban todos los extremos de la conjura. Otro día me entregó un puñado de piedrecitas, diciéndome que eran diamantes de gran valor. "Valen lo menos un millón de francos", me dijo. 

El Emperador, a quien expliqué mis visitas, se mostró muy contrariado por la continua monomanía de este pobre desgraciado, porque todos sus pensamientos, todos sus actos, los dedicaba a su antiguo señor, y así fue hasta que murió, sin recuperar la razón.

Ésta es toda la historia del señor Pfister. Pobre hombre. El señor Colin lo sustituyó como mayordomo, pero ya no fue lo mismo.

El mío se entiende



Otra vez mi libro, en una mesa de novedades. En buena compañía. Por ejemplo, la de Zizek o Habermas. Aunque, no es por presumir, en el mío se entiende lo que dice.

Otro día discutiremos sobre cómo se expresan algunos filósofos contemporáneos. Hoy celebramos la novedad.

¿Has visto este libro?


(Actualizado el 22 de noviembre.)


Uno de mis lectores me envía una fotografía de la Historia torcida de la Filosofía en la Llibreria 22, en Gerona.




También ha sido visto en las librerías de La Casa del Libro, en Barcelona.


En El Corte Inglés.


En las librerías de La Central.

Etcétera.

¿Has visto alguno en alguna otra librería? ¿Tienes uno en tu poder? Puedes anunciarlo en Twitter, mencionándome (soy @CuadernodeLuis). Será divertido ver hasta dónde ha llegado.

Multas y candados, Zoido y Puigdemont


Estos días se está montando el nuevo gobierno de don Mariano Rajoy y desmontando el antiguo. Todas las miradas están puestas en los nuevos cargos, a ver quiénes son, qué dicen que piensan, qué han hecho antes (lo que de verdad importa), etcétera. Nos puede la curiosidad.

El nuevo ministro de Interior jurando el cargo.

Una de las novedades ha sido el ministro de Interior (que no del interior), don Juan Ignacio Zoido, que es del PP (normal) y que antes de dedicarse a la política se había dedicado a la judicatura. Tiene 59 años, ha sido alcalde de Sevilla entre 2011 y 2015 y dicen de él que es un católico de los de antes, de viejo cuño, además de cofrade (en Sevilla) y aficionado a los toros, un perfil previsible por su condición de sevillano conservador. Mientras que el ángel de la guarda del anterior ministro se llamaba Marcelo y ejercía no sólo de guardia de corps, sino también de aparcacoches, el del nuevo ministro permanece en un discreto segundo plano y no se ha dado a conocer. 

El antiguo ministro de Interior entrega la cartera del ministerio a su sustituto.
¿Es cierto que Marcelo viaja en el interior de la cartera, como dicen?

Su nombramiento ha sido una sorpresa, pero más pronto que tarde han surgido airadas voces que protestaban por el nombramiento. Nada que nos tenga que sorprender, porque esas voces venían de los partidos de la oposición. Es su derecho y su deber criticar al gobierno, y esta vez recordaron una fea decisión del señor Zoido cuando ejerció de alcalde. Es bueno recordarla.

Durante su mandato se publicó una Ordenanza Municipal de Limpieza Pública y Gestión de Residuos Municipales, que imponía multas (que podían llegar a los 750 euros) a aquéllos que fueran sorprendidos rebuscando en los contenedores de basura de la ciudad. La medida fue muy mal recibida y ampliamente criticada. Con razón, añado, porque semejante multa no hace más que echar sal sobre la herida de la pobreza. Así lo interpretaron las asociaciones que luchan contra la pobreza en Sevilla, los servicios sociales y el propio Defensor del Pueblo de Andalucía.

La pobreza es fea y desagradable, pero es una realidad.
No se combate ocultándola o poniéndola más difícil.

El señor Zoido tuvo que dar marcha atrás, a su manera. Se modificó la ordenanza y la guardia urbana de Sevilla, si pillaba a un pobre rebuscando en la basura, le daba a elegir entre pagar la multa de 750 euros o recibir atención social. Más concretamente, de acuerdo con la legislación (sic), la modificación de la ordenanza dispone que se pueda sustituir la multa por (cito) sesiones de atención individualizada con los servicios sociales municipales, o por cursos en los que se informará a las personas afectadas de las posibilidades de que las instituciones públicas y privadas les ofrezcan apoyo y asistencia social. Luego añade que (vuelvo a citar) los agentes de la autoridad, detectada la infracción contactarán con los servicios sociales municipales al objeto de que por los mismos se activen los recursos sociales existentes, de conformidad con el contenido de los planes y programas municipales en vigor.

Así quedó la cosa después de la metedura de pata del señor Zoido en 2014 y no sé cómo está ahora. Quizá siga igual. La crítica a su nombramiento señala un hecho (no un dicho) que es bastante feo (e irracional) y que fue resuelto con mayor o menor fortuna, como acabo de explicar. Señalar esta acción en el currículum del ministro es una crítica razonable y justa. ¡Para algo está la oposición, caramba! Pero, ojo, también es cierto que algunos han echado leña a la demagogia recordando el asunto de los contenedores. 

Tal es así que algunos de los que ahora se llenan la boca con los contenedores del señor Zoido son los republicanos de ERC y los pedetes del PDECAT, que eran todavía convergentes de CDC al ser elegidos diputados. Que estos personajes critiquen tan fervorosamente al gobierno por el asunto de los contenedores me parece francamente inoportuno y diré por qué. Por una sencilla razón: el presidente de la Generalidad de Cataluña, al que apoyan ambos partidos, hizo lo mismo (y algo más) siendo alcalde de Gerona y lo que ERC y el PDECAT afean al señor Zoido (con razón) no lo afean al señor Puigdemont (y no veo por qué no). 

El alcalde Puigdemont defendiendo el uso de candados en los contenedores para impedir que los pobres rebuscar entre la comida que los supermercados echaban a la basura, en 2012.

Ya traté este asunto en El cuaderno de Luis hace unos años, aquí mismo, cuando nos preguntábamos quién era el nuevo presidente Puchi (Puigdemont). El artículo es largo, pero muestra que el caso del señor Zoido es perfectamente comparable al del señor Puigdemont, y hasta se diría que éste supera al sevillano, porque se ha esforzado más y durante más tiempo... y no ha rectificado. En ese texto mío, hablo del dinero público destinado a comedores sociales en Gerona (una vergüenza), pero también de esto otro, de los contenedores. Copio dos párrafos de entonces, al tuntún, que siguen siendo válidos hoy mismo. Allá van:

[...] En 2012 se inició un plan piloto capitaneado por Puchi y su fiel regidor de Servicios Sociales, el señor Berloso, otro que tal. Un convenio firmado con las cadenas Bonpreu, Condis y Novavenda puso en marcha la idea de cerrar con candados los contenedores de materia orgánica, para que los pobres no tuvieran acceso a la comida que tiraban a la basura los supermercados. [...]

[...] El Ayuntamiento de Gerona no sólo expulsa a los pobres de los alrededores de los contenedores, sino que Puchi ordenó expresamente multar a mendigos y vagabundos sorprendidos en las calles de la ciudad con multas de 100 a 200 euros. [...]

Contenedores con candado en Gerona.
El Ayuntamiento de Gerona no dispone de comedores sociales públicos.

Etcétera. Hay mucho que decir sobre los servicios sociales en la Gerona de Puigdemont, y poco bueno. Los hechos muestran un desinterés absoluto por la pobreza y un afán en ocultarla. Ahí están.

Si tan malo es darle un cargo público al señor Zoido, si tan inadecuado es otorgarle la responsabilidad de ser ministro por eso que hizo en Sevilla (que, repito e insisto, fue una barbaridad), tanto o más inadecuado será que el señor Puigdemont tenga un cargo público como tiene, ¿no? Vamos, digo yo. En lógica, si A es x y x implica no ser apto para un cargo público, A no será adecuado para un cargo público, tanto da si A=Zoido o A=Puigdemont.

Con una pequeña diferencia. O no tan pequeña. El señor Zoido tuvo que rectificar (por la fuerza, si quieren), pero el señor Puigdemont (y sus sucesores en Gerona) no ha rectificado todavía. Y ahí está. No diré más.

Día Mundial de la Filosofía


La mayor parte de los años tienen 365 días y si un día celebramos esto y otro día, lo otro, nos quedamos sin días en un pispás. De hecho, no sería de extrañar que un mismo día se celebrara una cosa y la contraria. Vayan contando días mundiales: del padre, de la madre, del tío segundo, del cuñado, de tal enfermedad (y mira que no hay enfermedades...), del Orgullo Friki, del trabajo, de la mujer trabajadora, de la mujer en general, de la papiroflexia, la entomología, la gimnasia... Sumen fiestas locales y populares, santos patronos, días nacionales, fiestas mayores y demás. El calendario se nos acaba en un abrir y cerrar de ojos.


En medio de esta fibre de días mundiales, en 2002 la UNESCO declaró Día Mundial de la Filosofía el tercer jueves de noviembre. Es decir, que hoy, 16 de noviembre de 2016, toca celebración filosófica. 

La Iglesia Católica, en cambio, prefiere el 26 de abril, cuando se rinde homenaje a San Isidoro de Sevilla (cartaginés, por más señas), que es considerado patrón de las Humanidades en general y de la filosofía en particular. Bueno, una cosa no quita la otra y los creyentes pueden celebrar la jornada laica sin caer en pecado y los que no creen, la fiesta patronal sin pasar por beatos. No veo por qué no, mientras den de comer y beber.

Mis lectores ya saben que soy el autor de una historia de la filosofía en tono jocoso y sinvergüenza, que se apoya en las manías y excentricidades de algunos de los más grandes pensadores de la historia. Demócrito decía que si no puedes reírte de algo, no es serio, y a eso voy. Han de saber que la filosofía es un asunto muy serio y que honrarla y recordar que existe es una muy buena idea. ¿Qué sería de nosotros sin la filosofía? 

La filosofía nace contra el mito y se opone a la creencia sin sentido (es decir, sin asiento en la realidad). Se ha convertido en (y es, de facto) un saber colectivo, y esto tendré que explicarlo mejor. Quiero decir que uno expone su teoría y la somete a la crítica de los demás. Si no se comparte esa teoría, si no acepta la crítica, si no la argumenta, si no la contrasta... entonces no puede estar haciendo filosofía. No vale un acto de fe ciega, sino el razonable y sano escepticismo. Tampoco vale dejarse llevar por las palabras y jugar a ver quién la dice más gorda. El saber se construye y se pone a prueba entre todos. La afición al saber (eso quiere decir filosofía) exige prescindir de la creencia y preguntar qué hay de cierto en ella y fuera de ella; pide, incluso, cuestionar la certidumbre misma.

De ahí surge la ciencia y el pensamiento crítico y en esa larga batalla se alumbrarán los derechos del hombre (varón y mujer). Se verá por qué el derecho a expresarse libremente es el principal de todos los derechos, porque sin él es imposible filosofar y mostrar y defender los demás derechos sin emplear la fuerza bruta. Aunque esto que he dicho podría discutírmelo un filósofo, que para algo está. La cuestión es que, a juicio de quien escribe, filosofía y libertad van de la mano y no se concibe una cosa sin la otra. Sólo por eso, vale la pena celebrar que tenemos filósofos. Tendría que ser una fiesta, una gran fiesta.

Crece la colección de historias torcidas


Foto publicada por Principal de los Libros.

La editorial Principal de los Libros celebra la publicación de un título más de su colección Historia Torcida. El nuevo título se publicará en dos volúmenes y será la Historia torcida de la Filosofía. La fecha de publicación del primer volumen es hoy mismo, 16 de noviembre de 2016, y su autor es quien esto escribe, Luis Soravilla.


Es que no me acuerdo si ya lo había dicho antes, pero, por si acaso, lo repito. A  ver quién es el primero en verlo en la mesa de novedades de una librería, que ya tengo ganas.

¡Sale esta semana!



Aunque podía encargarse por internet (aquí, por ejemplo), la primera parte de la Historia torcida de la Filosofía sale a la venta este miércoles. Oficialmente, quiero decir. Quizá alguna librería...


En cualquier caso, ¿quién será el primero en verla en una mesa de novedades?


De nuevo, contando manifestantes


El escenario de la manifestación.

Es una manía que me da a menudo y que me procura discusiones sin cuento. A alguien se le ocurrió pensar que la avenida María Cristina, entre las fuentes luminosas y las torres venecianas, caben 80.000 personas. Se basan en un cálculo que expongo a continuación: 

La superficie ocupada por la manifestación ocupa aproximadamente 300 metros de largo por 90 de ancho. Es decir, 27.000 metros cuadrados. Pero hay fuentes y parterres que los manifestantes no pisan, zonas valladas al lado de los pabellones que no se ocupan, la misma base de las torres venecianas... Se trata de una superficie total de 11.000 metros cuadrados (la he medido). Así que los manifestantes sólo pueden pisar 16.000 metros cuadrados. 

Ojo al dato, que son 16.000 metros cuadrados.

Ayer se organizó una manifestación para que los que faltan a las leyes con la excusa del prusés no vayan a juicio ni resulten culpables por lo que han hecho. Vinieron unas 10.000 personas en autocares del territori (i.e., de provincias o de pueblo, eufemismo) y llenaron esos 16.000 metros cuadrados que digo con la ayuda de algunos manifestantes de la capital. Esa cifra de 10.000 invitados se deduce de los datos proporcionados por la organización de la manifestación, que asegura haber fletado 170 autocares para la ocasión.

La Guardia Urbana estimó unos 80.000 manifestantes, lo que implica que se apretujaron cinco manifestantes por metro cuadrado. Esa estimación es la media (i.e., número de manifestantes por superficie ocupada, de toda la manifestación), pero en una manifestación cualquiera la concentración crece en el centro, decrece en los extremos y es mínima hacia el final, lo que implica que en un 5, un 10, un 20 o quizá un 30% de la superficie (dependerá de cada caso) la concentración podría llegar a ser de dos a tres veces la concentración media. Según la Guardia Urbana, en algún lugar del meollo de la manifestación se habrían apretado más de diez manifestantes por metro cuadrado. Si esto es imposible, la media de cinco personas por metro cuadrado también lo es (piensen en una distribución normal de la concentración de manifestantes y verán por qué).

La gente que calcula los efectos de las concentraciones humanas sabe que las cifras son otras. Por fuerza. En una manifestación que camina (no es el caso) la concentración media no puede llegar a la persona por metro cuadrado. Atención, la media. Si camina muy lentamente y no toda ni todo el rato, llega a una persona por metro cuadrado, pero no va más allá, no puede ir más allá. Dos personas por metro cuadrado de media es un lleno total y absoluto, un abarrotamiento que impide el movimiento de los manifestantes (excepto en los extremos, donde la gente se suma a la manifestación o la abandona). Tres es una locura y cuatro es, técnicamente, peligro de avalancha. Cinco implica un alto riesgo de muerte por aplastamiento o avalancha, no exagero. Eso dicen los manuales de Protección Civil. Ustedes mismos.

Aquí se aprecia la gradación de la densidad de manifestantes. En el margen derecho inferior, menos de una persona por metro cuadrado. A medida que nos adentramos en el meollo, crece la concentración. En algún punto (no en toda la superficie) se cuentan más de dos personas por metro cuadrado, pero la media no pasa de dos. Es medir y contar.

En la manifestación del domingo, a las fotos me remito, la concentración en la cabecera de la manifestación (el meollo) podría admitirse de dos personas por metro cuadrado. Más atrás y en los extremos se podía caminar, saltar, agitar banderas... Siendo optimistas y generosos, saldría una media (insisto, una media) de más de una persona por metro cuadrado. ¿Unos 20.000? Pongamos que sí, que eran 20.000, yo apuesto por eso. ¿Más? En ningún caso puede ser realista una cifra por encima de 24.000 personas.

El mismo escenario, la misma cantidad de gente. Aquí se ha fotografiado el meollo de la concentración, donde es máxima. La media de esta zona se acerca en algún punto a las tres personas por metro cuadrado, pero no va más allá.

Hace unos años, la Roja (la selección de fútbol de España) ganó un Campeonato del Mundo y los hinchas se reunieron en el mismo lugar para verlo y celebrarlo. Ocuparon el mismo espacio y con la misma densidad que los manifestantes del domingo. Los más optimistas hablaron de 75.000 aficionados concentrados en el lugar. Qué barbaridad. Imposible. Ni entonces ni ahora. De hecho, la Guardia Urbana rebajó la cifra a menos de 20.000. Ésa me parece una cifra correcta.

¿Qué se deduce de todo esto? Elijan ustedes mismos lo que dicta la lógica.

1) La enseñanza de las ciencias y las matemáticas es un asunto pendiente en nuestro sistema educativo.
2) No somos críticos, sino que creemos lo que queremos creer y lo que no nos gusta, no lo creemos. Los aficionados al fútbol y al prusés exageran a ojos vista.
3) Las autoridades dan por sentado que un aficionado al fútbol ocupa cuatro veces más espacio que un manifestante procesionista.
4) Habrá que considerar seriamente cobrar entrada para manifestarse. Lo recaudado podría emplearse para financiar la educación, la cultura, la sanidad pública o qué sé yo, cosas que, entre el fútbol y el prusés, hemos olvidado.
5) Todas las anteriores posibilidades tienen algo de verdad y a usted le corresponde dilucidarla.

¡Samba! (Gran Premio de Brasil 2016)



La de ayer fue una carrera emocionante porque no sabías qué iba a pasar. También porque algunos pilotos dieron un recital (por ejemplo, Verstappen, que quedó tercero). Siguiendo la costumbre, ganó un Mercedes-Benz (Hamilton), seguido de otro Mercedes-Benz (Rosberg) y el Campeonato del Mundo de Pilotos se decidirá en la última carrera. El de Marcas hace ya tiempo que se decidió. Un Ferrari se salió de pista en una recta (Raikkonen) y el otro quedó quinto. Hubo trompazos a destajo y el automóvil de los comisarios visitó la pista varias veces. ¡La carrera duró más de tres horas! La razón de tanta incertidumbre y tanto incidente es que llovió a mares. Si no hubiera llovido, ¿qué habría sucedido?

Como una bolsa de caramelos



Aunque me gusta mucho conducir, los viajes en tren tienen su encanto, porque el viaje se pasa leyendo. Subo con una bolsa llena de libros. Libros para mis sobrinos, para mi hermano. También para el viaje. Normalmente, uno que estoy leyendo y otro más por si lo acabo durante el viaje de ida o de vuelta. Tomo asiento. Tengo por delante una hora y cuarto con la única y exclusiva misión de leer eso que traigo conmigo. Abro la bolsa como un niño abre una bolsa llena de caramelos. Me alegra decir que mis sobrinos abrirán los libros que les llevo con la misma ilusión. He de confesar que es en los trenes donde más disfruto de la lectura, mecido por el traqueteo.

Manual para mujeres de la limpieza



Voy a confesar algunas de mis manías como lector. Una, odio la mayor parte de las introducciones, aquéllas en las que alguien me dice cómo tengo que interpretar una obra y me explica con pelos y señales por qué es buena y por qué tengo que leerla. Agradezco (especialmente en libros clásicos) una introducción histórica, que me ayude a situar al personaje en el tiempo y conocer sus circunstancias, pero que me digan qué tengo que sentir al leer la obra que viene después, no. No y mil veces no. La segunda manía es más pedante, si quieren llamarla así. Cuando mucha gente dice que tal obra es muy buena... desconfío. Algunas veces ésa es razón suficiente para no leer un libro. De hecho, cuando unas determinadas personas que no citaré me dicen que tal obra es bonísima, huyo de ella como del diablo. Y cuando me dicen que es un rollo, me intereso. Este termómetro acierta siempre.

Digo esto porque todo el mundo hablaba bien del Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin, editado por Alfaguara, una colección de relatos de una autora estadounidense prácticamente desconocida en España. Además, el libro comienza con dos introducciones (no una, dos) de literatos americanos que la conocieron en vida y que no ahorran piropos para su prosa (al tiempo que nos dicen eso que odio tanto, cómo interpretarla, como si la obra no pudiera explicarse ella sola). ¡Dios mío...! ¿Qué hice? 

¿Qué podía hacer? Leerla.

Pero sólo leí las introducciones sólo después de haberme leído el libro entero. Como sospechaba, están escritas con la mejor de las intenciones, pero me parecen prescindibles por las razones que he expuesto, que son muy personales y que ustedes no tienen por qué compartir. Así que me salté las primeras páginas y me puse a leer los relatos de Lucia Berlin, sin más. 

Lucia Berlin.

Al grano, que Lucia Berlin escribe como quiere, la mar de bien. Tiene una técnica impecable que consigue lo que pretende. Es seca, concisa. Escribe desprovista de adornos superficiales. Su narrativa tiene el aire clásico del pulp fiction americano y bebe de una tradición literaria muy singular, que en Europa apenas conocemos como se debería conocer. Aunque sus relatos son autobiográficos y no hacen más que hablar de ella misma y de sus circunstancias, no hay que olvidar que son obras de ficción y como ficción funcionan maravillosamente bien. Berlin es capaz de presentarnos una situación sórdida y desesperada sin compasión, tal cual, pero también y al mismo tiempo provista de una inesperada poesía. La belleza surge cuando menos la esperas, como la tragedia o la comedia. Son inseparables. 

Girando siempre sobre lo mismo y los mismos, los relatos de Lucia Berlin pueden leerse como si todos juntos formaran una novela. Sé que ésa no era la intención de la escritora, pero es el resultado de su trabajo, así reunido. Pero también todos y cada uno de los relatos son, en su propia individualidad, como una pieza de relojería que hace lo que tiene que hacer.

Recomiendo la obra, sin duda. 

¡Mi libro ya está en casa!


Ayer, pasado el mediodía, llaman a la puerta. Me traen un paquete. Firme aquí...




En esta última instantánea, la criatura con su mamá.
Pesa 615 gramos y tiene todas las páginas.
Espera un hermanito el año que viene.

Trump y las artes adivinatorias


El señor Trump, señalando a uno y otro lado.

La victoria electoral de Donald Trump ha puesto contra las cuerdas a parte de las artes adivinatorias. Muchos que pronosticaron la victoria de la señora Clinton han tenido que comerse sus palabras y, como todo el mundo sabe, la memoria suele ser indigesta. Por eso mismo, los tertulianos de turno se dividen en dos grandes grupos: los que dicen yo ya lo dije (mentira), yo ya lo sabia (qué iba a saber), se veía venir (pues tú ibas ciego, entonces), etc., y los que cargan contra la demoscopia con argumentos como la novedad del voto oculto (de novedad, nada), por ejemplo. Vienen a decir que los expertos en demoscopia aciertan tanto como acertaría un mono (luego hablaremos del mono).

Evolución de las búsquedas en Google de "trump wtf".
Algo así como "¡¿Qué coño Trump?!", y perdonen.

Es todo falso. Los expertos de verdad saben qué tipo de encuestas han acertado y por qué. Si el encuestado responde a un cuestionario, suele decir más verdades que si responde a una persona que le pregunta. Si la cocina de los resultados es buena (valorando la memoria del voto y la tendencia recogida en anteriores elecciones por votantes de características similares, por ejemplo), la previsión suele ser buena. Y ahí duele: si la encuesta está bien hecha y cuenta con los medios adecuados, se hace sin prisas, etc., suele acertar. Pero, claro, cuesta dinero y los medios (i.e., los periódicos, radios y televisiones) son unos tacaños. Resultado: en vez de medios, son mediocres. 

El mono chino ante el dilema electoral.
¿El mono se comporta como los votantes o los votantes como el mono?

Es ahora cuando viene lo del mono. ¿Se acuerdan del pulpo Paul? ¡En gloria esté! Pues no es el único bicho dotado de capacidades adivinatorias. En China, le preguntaron a un mono... ¡y el mono acertó! ¿Quién ganará, Clinton o Trump? El mono se lo pensó un poco y corrió hacia la figura que representaba a Trump, para obsequiarle con unos achuchones. Acertó.

El pececito indio dudando con cuál quedarse.
Como tantos votantes, supongo.

No fue el único. En la India, un pececito tuvo que escoger entre ambos candidatos. Le dio un golpecito a uno, luego al otro... y escogió finalmente a Donald Trump. Acertó.

¿Cuántos animales predijeron una victoria de Clinton? Ahora nadie recuerda ninguno. Pero los hubo, ¡claro que los hubo! Y en las tertulias, unos cuantos. En los gabinetes de astrología, también. Y aquí viene el ejemplo que me está proporcionando unas risas, que nunca vienen mal. Una astróloga célebre (eso me dicen, que es célebre) predijo la victoria de la señora Clinton. Los astros no mienten, afirmó, y dicen que ganará. ¿Qué pasó? Que no ganó.

Una de las cartas astrales de Donald Trump.
Salta a la vista que los astros se mueven y esto no hay quien lo pille.

Obligada a dar explicaciones por su fallida predicción, la astróloga dijo que la culpa no había sido suya. Los astros nunca mienten, insistió, pero se movieron en el último momento. ¡Ahí es nada! Se movieron justo al final. Qué cosas... Es lo que pasa, que los astros no están nunca quietos y una tiene que andar con ojo. Pero el personal insistió y se le preguntó a la astróloga cómo es que no los había visto moverse. Una buena pregunta. Me dormí, reconoció una compungida astróloga, y no pude ver que se movían. Ah... Vale. Pero, señora, ¿los astros no se mueven, normalmente?

Éste es el nivel. Las artes adivinatorias tiemblan ante la estupidez del género humano (y quizá se nutran de ella). Me sorprende que todavía no se considere seriamente la posibilidad de que millones de personas sean, en efecto, estúpidas y obren estúpidamente y en consecuencia. A mi entender, es un fenómeno comprobado no sólo ahora, sino a lo largo de toda la historia y en todas partes más o menos igual. Nosotros, doy fe, tampoco nos libramos de la maldición. La estupidez es un hecho incontestable que merece ser medida estadísticamente y cuanto antes, mejor.