¡Pobre Cervantes!


¡Pobre Cervantes!

Don Miguel de Cervantes Saavedra, que fue soldado, preso, manco y funcionario de medio pelo, por si no tuviera suficientes desgracias en vida, las sufre una vez muerto.

Por un lado, andan removiendo en su tumba, en el Convento de las Trinitarias, en Madrid, por ver si dan con él o con lo que quede. Se trata de localizar los restos, dicen, con esa manía que tienen de clasificarlo todo. No sé qué pensaría don Miguel de este meneo de huesos, pero imagino a Alonso Quijano votando a bríos, lanza en ristre y argumentando razones de peso para cargar contra esos demonios de bata blanca. ¡En fin! ¡Son los tiempos que corren!

Pero una cosa son los huesos y otra, el papel. Porque no se contentan con meter mano al cuerpo, sino que tienen que jugar con el alma.

¿Quién no los conoce?
Pero ¿quién ha leído de verdad El Quijote?

Se discutirá si El Quijote es lo mejor que escribió Cervantes, que quizá tuviera otros textos de menor extensión y mayor valía. En ésas me he topado con algún filólogo y no será éste el lugar para ponernos a discutir de méritos, pero les diré la verdad: me importa muy poco. Yo he leído El Quijote de pe a pa, la primera y la segunda parte, y mi asombro es todavía mayúsculo. Es un monumento literario, una de las maravillas del mundo de los libros y no hay más que decir. ¡Cómo disfruté leyéndolo! Me reí, me emocioné, me lo pasé en grande. ¿No lo han leído? Qué pena me dan.

Pues, como les iba diciendo, no contentos con remover sus huesos, ahora removemos El Quijote. La excusa es una estupidez. Se dice que El Quijote no se lee porque no se entiende. ¡Mentira! No se entiende porque estamos criando burros, no porque sea difícil. A poco que uno persevere, se verá atrapado por las aventuras del caballero andante y su escudero Panza, y si bien es cierto que el lenguaje no es que se emplea hoy en día, no es menos cierto que se entiende perfectamente a poco que uno ponga de su parte. Es decir, quede claro, que el problema no es el libro, sino los lectores. Hace muchos, demasiados años que la escuela no enseña a leer. 

Don Arturo, en plan Quijote, luchando contra la estulticia.
Algunos creemos que erra el blanco, pero así están las cosas.

Pero ahí está la leyenda del farragoso, enjundioso, carpetovetónico e incomprensible Quijote, y no faltan voluntarios para resolver el problema inexistente. El último, ay, don Arturo Pérez-Reverte, que ha podado el texto. Así, con un par de tijeras. Chas, chas. Este capítulo, a tomar viento; este párrafo, fuera; esta expresión, que podría ser mal leída, se quita y no se pone; y así hasta cargarse, literalmente, más de la mitad del texto. Argumenta que ahora los adolescentes españoles y latinoamericanos podrán leer lo que queda del Quijote y hacerse a la idea. ¡Ay, Dios!

Conste que don Arturo me cae muy bien y me gusta como escribe. A veces se le va la lengua, que es muy bruto, y a veces dice cosas sensatas y las dice muy bien. Sus aventuras de espadachines con Alatriste a la cabeza me han entretenido mucho y soy de los que leyó El húsar en su primera edición, ahí queda eso. Pero esta vez comparto la opinión del doctor Becerra, que arremete contra el académico con todo lo que tiene a mano y lo pone de vuelta y media por mutilar al Quijote. Digo bien, mutilar.

El doctor Becerra pone a Arturo Manostijeras (sic) a bajar de un burro en un artículo de El Confidencial que merece ser leído, se esté o no se esté de acuerdo. Yo, ya les digo, leí El Quijote tal cual y espero volverlo a leer pronto, y les recomiendo que lo lean tal y como está, sin poda. Pero como los chavales españoles llegan burros a la universidad, se creyó conveniente... Ay, pamplinas. Una versión mutilada del Quijote no los vuelve más sabios, sólo les da licencia de estulticia y cae en el pecado de perdonar el esfuerzo y regalar los frutos del árbol del Bien y del Mal.

Nunca es tarde para aprender y conversar.
Si no lo han leído, ¡léanlo!

Pero ésta es una opinión, la mía, y allá cada uno con la que lleve consigo. No pretendo sentar cátedra, dictar sentencia o condenar al infierno, sino señalar la pena que me da que un chaval de dieciocho años sea incapaz de leer El Quijote. Ésta no es la Europa con que soñé.

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