Café Context y cosas de libros



He dicho Café Context, pero lo correcto habría sido Cafè, porque está escrito en catalán. Se anuncia como llibreria cafè, o librería café, y el logotipo es un juego de palabras entre catalán y castellano, Context(o). Porque ¡qué suerte tenemos! Una cultura con dos lenguas, fíjense. Poder disfrutar no de una, sino de dos literaturas... Poder leer en versión original, sin más esfuerzo que el de sostener el libro, Incerta glòria y Cien años de soledad no tiene precio. Qué placer encontrar las versiones catalana y española de un novelón de Flaubert y decidirte por la del mejor traductor. Pero me parece que me he desviado del tema.


La librería café Context está en Gerona (en catalán, Girona) y es un lugar acogedor provisto de un buen librero. Uno puede tomarse un café, hasta comer alguna cosa al mediodía, sin demasiadas complicaciones, y luego, o antes, o mientras, comprar un libro y leérselo ahí mismo, en casa o donde apetezca. Es una librería modesta, que muestra un fondo pequeño, pero exquisito, seleccionado con un afilado gusto literario. Gerona cuenta con buenas librerías y buenos libreros y ésta, aunque pequeñita, está a la altura de cualquier otra.

Digo todo esto por dos razones y una tercera, que me apetece. La primera razón, porque fueron amabilísimos con mis sobrinitos, que corrían entre los libros mientras un servidor curioseaba haciendo la digestión. Eso tiene mucho mérito y cumplieron con nota. La segunda, porque me hizo pensar en el papel de las librerías (por qué no, de las pequeñas librerías) no sólo en el mundo libresco, sino en la vitalidad cultural de nuestro país en general. 

Hace más un buen librero por la cultura que mil consejeros del ramo. Lo digo, afirmo, creo y constato porque tengo un problema de percepción e imaginación. Me explicaré: Cuando veo al consejero (o al ministro) de Cultura, no puedo imaginármelo hablando de libros con un librero de verdad. Entonces me vienen encima todos los males y pesares de una era bárbara, que premia la estulticia y fomenta la burrada. ¡Serán tonterías mías, no lo sé!

Hay que distinguir entre una librería y una tienda de libros. Las tiendas de libros están muy bien, son necesarias, cumplen una función, pero una librería no tiene precio. En la librería, el librero te dirá ¡Mira, ha salido éste, que te gustará! o te arrancará un libro de las manos, diciendo ¡Éste no vale la pena! Te aconsejará, será honesto y dirá cuándo no se lo ha leído, pero te dirá qué piensan los otros clientes, buscará conocerte y buscará dejarte satisfecho con buenos libros. Muchas librerías organizan talleres de lectura, cursos, conferencias, invitan a rapsodas, editores, escritores... Un no parar.

Yo tengo mi librería de cabecera en Barcelona (La Caixa d'Eines) y disfruto de ese trato exquisito, todo un lujo. Visito otras librerías igualmente interesantes. Tengo suerte, una suerte inmensa, de vivir en Barcelona, donde se han abierto algunas librerías modestas, pero magníficas, señal de que todavía no hemos perdido toda esperanza. También tengo la mala, muy mala suerte de vivir en Barcelona, que ha visto cerrar tantas librerías y ha dejado perder... mejor dicho, donde las instituciones han arruinado parte de ese carácter cultural abierto y cosmopolita que una vez acarició para instalar en su lugar la cerrazón provinciana y folclórica. Pero ¡ésas son otras batallas! 

Sueño con una ciudad con librerías, no con tiendas de libros, y por eso, cada vez que veo al consejero (o al ministro) de Cultura, me entran sudores fríos. ¿Se lo imaginan preguntando por una edición de los cuentos de Chéjov? ¿Tentado por una novela de Michon? Yo no. Serán imaginaciones mías, pero ¡no creo, no puedo creer, que de verdad amen los libros! No veo en él (el consejero o el ministro, tanto monta, monta tanto) más que al tipo que sueña con liberalizar el precio del libro. Eso ya se ha visto y se conocen los resultados: la ruina de las librerías y las editoriales independientes, menor calidad literaria de los libros publicados, una paradójica subida de precios, un retroceso en la cultura urbana y escrita y el libro como producto, no como bien común. Pregunten a los ingleses, si no me creen. ¡No, por favor!

Digo yo que, ahora que estamos a ver quién será alcalde, algo podría hacerse a favor de las librerías en los ayuntamientos. Podrían invertir dinero en la promoción de actos culturales, por ejemplo, qué sé yo. Así como veo a la próxima alcaldesa de Madrid entrando en una librería (no en una tienda de libros), no sé yo si entre todos los munícipes de Barcelona llegan a leer la faja de un libro superventas. ¡Qué envidia me dan los madrileños! A veces, mucha envidia. Pero éstas son otras batallas y no es el momento de entrar en ellas.


A lo que íbamos. Si pasan por Gerona, Girona en catalán, echen un vistazo al Cafè Context, y ahora sí, ahora lo he escrito bien.


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