Banderas en los balcones


Anda que no hay poco donde escoger.

Barcelona y lo que queda de Cataluña más todavía llevan dos años sacando los trapos al balcón. Como si fuera la fiesta mayor o viniera el Caudillo a vernos, los vecinos cuelgan en las barandillas la manifestación de su fe y su querencia. Hay días en que hay más, hay días en que hay menos, va por temporadas. En la ciudad también va por barrios y hay bloques de pisos en los que no se ve ni una y justo un número más arriba o más abajo los vecinos sacan al balcón todo lo que tienen, hasta los calzoncillos. Hay banderas descoloridas, veteranas de la calle, y banderas nuevecitas, recién compradas.

Los chinos son los que más banderas venden, es cierto, pero todavía no dominan el intríngulis del mercado.

Antaño, esto hubiera significado prosperidad para la burguesía catalana, que tenía las fábricas de tejidos en el Llobregat y un régimen proteccionista en Madrid, pero hay un dicho catalán que tiene más razón que un santo: El abuelo crea el negocio, el hijo lo sostiene y el nieto lo dilapida, y hace ya tiempo que nos mandan los nietos. ¡Vaya unos, los nietos! ¡Cómo nos han dejado el país! Ya no hay fábricas en el Llobregat ni un régimen proteccionista en Madrid y de ahí surgen los chinos, con banderas a precio de saldo, reventando precios, porque llevamos muchos años echando a perder nuestra industria.

Las manifestaciones con banderas tienen en la Riefenstahl un antes y un después.

Pero íbamos diciendo que ¡venga banderas! En todas partes. En algunos pueblos de la Cataluña profunda, la profusión es tal que uno espera ver la grúa del cameraman de Leni Riefenstahl en cualquier momento. A los paisanos sólo les falta desfilar con antorchas para honrar a los caídos o manifestarse de uniforme, a la coreana, para redondear la escena, pero no creo que se atrevan a tanto. 

En algunos barrios de proletariado industrial, castigados por el paro, menospreciados sistemáticamente y privados de ayudas sociales, las banderas son más pequeñas y se cuelgan sin demasiado convencimiento. Quizá se cuelguen con desesperación. Con fe, no, porque saben que seguirán lo mismo, cuelguen más o menos banderas. Con éstos vale lo que vale con los burgueses: El abuelo luchó por sus derechos, el padre los disfrutó y el nieto ve como se los quitan de las manos los nietos de los burgueses anteriormente citados, esos que ahora mandan y nos han metido en el lío. No puede esperarse nada bueno de ninguno de ellos.


Resulta notable la presencia de banderas del Barça haciendo las veces de banderas patrias. Pero el fútbol es lo que tiene, sublima el sentimiento tribal y sentimental y espanta lo razonable. Prueba de ello son los aplausos que reciben los evasores fiscales que salen al campo a darle de patadas a un balón. Lo dicho vale para todas las banderas de todos los equipos, de fútbol o de gobierno.

La bandera más abundante era la oficial de la Comunidad Autónoma de Cataluña, que es la antigua bandera rojigualda del Reino de Aragón, por ser escudo de sus reyes. He dicho era porque hoy es otra, me parece a mí. Esa otra es la llamada cubana o estelada, la que fue bandera de guerra (sic) de los escamots de Estat Català, un grupo paramilitar que emprendió una campaña de violencia y asesinatos contra el anarcosindicalismo en los años treinta y que desfilaba vistiendo camisas pardas, proclamando cosas sobre qué hacer con los inmigrantes y sobre la pureza de la raza y la sangre que deberían de ponernos los pelos de punta a todos y cada uno de nosotros.

Fíjense, qué profusión banderil.

También se ven algunas con una estrella roja, recuerdo de los años en que uno corría delante de los grises después de un concierto de Llach. Pero hay más, hasta ochenta y tantos diseños de bandera catalana anteriores y contemporáneos a la Segunda República Española y nacidos después durante los últimos años del franquismo y la transición. ¡Tendríamos que recuperarlas!

Las hay federalistas, regionalistas, independentistas, internacionalistas, anarquistas, anarcosindicalistas, sindicalistas sin más, socialistas, socialdemócratas, comunistas de todo tipo (marxista-lenininstas, estalinistas, maoistas...), confederales, monárquicas carlistas, monárquicas alfonsinas o donjuanistas, del casino del pueblo (sic) y un larguísimo etcétera. 

En una escena de una de las mejores novelas españolas del siglo XX, Incerta glòria, de Joan Sales, escrita en catalán, los protagonistas cuelgan en la fachada de la Universidad de Barcelona la bandera de la república federal del Empordà (cito de memoria e igual es de otro sitio) y Sales dice lo que yo de las banderas, y se ríe lo mismo. ¡Había tanto donde escoger! Pero el rebaño no admite matices y van todos a una, la misma. Qué pena.

De izquierda a derecha, la bandera española (constitucional), la bandera republicana (de la Segunda República, no de la primera), de los escamots de Estat Català y la oficial de Cataluña (también histórica de la Corona de Aragón).
O éste quiere estar a bien con todos o tiene un negocio de banderas.

Se ven poquísimas banderas españolas. Cuatro, y mal contadas. Las de la gallina sólo se ven cuando un puñado de descerebrados salen a la calle y mejor harían entrando en un reformatorio. ¡También se ve alguna republicana! Pero tan pocas... Las banderas tricolores sólo se dan en Barcelona, no en la Cataluña profunda.

Las vecinas yanquis también juegan con las banderas en los balcones.

Suceden cosas muy extrañas con las banderas. En un piso lleno de turistas cerca de donde vivo los guiris se creen que lo de colgar la bandera de uno es folclore (no van muy errados) y pretenden seguir el juego. Van y cuelgan de los balcones toallas y banderas alemanas, inglesas y francesas. También han colgado una de la Unión Europea, para resumir el banderamen, pero llegaron las estudiantes norteamericanas (todas rubias, todas calzando chanclas, todas iguales e indistinguibles entre sí) y han colgado tal bandera con las barras y estrellas que la residencia parece el Pentágono. 

No muy lejos de ahí, se ha dado una guerra de banderas. He podido contemplarla desde mi balcón y da para unas risas. Un vecino sale indepe y cuelga una cubana en el balcón. Hasta ahora, folclórico, normal. Pero el tipo se emociona y cuelga más banderas y carteles con lemas (Es normal querer ser normal y mandangas por el estilo). Acaba irritando al vecino, que cuelga una bandera española (constitucional) en represalia. Se pican. 

Las banderas tienen que emocionan. Para eso las inventaron.

Cuelga el primero otra cubana, más grande que la anterior, y el vecino responde con más banderas españolas, una por ventana. El primero forra la barandilla con la bandera catalana y el segundo, también (sic). A la semana, la esquina donde sucedían los hechos parecía la delegación de las Naciones Unidas, de tanta bandera. A ver quién la tiene más gorda. Hasta que, el pasado 11 de septiembre, va uno y cuelga una cubana que parecía mantel de pícnic y cuando se creía invencible el otro saca una bandera española que parece la lona del circo Price. Los manifestantes, abajo, mirando.

El encuentro ha acabado en tablas. Supongo que la comunidad de vecinos habrá forzado la paz. El armisticio se ha resuelto con el primer vecino colgando una banderita catalana con la estrella roja y una bandera española de tamaño idéntico para el balcón del segundo vecino. Las demás, todas fuera. 

¿Por qué conformarse con una sola bandera?

Todo esto sucede cuando uno alza la cabeza y mira hacia el cielo, cuando la vista tropieza con las banderas rojigualdas en los balcones. A poco que uno baje la vista y pise el suelo con los pies, verá otras banderas, igualmente abundantes. Se anuncian con lemas como CerradoSe vende, Se traspasa, Se alquila, Liquidación por cierre... y ninguna dice Se busca personal. Éstas sí que son las banderas de los tiempos que corren. Que se quiten las demás.

Por si preguntan, ésta adorna mi ventana.
Soy fiel a mi personaje. ;)



1 comentario:

  1. ¿Dónde ha conseguido esa bandera? Me refiero a la del 5ème de Hussards. Yo también querría colgar en mi balcón una similar.

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