Detrás de la Historia torcida de la filosofía


En noviembre, el primer volumen de mi Historia torcida de la filosofía verá la luz. 

He dicho mi, pero quizá debería decir nuestra. Porque un libro, cualquier libro, es una obra colectiva.

A ver, yo soy el autor. Lo he escrito yo. Faltaría. Soy responsable de todas y cada una de las letras que aparecen en el texto. Hasta de las faltas de ortografía, ya puestos, porque escribo con el corrector desconectado. Nada me da más rabia que una máquina me corrija cuando escribo.

Sí, yo soy el autor, pero hay mucha gente detrás de un libro.

Tengo, por ejemplo, a Piluca, mi agente (de la agencia literaria Página Tres, www.paginatres.es), que negoció las condiciones de mi contrato y que va por ahí con mis manuscritos bajo el brazo, para ver si alguien quiere publicarme. Que tenga fe en mí y en mis obras es algo que todavía me produce asombro. Mi primer libro se publicó gracias a la agencia literaria de Antonia Kerrigan, que también confió en mí y a la que le estoy muy agradecido desde entonces. Luego salté a la agencia de Lola Gulias (hoy editora en Planeta) y aquí me tienen, con Piluca, hoy mismo. A todas, lo digo de corazón, gracias.

Luego está Joan Eloi Roca, editor de Principal de los Libros (www.principaldeloslibros.com) que me llamó un día y me hizo una propuesta deshonesta. Luis, tienes que escribirme un libro, me dijo. ¿Quién? ¿Yo?, respondí, azorado. Si no sabes cómo escribo, añadí. No conseguí convencerle de mi poca valía. Él, erre que erre, quería que yo le escribiera un libro y al final cedí y me vi envuelto en la aventura de tener que escribírselo. Ya lo sé, ya lo sé, los cursos de promoción personal dicen que no seguí el mejor camino para conseguir un trabajo... pero así fue, así comenzó un libro en clave de humor sobre la historia de la filosofía. Eso fue a principios de verano del año pasado.

Joan Eloi es un tipo fenomenal, con sus más y sus menos, como todo el mundo. Me dejó a mi aire. Haz lo que quieras, vino a decir. La Historia torcida de la filosofía sería un título de una colección de historias torcidas y había de tener el tono de esa colección. Ése era el único condicionante y los demás, los que yo me puse a mí mismo.


Un año más tarde, el primer manuscrito de Historia torcida de la filosofía estaba en manos del equipo de Principal de los Libros. Algunas escenas provocaron la risa de los lectores (era lo que pretendía), pero el libro necesitaba pasar por un proceso llamado editing. Todos los libros, sin excepción, pasan por un editing. En ese proceso, el editor llama al autor, sostiene con él una charla y el autor regresa a casa con el manuscrito bajo el brazo y el rabo entre las piernas. El manuscrito asoma lleno de sugerencias, correcciones, supresiones, añadidos, anotaciones y demás señales de todo tipo, en color rojo, para que se vean y duelan más. 


Empleo un tono tragicómico, pero quiero señalar que el público cree que el autor escribe un libro y ya está, y no es así. El trabajo no acaba ahí. El libro es sometido a un durísimo examen (el editing) y ahí se ve si un editor es bueno o no lo es, si el autor puede o no puede con el libro. En el mejor de los mundos posibles, el editor propone u observa, el autor toma nota, regresa al texto y lo devuelve mucho mejor de como estaba. En el peor, el editor tendrá que arremangarse él mismo y escribir lo que el autor no puede o no sabe.


En este caso, la edición fue doble. Por un lado, Joan Eloi Roca; por el otro, Javier Traité, autor de otras historias torcidas y director de la colección. Este último, como ha pasado por mis apuros siendo autor él mismo, contempla la obra desde otra perspectiva, también necesaria. De los dos he aprendido mucho y los dos me han ayudado a mejorar el texto. A mejorarlo mucho, añado. En eso he pasado todo el verano, hasta llegar a principios del otoño, a darle vueltas (con entera libertad) a lo que me habían dicho, a lo que habían observado y a lo que habían propuesto. ¿Qué puedo decir? Que les debo mucho, que les estoy muy agradecido y que espero no haberlos defraudado.

Este impresentable soy yo mismo mismamente.

Vale. El texto ya está. El trabajo del autor se reduce, ahora, a dar el visto bueno a las galeradas (que siempre hay que revisar con suma atención, háganme caso los autores) y a comentar la portada (que me pareció perfecta). Lo de la fotografía para la solapa fue un problema, porque no suelo, ni suelen, fotografiarme, tan feo soy, pero dimos con una fotografía en la sala de armas que cumplía con el expediente y quedaba muy bien en el contexto de una historia torcida. Al verme ahí con el sable, supongo que los críticos se lo pensarán dos veces antes de hablar mal de mi libro. (Vana ilusión, ¿verdad?)


Ahora viene una parte más complicada, la promoción. Hay que hablar del libro, hay que darlo a conocer, hay que darme a conocer... A mí, precisamente. En fin, todo por la patria y un porcentaje de las ventas... Hoy están todos en Frankfurt, mi agente, mis editores... Unos comprando y otros, vendiéndome. Frankfurt es la feria de ganado de los escritores, a tanto el manuscrito, por si no lo sabían. Cuando regresen, nos vamos a poner en serio con eso de la promoción.

Luego están los amigos y conocidos. Cuándo sale, dónde será la presentación, si les firmaré un ejemplar (pues, claro que sí), etcétera. Tengo que decir que sin el apoyo de algunos de ellos, yo no estaría escribiendo, y lo digo sabiendo que no son conscientes del daño tan grande que han hecho al mundo de las letras. Lo siento.

Por lo tanto, resta mucho que agradecer a todos. Joan Eloi, Claudia, Elena, Cristina, Javier... de Principal de los Libros; Piluca, mi agente; mis amigos y conocidos; los que fueron mis profesores de filosofía, que cuando salga el libro y lo lean se estirarán de los pelos... En fin, va por todos ustedes. Gracias.

Después de este rollo, si no me compran el libro pillo un berrinche. Así lo digo.


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