Cuando Blücher se cayó del caballo


Una visión romántica del lance en que se vio envuelto el mariscal Blücher.
Von Nostitz aparece con uniforme de ulanos.

Dos días antes de la batalla de Waterloo, los franceses se batían en Quatre Bras con los batallones británicos, belgas, holandeses y alguno que otro alemán mientras los prusianos resistían en Ligny y las orillas del Ligne. La idea de los aliados era sumar sus fuerzas, para mostrar su superioridad numérica en el campo de batalla. La idea de Napoleón era, por supuesto, impedirlo y derrotarlos en detalle, ahora a uno, ahora al otro. 

Un retrato contemporáneo del mariscal.
Aquí lo pintan joven, que tenía más de setenta años entonces.

El 16 de junio de 1815, Napoleón en persona se enfrentaba al mariscal Blücher. ¡Vaya personaje, el mariscal! Había luchado en la Guerra de los Siete Años como oficial de húsares y húsar iba a seguir siendo toda su vida. Nunca nadie pudo decir de él que era un cobarde. No evadía la pelea y se lanzaba a por todas a la que uno lo dejaba al mando. Era uno de esos generales que, cuando pintan bastos, se planta delante de los suyos, blasfema como sólo un húsar sabe blasfemar, escupe a un lado, desenvaina el sable, carga contra el enemigo, y arrastra a todos tras de sí, que corren para evitar que el Viejo (así lo llamaban, afectuosamente) se haga daño. 

El apodo de Viejo tiene una razón de ser: en Ligny tenía 73 años a cuestas y seguía encantado de conocerse, dándole al vino, diciendo lo que pensaba sin medir las consecuencias, perdiendo fortunas con los naipes, pellizcando el culo de las mozas y odiando profunda y visceralmente a los franceses, tanto que cuando se reunía con Wellington se negaba a hablar en francés y el duque tenía que pedir un traductor. ¿Alguno sabe alemán, de por aquí? Que el mariscal sigue enfurruñado.

En Ligny comenzó bien, resistiendo, pero se torció el asunto, porque Napoleón rescató el genio que llevaba dentro y enderezó la batalla a su favor. En el flanco izquierdo prusiano se tiraban con mosquete y cañón, pero de lejos, tanteándose. En el flanco derecho, en cambio, se vieron obligados a defenderse de todas las maneras y allá iban consumiéndose sus reservas. El IV Cuerpo de Ejército seguía perdido por las carreteras de Bélgica y de repente, casi al anochecer, el Estado Mayor prusiano se dio cuenta de la trampa en que había caído. 

Creían haber asegurado Ligny, en el centro de la línea de batalla, pero ahora estaban todas las reservas agotándose en otra parte y de repente Napoleón ataca con los batallones de infantería de la Guardia Imperial y unidades de caballería pesada, apoyadas por docenas de cañones. El emperador en persona, a caballo, dirige las tropas al centro de la línea. Ligny cae, no iba a caer, y se hunde todo el tinglado prusiano.

El mariscal Blucher acude al lugar, a ver qué pasa. A la que asoman todos los generales en una pequeña elevación vecina a Ligny, les saluda una bala de cañón que no debería haber llegado hasta ahí. Se lleva por delante la mano izquierda del señor oficial de enlace británico y convence al mariscal del peligro al que se enfrenta. Si los franceses rompen el centro, la batalla está perdida. Ahora mismo, la única oportunidad que tiene para detenerlos es un rápido contraataque con la caballería que le queda más a mano y no se lo piensa dos veces. Desenvaina el sable, escupe a un lado, dice al general Roeder que le siga y ¡allá va! ¡A la carga!

El mariscal en apuros y von Nostitz al rescate.
Aquí von Nostitz viste uniforme de húsares.

El general tiene a su disposición el 6.º Regimiento de Ulanos y el 1.º de Dragones de Westfalia, a los que pronto se sumará un regimiento de cazadores a caballo de la reserva. Los ulanos caen sobre la caballería pesada de la Guardia Imperial, que se retira tras la infantería. La infantería, formada en cuadro, los deja pasar de largo y de repente se encuentran los ulanos a solas con varios regimientos de coraceros franceses. Los ulanos quedan hechos trizas. La carga fracasa y Blücher en persona, ahora sí, intenta salvar los papeles lanzándose a la melée a la cabeza de los dragones de Westfalia y todo su Estado Mayor, que corre tras él temiendo que el Viejo pueda hacerse daño.

¿Qué ocurre? ¡Qué va a ocurrir! Lo que todos temían. Una carga tras otra, la caballería prusiana se estrella contra las bayonetas de la Guardia Imperial y cuando es evidente que no podrán ir más allá, se les echa encima la caballería francesa. ¡Retirada! 

Von Nostitz acude en ayuda del mariscal...
...y viste otro uniforme.

En ésas, justo en ese momento, una bala de mosquete mata al caballo del Viejo. El caballo se desploma y el mariscal queda con la pierna atrapada bajo el noble animal. Comienza a renegar, a protestar, a pedir que lo saquen de ahí, y acude a la llamada el conde von Nostitz, uno de sus ayudantes. Sólo descabalgar, pam, se queda también él sin caballo por culpa de otro mosquetazo francés. A pie, con el mariscal blasfemando a sus pies y los coraceros franceses que se acercan a paso de carga, se quita el capote y tapa con él al Viejo. Para que no le vieran las medallas, dirá después de la batalla, aunque uno sospecha que lo hizo para acallar la bronca del mariscal. 

 Von Nostitz, vigilante. Él y el mariscal empuñan pistolas, mientras los coraceros franceses, al fondo de la imagen, pasan de largo, sin saber lo que se están perdiendo.

Llegan los coraceros, pasan de largo. ¡No los han visto! Tenían prisa. Caramba, qué suerte, suspiran los apurados. Nostitz no se lo cree y el mariscal sigue rogando que lo saquen de ahí. A lo lejos, lo que queda de la caballería prusiana se ha reorganizado y contraataca, para cubrir la retirada. Los coraceros franceses no se arriesgan y se retiran en buen orden. Se acercan al mariscal ¡y vuelven a pasar de largo! 

El rescate del mariscal, según una pintura patriótico-romántica prusiana.
Los ulanos tiran del mariscal y casi podemos oír las palabrotas mientras franceses y prusianos se regalan sablazos a tiro de pistola del lugar de los hechos.

Es entonces y sólo entonces que von Nostitz puede llamar la atención de los suyos, que se acercan tímidamente. Tienen que reunirse varios ulanos para levantar al caballo muerto y rescatar al mariscal, con un ojo puesto en el Viejo y otro en los franceses, que están de nuevo de regreso y esta vez con peores intenciones. El alférez Gottfried Schneider cede su montura al mariscal y éste, con la única escolta de von Nostitz y un puñado de oficiales, corre a refugiarse en Mellery, un caserío a tres millas de la retaguardia. No perderá el tiempo y poco después ya estará dando órdenes para volver a la carga en un par de días.

Ligny fue la última gran victoria de Napoleón y esta vez casi, casi, atrapa al viejo y gruñón mariscal Blücher. Dos días después, Blücher le devolverá la pelota con su intervención en la batalla de Waterloo, que él mismo ordenó una vez a salvo, en Mellery. Sin esa capa que el conde von Nostitz echó por encima del Viejo es posible que el curso de la historia hubiese sido diferente, pero eso nunca lo sabremos. 

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