La cuestión de la señora Bach



¿Por qué los grandes genios de la música, la pintura, la literatura y las artes en general son rara vez mujeres? ¿Por qué un hombre que destaque en el Arte es casi siempre varón y no mujer? ¿Sigue siendo así, en Occidente, en pleno siglo XXI? Son preguntas incómodas. Cierto que existen circunstancias y condiciones que han apartado a la mujer de la vida artística, filosófica o intelectual a lo largo de la historia. Las mujeres que han destacado en el arte o las ciencias son la excepción y no la norma hasta bien entrado el siglo XX. Pero ¿es ésa toda la explicación posible? ¿Sólo una parte de la explicación? ¿Cuál es la otra parte? Quiero preguntar si hay algo esencialmente femenino que impida sobresalir en estas disciplinas. Puede ser que no, puede que no sea genético, sino cultural, pero ¿existe? ¿Qué es, si existe? Lo dicho, la pregunta es incómoda y la respuesta también lo será; además no será ni podrá ser simple o automática. El mundo quizá no sea complicado, pero es complejísimo. 

Una manera de abordar esta cuestión es negar la veracidad de la afirmación inicial. Se plantea, entonces, que sí que hubo mujeres artistas, más de las que pensamos, y mejores de lo que nos ha sido dado a creer hasta ahora. Se ensalza la figura de Safo, se señala a Artemisia Gentileschi, surgen grandes escritoras (particularmente, a partir del Romanticismo) y ahora, en una de las más bellas artes, la música, aparece la señora de Bach.

El señor Bach en 1748. 
Sostiene en la mano un cánon de las Variaciones Goldberg.

El señor Bach (1685-1750), don Johann Sebastian, fue compositor, organista, clavecinista, violinista, violista, violonceísta, tañedor de laúd, maestro de capilla, maestro cantor y padre de veinte hijos. ¡Veinte! Con dos mujeres, eso sí. Tuvo siete hijos con Maria Barbara Bach, una prima segunda, entre 1707 y 1720. Sobrevivieron cuatro de ellos. Luego se casó con una cantante, Anna Magdalena Wilcke, que a los veinte años comenzó a engendrar los trece hijos siguientes, de los que apenas sobrevivieron cinco. La familia Bach suma un total de treinta y cinco compositores y músicos ilustres y que Johann Sebastian destaque muy por encima de todos ellos es muestra más que suficiente de su gran genio.  

Los últimos años de Johann Sebastian fueron un tormento por culpa de una ceguera progresiva. Hace ya tiempo que sabemos que su mujer, Anna Magdalena, escribía la música que le dictaba el maestro. Entre toda la música que escribió por él se encuentran las piezas musicales más complejas y difíciles del compositor, las que sentarían las bases de la música occidental (incluyendo el jazz y el rock and roll). 

El cuadernillo original, manuscrito de Bach.

Hasta hace nada, sonaba el nombre de Anna Magdalena Bach (y nunca mejor dicho) porque existía el Notenbüchlein für Anna Magdalena Bach (Pequeño Libro de Anna Magdalena Bach), dos cuadernos de notas manuscritos por su marido entre 1722 y 1725. En el segundo cuaderno copió piezas propias y ajenas; en el primero, piezas compuestas a propósito para su mujer: música para clavicordio, algún menué, algún que otro rondó, polonesas, sonatas, incluso canto coral, arias y hasta marchas militares. Algunas de estas piezas son famosísimas y eran las que tocaban los Bach en casa, en sus ratos libres, no las que tocaban o componían para los demás. Pero no son éstas las piezas de las que hablamos, sino otras posteriores.


Una de las piezas más famosas que Bach escribió para su señora.
Es una pieza para clavicémbalo, interpretada al piano.

Don Martin Jarvis, director de orquesta y profesor de música de la Universidad Charles Darwin en Australia, lleva diciendo desde 2006 que algunas de las piezas más influyentes de la música occidental no salieron del dictado de Johann Sebastian, sino de la cabeza de Anna Magdalena. El profesor Jarvis menciona, agárrense, las seis Suites para Violoncello, las Variaciones Goldberg, el primer preludio del Clavicémbalo Bien Temperado (Libro I), etc. ¡El no da más de Johann Sebastian Bach!

Martin Jarvis, director de orquesta, profesor de música y adalid de la señora de Bach.

La tesis del profesor Jarvis ha obtenido publicidad estos días porque un documental que explica su teoría será finalista en los premios BAFTA (el Oscar británico) y parece ser que es un documental muy bien hecho y muy entretenido. ¡Nada como el cine para que le hagan caso a uno! 

El principal argumento del profesor Jarvis no es que los manuscritos originales hayan sido escritos por Anna Magdalena, porque eso ya era sabido. Es algo más retorcido. Ha estudiado la caligrafía de los manuscritos para concluir que no se habían escrito al dictado, que no eran una copia, que eran, agárrense, muestras del proceso creativo (sic) de Anna Magdalena. Las correcciones de las partituras, que no son pocas, subrayan esta tesis. También, por ejemplo, la presión de la escritura, que no parece a vuelapluma, sino lenta y meditabunda (es decir, expresión de la creación musical). Fue la convención sexista (sic) de la época la que atribuyó esas partituras al marido, cegato o ciego del todo en aquel entonces, ya incapaz de componer, dice el profesor Jarvis.

Una partitura de Bach, de cuando todavía escribía él y no su señora.

La tesis es muy interesante, lo que dice merece nuestra atención, pero está cogida por los pelos. No dudamos de la capacidad de Anna Magdalena, pero nos imaginamos a Johann Sebastian ciego, delante del clavicémbalo, palpando las teclas, componiendo, dándole vueltas a lo compuesto, mientras su mujer va tomando nota y le dice sí o no o repite eso, que no lo he pillado. El proceso creativo merece pausas, dudas, una tensión sin duda compartida, que explicaría las pausas y las correcciones de los manuscritos. Llega un punto en el que compartes la emoción del compositor, y más si es tu marido, lo conoces, sabes de música y ya ves por dónde va. ¿Llegaron a componer alguna pieza a cuatro manos? Johann, querido, mejor un fa sostenido, ¿no crees? Sí, querida.

Es tan extraordinario afirmar que Johann Sebastian no compuso las Variaciones Goldberg que sólo podría sostenerse mediante pruebas igualmente extraordinarias. Imagino una docena de cartas de Johann Sebastian diciendo ¡Mira qué ha escrito mi mujer!, por ejemplo. No es el caso. Además, las composiciones señaladas por el profesor Jarvis son la culminación y la consecuencia de una obra anterior muy amplia y conocida. Son la natural evolución de la música de un genio. El mismo profesor Jarvis ha reconocido que no existe ninguna evidencia que pueda demostrar su tesis, aunque añade que eso no implica negar la influencia de Anna Magdalena en esas composiciones citadas. Tendría que reconocerse su papel protagonista en la música occidental, insiste.

Este caso no es, ni ha sido ni será, único. Cualquier indicio que pueda atribuir el éxito de un varón a una mujer en el pasado y que sirva para equilibrar la balanza se emplea sin escrúpulos para evitar la molesta cuestión que he planteado al principio: ¿por qué los grandes artistas del pasado, en cualquier disciplina, son casi todos varones y no mujeres? La respuesta que tiene que darse no puede basarse en cuestiones circunstanciales y en absoluto definitivas, intentando desmentir la mayor. Hay que ir con la verdad por delante y reconocer que así ha sido hasta hace muy poco. ¿Por qué? Ésa es la cuestión.

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