Garbancito y el potaje catalán


Tuve una magnífica profesora de latín estudiando Humanidades. Su autor preferido era Séneca y hablaba pestes de Cicerón. A mí me sucede exactamente lo contrario, que me fascina Cicerón y aborrezco a Séneca. En ambos casos, el amor es literario: ella se pierde por las Cartas a Lúculo y yo me rindo ante De la amistad o De la vejez. Y viceversa. La tirria, en cambio, es un asunto personal y hasta político y ahí cada uno tiene su muñeco del pimpampún. 

Cicerón.
Garbancito, para los amigos.

Ambos personajes tienen mucho en común. Cicerón era un picapleitos con mucha labia y cuando se echó de cabeza a la política jugó con todas las cartas de la baraja, cambió de bando y de partido tantas veces como pudo, siempre en beneficio propio. Salustio dice de él que era un cobarde y un presuntuoso. Tuvo un bel morire, eso sí. 

Séneca, el maestro de Nerón.

También tuvo un bel morire el cagón de Séneca, que abusó del privilegio de ser preceptor de Nerón para enriquecerse a destajo. El hipócrita escribía sobre la moderación y los pequeños placeres de la vida mientras iba quedándose parte de la fortuna de los senadores que mandaba ejecutar el emperador poeta. Fue el pelota número uno del reino hasta que Nerón se cansó y le proporcionó, como ya he dicho, la oportunidad de morir bellamente.

Pero yo no me canso de marcar algunas diferencias. Sé que no venceré a los senequistas, pero Garbancito (Cicerón) sí que se alzó públicamente en contra de la tiranía. Dos veces, al menos. Le salió bien con las Catilinarias y le costó la vida con las Filípicas.

Cicerón cónsul, Roma se enfrentó a la conjura de Catilina. Éste era un romano provisto de los medios y la osadía necesarios para eliminar (matar) a sus adversarios políticos y hacerse con la república. No parece exagerado afirmar que la república estaba en peligro y Garbancito, literalmente, temblando de miedo debajo de la cama, porque él, cónsul, era el primero de la lista de Catilina y todos sus presuntos amigos le habían abandonado. 

¿En qué tiempos vivimos que los hijos desobedecen a sus padres y cualquiera escribe un libro?

Hasta que una mañana, más asustado que de costumbre, se levantó en el Senado, pidió la vez, señaló a Catilina y gritó: 

¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Cuánto tiempo vamos a ser los juguetes de tu locura? ¿Qué límite tendrá el desenfreno de tu osadía? [...] ¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! El Senado conoce tus planes, el cónsul los ve ¿y tú sigues vivo? ¡Qué digo vivo! Se presenta ante el Senado, hace sus discursos, señala y condena a muerte a cada uno de nosotros con un gesto. 

Etcétera.

El pánico es motor de muchas y muy grandes heroicidades y no descarto que la primera Catilinaria fuera el producto de un Garbancito que las ve venir. Pero el verbo de Cicerón arrastró a los senadores tras de sí y puso al descubierto tanto la maldad de los conjurados como la valía de Garbancito, por el que nadie antes habría dado un duro. 

Todos a una, se sumaron al bando de Cicerón y aplastaron a Catilina. 

Aún así, hubo lugar para la discrepancia y el debate y pasada la crisis siguieron matándose entre sí, porque nadie esperaba otra cosa, pero Garbancito les hizo ver con palabras bien claras y distintas qué estaba ocurriendo y qué tenía que hacerse. No valían las medias tintas y las cosas se llamaron por su nombre. Las posturas quedaron claras y las responsabilidades, también.

Siglos después, la tragedia se convierte en comedia. ¡Qué digo comedia! ¡Esperpento! Sea, pues, el mayúsculo ridículo de la política catalana. ¿Quién hace las veces de Garbancito? No sabría decirlo, porque con el cuento de la unidad van echándose las culpas los unos a los otros y entre todos juntos no suman uno. En vez de un garbancito, tenemos un potaje mal cocido. 

Los términos empleados son igualmente confusos y significan una cosa, otra o ninguna según quién, cuándo o cómo las dice. La semiótica política catalana daría para un enciclopédico Compendio y diccionario de usos y despropósitos, sinónimos y eufemismos del lenguaje político, de la editorial Obscuritas Populae, por llamarla como corresponde.

No es que nuestros líderes patrios sean mediocres, es que son lamentablemente malos. En todos los sentidos. No importa que sea usted partidario de una Cataluña independiente o no lo sea. Sea cual sea su propósito en esta vida, a poco que tenga sustancia entre las dos orejas se llevará las manos a la cabeza. Si no fuera porque nosotros pagamos el pato, el grotesco espectáculo daba para unas risas. ¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?

El famoso choque de trenes.
En la ilustración, la locomotora se da de bruces con la realidad.

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