El gran batacazo


Nietzsche dijo que la historia (occidental) debe mucho a dos ataques de apoplejía, el de San Pablo y el del Lutero. Los dos, con mil quinientos años de diferencia, año más, año menos, se cayeron del burro (técnicamente, del caballo) después de ver luces y oír voces que venían de no se sabe dónde. Luego pasó lo que pasó, pero ahora resulta que la historia (nuestra historia) debe mucho más a otra caída.



El primero de nuestros antepasados era un mono torpe, que un mal día se cayó del árbol y se dio un batacazo de padre y señor mío. Sobrevivió y engendró descendencia. No queda claro si ya era listo antes de caerse de arriba abajo o si tuvo que espabilarse al descubrir que lo suyo no era andarse por las ramas. Ni lo sabemos ni lo podremos saber, pero sí que resulta evidente que el azar es nuestro padre y la estupidez, nuestra madre. 

Nuestro antepasado fue el hazmerreír de los demás monos. Era el tonto que se pasaba más tiempo por los suelos que encaramado en las alturas. Pero, y aquí interviene la casualidad, esa desventaja temporal se convirtió en una ventaja evolutiva cuando todos se quedaron sin selva. 

Algo de ese mico quedó en nuestra sangre. Ahora dicen en nuestros genes, pero ya me entienden. Algo quedó, decía, y los primeros homínidos seguían añorando las ramas allá en lo alto. De ahí viene, seguramente, nuestra afición a querer partirnos la crisma practicando el alpinismo, emulando a los pájaros con aviones, globos y paracaídas y, cómo no, con esa inclinación que tienen los niños a subirse al primer árbol que se lo pone fácil. 

Pero ¡cuidado! ¡Todos somos hijos del mono torpe! Nos subimos a una escalera y acabamos en el suelo más mal que bien. Los becarios de Leonardo da Vinci pueden corroborar con sus huesos rotos lo mal que se nos dan las alturas. Lucy se cayó de lo alto de un árbol y se mató.

Lo de Lucy tiene miga. Es (era, perdón) una hembra de Australopithecus afarensis que vivió hace aproximadamente 3,2 millones de años en Etiopía. Era bajita (un metro con diez centímetros), pesaba alrededor de 27 kg, tenía un cerebro como el de un chimpancé y lo más importante, caminaba. Fue bautizada como Lucy en honor a una canción de The Beatles y ahora resulta que se mató al caerse de un árbol, dicen los paleontólogos, después de examinar sus huesos con mucho cuidado.

Digan lo que digan los periódicos, Lucy no es nuestra antepasada. Los australopitecos se apartaron de otros homínidos, se fueron por su cuenta y se extinguieron, mientras otros homínidos sobrevivieron y se convirtieron en nuestros bisabuelos. Pero, sí, somos primos lejanos y compartimos tanto la afición de mirar hacia arriba como la de caer hacia abajo. Con la invención de los esmarfones, estamos perdiendo la costumbre de alzar la vista, pero lamento señalar que la afición a darnos grandes batacazos persiste. Quedan avisados.

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