No es "de país", es otra cosa


Como es sabido hace tiempo, la política catalana se ha convertido en una pelea a cara de perro entre don Artur Mas y don Oriol Junqueras por ver quién manda. La riña es pública, vergonzosa y vergonzante, porque mientras van acusándose el uno al otro y poniéndose trampas de patio de colegio, mientras afirman que tú, más (o Mas), la casa está sin barrer y los catalanes, sin gobierno. Aunque, visto lo visto, quizá sea mejor estar sin gobierno que gobernados por estos botarates.

Pero no me interesa ahora mismo la cuestión política, sino el daño que sufre el lenguaje en la contienda. Los eufemismos arrasan todo lo que pillan por delante y las palabras ya no son lo que eran. Sólo faltaba descubrir que gran parte de las negociaciones se han hecho por guasap (lo que antes decían chat) y no quiero ni imaginar lo que habrán escrito... y cómo lo habrán escrito. En medio del desastre, surge una expresión a la que tengo una especial manía, una tirria que tira para atrás, y es la expresión de país.

Uno y otro candidato, y tutti quanti, se echan encima expresiones que emplean de país y el resultado es un gran daño al oído de quien los oye o a los ojos de quien los lee. Los más perjudicados son los artículos determinativos, especialmente el masculino singular, el, y muchos adjetivos que se han quedado sin trabajo. Lo dicho vale tanto para el catalán como para el castellano, y ya es hora de denunciar el depaisismo de nuestros líderes patrios. ¡Abajo el de país! ¡Arriba del país

Como todo el mundo sabe, el jamón no es de país, sino del país. No es sentido de vida, sino el sentido de la vida. No se dice un espíritu de país, orgullo de país, política de país. Será, si acaso, nacional. Si no, si no les gusta nacional, digan patriótico, moderno o chachi, añadan un patronímico (catalán, español, ario, lo que gusten) o busquen algún otro adjetivo más idóneo. Se acepta de Estado en algunas expresiones, como la razón de Estado, pero no existe la razón de país. Si se enfrentan con la geografía y el país puede pasar por una área geográfica, añadan un artículo y digan del país, y no de país. Etcétera.

El último en hablar (mal) y emplear de país con insistencia ha sido el presidente del Consejo Nacional de Unión Democrática de Cataluña, UDC, que quiere meter baza en la pelea de perros antes mencionada, azuzando a los canes. El tal presidente, Josep Maria Pelegrí, leo en los periódicos, ha constado (sic) que no hay unidad de cara a unas posibles plebiscitarias y ahí no queda todo el destrozo del lenguaje, sino que prosigue, y ahora cito, pidiendo a todos más sentido de país que de partido.

¿Sentido de país? ¿Sentido de partido? ¡Esto no tiene sentido! Es una pena de sentido (tortura) del lenguaje. En cambio, el señor Pelegrí ha dicho poco después (vuelvo a citar) que espera que en los próximos días se llegue a una solución en un sentido u otro, lo que tiene más sentido. Quiero decir, que hasta podría pasar por bien dicho. 

Pero tal como habla el señor Pelegrí (y todos los demás), ¿qué querrá decir en un sentido u otro? ¿En un sentido de partido o en un sentido de país? ¡Cuidado! Porque el sentido de país (o de partido) no es más que hablar mal. Primero, porque es del país, no de país. Segundo, porque un país no tiene sentido, carece de sentido. Un partido, en cambio, podría tener sentido aunque sólo defendiera sinsentidos, pero aún así sería el sentido del partido, no de partido.

En fin, proclamemos en voz alta nuestro principio de hoy:

¡Muera el de país! ¡Viva el del país! 

Dicho esto, hay que apreciar un detalle. Si yo digo el espíritu del país, el orgullo del país, la política del país... digo yo que son todas estas cosas como el jamón del país, provincianas (aunque el jamón sea también muy rico). Quédense, pues, con la idea: quien defiende una política de país, es de pueblo.

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