¡Toma castaña!



Es la noche de los muertos, dicen. Un escalofrío y un ulular del viento no vendrían mal para crear ambiente. Es noche para comer castañas asadas, boniatos y en Cataluña, panellets, que son unos dulces muy dulces y empalagosos. De un tiempo a esta parte, inspirados por el cine de Hollywood, nos da por disfrazarnos y ver películas de miedo. Por lo que sé, esta costumbre se remonta a una fiesta de disfraces que organizaron en el Medio Oeste americano, a mitad de los años veinte, gente de pueblo de la América profunda, paletos que visten tejanos con peto. Lo de las películas de miedo, las brujas y todo lo demás vino muchos años después.

Es tanta la fama del Halloween y llega a tanto que acabo de leer un gazapo en la prensa de ésos que hacen historia, muy divertido. Se publica una noticia y habla de la red de políticos y empresarios corruptos que han pillado en Madrid (en su mayor parte, del PP y de Cofely). Dice el cronista:

Tras esta resolución, la Guardia Civil trasladó a Granados de nuevo a los calabazos de la localidad madrileña de Las Rozas hasta que el juez de la Audiencia Nacional ordene su entrega para poder tomarle declaración. 

¡Los calabazos! ¿En qué estaría yo pensando?

Uuuh...


Curiosa combinación


Esta fotografía corre por tuiter (pronúnciese twitter). Viene a demostrar que no todo está perdido en el sector editorial, que todo es cuestión de poner un poco de imaginación en los puntos de venta y distribución, por ejemplo. 


Me ponga lo último de Hammett y un Smith & Wesson, por favor. Muy propio.

El primer hombre de Roma



La novela histórica es un género literario que cuenta con un subgénero bastante prolífico, que podríamos llamar de romanos. Hay de todo, como en todas partes, bueno, malo y regular. Ben Hur, Espartaco, Los últimos días de Pompeya, Quo Vadis?... ¡Tantas!

The First Man in Rome (El primer hombre de Roma) es la primera novela de una serie escrita por la novelista Colleen McCullough, que se titularía Masters of Rome (algo así como Señores de Roma). Los títulos de las novelas que forman esta serie serían, en inglés: The First Man in Rome (1990), que comprende los años 110 a 100 aC; The Grass Crown (1991), del 97 al 86 aC; Fortune's Favourites (1993), del 83 al 69 aC; Caesar's Women (1997), del 67 al 59 aC; Caesar (1998), del 54 al 48 aC; The October Horse (2002), del 48 al 41 aC; y la última, Antony and Cleopatra (2007), que va del 41 al 27 aC y narra el fin de la República, ahora sí. En pocas palabras, una serie enciclopédica y documentadísima, que cuenta con una legión (nunca mejor dicho) de fidelísimos lectores (iba a decir lictores, perdón).

Ésta no va de romanos, pero vende más.

Es curioso señalar que McCullough comenzó dedicándose a la neurociencia, llegando a ser catedrática de neurofisiología en Yale. Pero su carrera como novelista le procuró mayores éxitos. Saltó a la fama con Tim y seguro que hablán oído hablar de El pájaro espino (de la que hicieron una serie para televisión, algo que no le perdonaré nunca). Tiene un doctorado honorario de historia por su serie sobre Roma y en general ha vendido lo que ha querido y un poco más. Es, pues, autora de eso que llaman best-sellers de calidad, que son libros comerciales, de ésos que se venden como rosquillas y que, oh, qué maravilla, no avergüenza leer en público. También ha sido autora de novelones románticos, que ahora llaman (qué manía con el inglés) women's fiction.

Me regalaron El primer hombre de Roma traducida por Francisco Martín y publicada en una edición de bolsillo, y lo de bolsillo es un decir, porque tiene más de mil páginas o no sé cuántas. La condición del regalo fue leerla entera de arriba abajo, y me ha costado. Ya saben, una persona de muy buena voluntad interesada en enseñarme cómo se escribe una buena novela histórica. Agradezco el favor, faltaría más, no saben cuánto lo agradezco. Pero la próxima la elijo yo.

El primer hombre de Roma está bien escrita, muy bien documentada y ambientada, etcétera, y suma miles y miles de lectores que dicen maravillas del libro. Hasta recomiendo que la gente interesada en el género vaya y la lea.  

Me sabe mal no sumarme a la fiesta, porque yo no quisiera tener que volver a leerla. Insisto: me ha costado terminarla. Me he aburrido. Consideren mi aburrimiento a la luz de mi lectura de Los pilares de la Tierra, que me decepcionaron tantísimo, o de los Anales de Tácito, que leí con un placer indecible y maravilloso. Es decir, no tiene que ver con la cantidad de páginas, sino con lo que dicen. Soy un bicho raro, lo sé. Un mal bicho.

Me he aburrido de modo mayúsculo, casi insuperable, hacia la página 800 o 900, ya no recuerdo. Al llegar ahí ya iba preguntando si faltaba mucho para el final. No era la primera vez que me ocurría, sino la segunda o la tercera. Porque cada doscientas o trescientas páginas me ha sobrevenido un ¿cuánto falta? ¿Queda mucho? Es decir, que un servidor de ustedes habría sacado las tijeras y hecho de un libro de mil páginas tres de trescientas, o algo parecido. Porque empieza bien, se anima, uno va pillándole interés, surgen personajes o escenas que prometen, quieres comerte las páginas y de repente... pincha. ¡Y vuelta a empezar! Me da que la ambición de la novela (¡y de las seis siguientes!) es desmesurada. Pero imagino que si en vez de una serie de siete novelas hubiera sido una de veintitantas, sería demasiado.

Mucho mejor.

Creo que el problema es en parte mío. Ya había leído antes la Guerra de Jugurta, de Salustio, o SPQR, de Waltari (o tantas otras de romanos). La primera es la versión original de una parte del libro de McCullough y la segunda otro best-seller sobre Roma con el que compite en número de páginas. La primera es maravillosa y la segunda es mucho más divertida (al menos, así la recuerdo).

No quisiera que tomaran mi crítica como negativa, porque no lo es. El primer hombre de Roma es una novela de romanos comme il faut, puro best-seller de calidad, una lectura veraniega de ésas que uno inicia con mucho tiempo por delante y dispuesto a llegar hasta el final. Tiene todos los ingredientes para venderse a destajo y el oficio de la escritora es notable, si no sobresaliente. La ambientación es casi perfecta. En suma, dejará satisfechos a los lectores que no conozcan a Salustio y seguirá vendiéndose durante muchos años. Hasta más de un lector de Salustio se lo pasará bien leyéndola, seguro. Es un buen producto editorial y si el lector prefiere El pájaro espino a Madam Bovary, una desgracia frecuente, viajará a Roma con McCullough.

Mas quiere más


No sé si saben que en Cataluña se ha organizado, pero todavía no se ha convocado (oficialmente) lo que parece ser un acto reivindicativo que pasa por proceso participativo aunque sea, propiamente, un proceso consultivo que sustituye a una consulta no referendaria que era, en verdad, un referéndum no vinculante del que nadie podía desvincularse, etcétera, conocida simplemente como la Consulta, dicha con mayúsculas y aires soberbios. Si no lo saben, ¡qué suerte que tienen! ¡Cómo les envidio!

En TV3(%) pintan a Mas como más conviene a Mas.

Pues ahora va y sale el presidente Mas y pide a TV3(%), la televisión pública de la Generalidad de Cataluña (ésa que cuesta como tres grandes hospitales públicos)... Le pide a TV3(%)... ¿Qué creen que le pide? 

Que hable más de la Consulta, con estas mismas palabras, que ahora más que nunca necesitamos que TV3 dé publicidad al proceso participativo, así, con dos cojones, y perdonen ustedes. Porque uno ya está hasta las narices del Tema mañana, tarde y noche, en cualquier sitio hacia donde mire, en cualquier palabra que lea, en todos y cada uno de los minutos de un telediario que no se dediquen al Barça o a los castellers de Vilafranca, por mentar unos y no otros. 

La imagen se actualiza. La esencia se mantiene.

Oh, la televisión. ¡Santa inocencia! Creíamos haber superado los tiempos de la UFA y el No-Do, pero Dios nos ha castigado con TV3(%). Y ahora el ¡Mas quiere más! ¿Más, Mas? ¿Más Mas? ¿Más todavía? Pero ¡si no cabe más! El día no tiene más horas. Aún así, venga, que algo se hará.

Los que consideramos que lo social va muy por delante, pero muy por delante, mucho, de cualquier consideración nacional, hace ya tiempo que hemos dado la batalla por perdida ante el triunfo de la estulticia y su aparato de propaganda. No queda más que sentarnos a mirar. En medio de nuestra amarga derrota nos complace comprobar que el delirio nacional no es una figura retórica, sino un delirio propiamente dicho y en un momento de debilidad nos puede dar la risa. 

Pero la risa viene con regüeldos de bilis y la visión de un país arrasado por la estupidez. Como dijo el gran Gregorio Morán, hay que ser muy hijo de puta para creer que Cataluña tiene los políticos que se merece... y me da miedo comenzar a considerarme muy hijo de puta cuando busco en otros canales el solaz de un documental sobre la vida de los pingüinos o un programa en el que montan y desmontan un viejo automóvil, discursos mucho, mucho, pero que mucho más interesantes que el discurso del Tema, que siento profundamente ajeno, lejano y peligroso.

El Roto. Yo no lo habría dicho mejor.

Así, cambiar de canal se convierte en un símbolo de resistencia, como pegar los sellos de Franco boca abajo en las postales. Tan pronto uno enciende el televisor, huye de los telediarios como de la peste. Pero esta vez me he superado a mí mismo cometiendo actos insurreccionales extremos.

Obligado a resintonizar los canales de televisión en abierto, he enviado TV3(%) al exilio de los canales con dos dígitos, en compañía de 8TV y El Punt TV, bien lejos, en la zona de los veintitantos, detrás de los canales de dibujos animados y en compañía de canales de teletienda, que al menos no disimulan cuando pretenden engañarte. Hecho esto, he abierto un libro y he culminado la revolución.

¡Viva la Revolución!

El tropiezo del USS New York


El USS New York.

Cuando los Estados Unidos entraron en la Gran Guerra, en 1917, la situación de Francia, Italia y la Gran Bretaña no era muy halagüeña. Italia había sufrido grandes derrotas, en Francia se había enquistado la guerra de trincheras y comenzaba a sublevarse la tropa y los submarinos alemanes hundían miles de toneladas de buques mercantes en el Atlántico cada mes.

Por poner un ejemplo, en abril de 1917, los submarinos alemanes hundieron casi un millón de toneladas de buques mercantes en el Atlántico. Los ingleses necesitaban urgentemente destructores y buques de escolta para proteger a los convoyes. ¡Qué paradoja! Tenían los buques esperando, pero no tenían marinos. Si conseguían que un grupo de acorazados estadounidenses (nuevecitos) se pusieran a las órdenes de los británicos, éstos podrían jubilar un puñado de viejos acorazados y sus tripulantes podrían manejar los nuevos buques de escolta. Los americanos accedieron a regañadientes, porque pasaban a depender de un mando británico, pero la situación en el Atlántico era tan desesperada que no había más remedio.

Cuatro acorazados norteamericanos y un destructor de escolta partieron de Virginia hacia Scapa Flow (la base naval británica de la Flota Metropolitana) el 25 de noviembre de 1917. Les pilló una galerna en medio del Atlántico que casi pone el punto final a la flota americana. Todos los acorazados sufrieron daños, pero el USS New York se llevó la palma.

El protagonista de nuestra historia, embarcó 250 toneladas de agua de mar y estuvo muy a punto de irse a pique en medio de un mar tan agitado. Estuvo tres días achicando agua y sólo entonces hubo esperanzas de mantenerlo a flote. Además, el viento se había llevado por delante las torres de avistamiento y dirección de tiro y las antenas de radio y nadie supo del acorazado hasta que despejó y pudieron otearlo los vigías. Llegó tan maltrecho a la base naval británica que se consideró casi un milagro que pudiera contarlo. 

La llegada de los estadounidenses a Scapa Flow fue todo un acontecimiento.
El acorazado más cercano parece uno de la clase New York.

Los cuatro acorazados estadounidenses siguieron llamándose 9.ª División de Acorazados de la US Navy, aunque oficialmente fueron el 6.º Escuadrón de Batalla de la Royal Navy. Papeleo.

Esos monstruos acorazados tuvieron que adaptarse a las necesidades de los británicos y participar en inacabables maniobras navales para aprender sus tácticas. El almirante Rodman hizo lo posible para adaptarse a los códigos y señales de la marina británica y procurar que los acorazados bajo su mando afinaran la puntería y consiguieran tantos aciertos en las prácticas de tiro como los ingleses. Pronto destacó el mando y la tripulación del USS New York, muy por encima de los demás buques americanos.

A partir de ahí, bien poco más. La presencia de los norteamericanos hizo mucho a favor de la moral de los ingleses, es cierto, y los acorazados yanquis participaron en algunas salidas contra flotas alemanas inexistentes, escoltaron algunos convoyes, participaron en el minado de Jutlandia... pero no llegaron a disparar un solo cañón contra el enemigo. No tuvieron la oportunidad porque, de hecho, nunca avistaron a ninguno. 

Aunque habrá que matizar lo dicho, visto lo que le ocurrió al USS New York

El USS New York en 1916. Está pintado de un color gris claro, típico de los acorazados americanos de la época. En 1918, la pintura sería de un gris más oscuro.

El USS New York era un acorazado muy potente, armado con diez cañones de 356 mm (14 pulgadas) y capaz de andar a veinte nudos. Desplazaba más de 28.000 toneladas a plena carga y había pasado a ser el BB-34 de la US Navy en abril de 1914. Era, pues, nuevecito, nuevecito. Pero no había disparado una sola vez contra el enemigo en un año de guerra.

La tarde del 14 de octubre de 1918, el USS New York escoltaba a un convoy en un rincón del Atlántico llamado Pentland Firth. De repente, el acorazado se estremeció todo él, de quilla a codaste o de arriba abajo, como prefieran. Y después de este golpe por estribor, otro. Comenzó a vibrar el eje de la hélice de ese lado y no tardaron en descubrir que la hélice había perdido dos palas. Pararon las máquinas de estribor. Con una sola máquina y una sola hélice, el USS New York redujo su andar a 12 nudos.

¿Contra qué habían chocado? Porque habían chocado contra algo, de eso estaban seguros. ¿Contra un arrecife? ¿Contra los restos de un naufragio? El canal de Pentland Firth era tan profundo en ese lugar que se descartaron ambas posibilidades. Por extraño que parezca, el acorazado estadounidense ¡había arrollado a un submarino alemán! Lo había abordado sin querer y lo había echado a pique. Al examinar los daños en la quilla y la hélice se comprobó que, en efecto, así había sido.

¡El único buque hundido por los acorazados americanos durante la Gran Guerra había sido un submarino alemán abordado sin querer! Ay, perdone, que no le había visto.

Un submarino alemán de la clase UB III, que desplazaba unas 2.000 toneladas.
Tanto el UB 113 como el UB 123 eran de la clase UB III.

Sólo después de la guerra se pudo intentar identificar al submarino. Hay quien se inclina por el UB 123, un submarino del tipo UB III que servía en la III Flotilla, pero hay quien sostiene que fué otro submarino, el UB 113, de la II Flotilla. 

No acabó ahí la aventura del USS New York. Porque averiado tan malamente por la pérdida de una hélice puso proa a Rosyth al día siguiente, el 15 de octubre. El 16, a la una de la madrugada, los vigías dieron la voz de alarma. Habían visto tres estelas de torpedos dirigiéndose hacia el acorazado. Todo fue tan deprisa que no hubo tiempo para esquivarlos.

En su segunda batalla naval en tres días, el USS New York tuvo mucha suerte. Los torpedos fallaron, los tres. Los expertos coinciden en señalar que el USS New York se salvó precisamente por estar averiado. Los acorazados solían navegar a una velocidad de crucero de 16 nudos y el capitán del submarino alemán calculó esa velocidad al apuntar los torpedos. Pero el USS New York sólo tenía una hélice e iba a menos de 12 nudos. Los torpedos llegaron primero y pasaron de largo. El acorazado cruzó su estela poco después. ¡Le fue de muy poco!

En Rosyth pudieron reparar los daños del acorazado en el dique seco y confirmaron la noticia: El USS New York había chocado contra un submarino alemán... y casi seguro que lo había hundido.

El USS New York fue modernizado en los años veinte. Se cambiaron sus torres de rejilla por trípodes y se cambió la ubicación de los cañones de pequeño calibre. Aquí lo tienen, en 1932, en una parada naval.

Pasaron los años y el USS New York fué modernizado y combatió en la Segunda Guerra Mundial. Entonces ya era viejo en comparación con los nuevos superacorazados y portaaviones, pero hizo lo que se le pidió que hiciera y lo hizo bien. Se empleó para formar marinos y oficiales y cuando hubo necesidad se presentó en las costas de Casablanca, Iwo Jima y Okinawa para ayudar en los desembarcos. Derribó varios kamikaze en el Pacífico, pero en toda su carrera no volvió a vérselas con un buque enemigo. Nunca disparó sus cañones contra otro buque.

Así quedó el USS New York después de soportar dos explosiones nucleares.

Declarado viejo y obsoleto, la vieja dama del mar (así la habían bautizado sus marinos) sobrevivió a dos explosiones nucleares en Bikini, en 1946, una aérea y otra submarina. Se mantuvo relativamente intacto, pese al vapuleo. Durante meses estuvo en Pearl Harbour, donde estudiaron los efectos de las explosiones nucleares sobre el viejo acorazado y varios métodos para limpiarlo. Al final, en 1948, el USS New York se empleó como blanco de cañones, torpedos y bombas de aviación. Se hundió el 13 de julio a 40 millas al sudoeste de la base naval. Les costó hundirlo.

Los últimos momentos del USS New York, panza arriba, yéndose a pique.

Tochos homeopáticos


¿El ecologismo es una pseudociencia? ¿Una ideología? ¿Tiene más de ciencia o de magia potagia? Dicho de otra manera, uno se pregunta si es racional, si tiene sustancia y fundamento, si el diagnóstico de los problemas ambientales y las propuestas para resolverlos vienen avaladas por un criterio científico. Si no, al menos, por uno razonable, con cara y ojos.

A más de uno le asalta una imagen parecida a ésta cuando le hablan de ecologismo. 
¿Por qué?

Pero lamento decir que alrededor del llamado ecologismo abundan los chiflados y engañabobos y pueden llegar a ser tantos que en más de una ocasión han puesto en cuestión la sensatez de los movimientos ambientalistas. Las pseudociencias como la homeopatía, la medicina tradicional (china, tibetana o de Cáceres, da lo mismo), que es más bien curanderismo, el fenchuí, el reiqui o la monja Forcades pretenden darle color y aportan esperpento a un movimiento cada día más alérgico a todo lo que pueda tener una base científica. Observen cuántas pseudociencias emplean la palabra natural en su propaganda... y cuantos fabricantes de yogur. Da en qué pensar, tanta naturalidad.

Peor todavía, uno pasa por progre(sista) si pone buena cara a tales zarandajas y por reaccionario, retrógrado, caníbal o yo qué sé si se le ocurre llamar a las cosas por su nombre. ¡Lo sé muy bien! Veinte años en el ámbito del ahorro y la eficiencia energética, las energías renovables y políticas ambientales dan para meterse en muchas batallas de éstas. Lo peor de todo es que tanto imbécil hace daño a quienes hacen lo posible por mejorar nuestro futuro, regándolos con el descrédito y dando argumentos al enemigo, digámoslo así. Los científicos que han alertado al mundo sobre el cambio climático se dan con un canto en los dientes cada vez que se ven metidos en el mismo saco que esta tropa, por poner un ejemplo.

La Font del Rieral, la guardería ecochachi de Santa Eulàlia de Ronçana.
En venta.

Todo esto viene a cuento porque en televisión han anunciado que el municipio de Santa Eulàlia de Ronçana pone a la venta el que había sido su parvulario estrella, un edificio natural (sic) que los vecinos conocían como el parvulario La Font del Rieral. Los munícipes lo han puesto a la venta; necesitan el dinero y mantenerlo les cuesta un ojo de la cara. Quizá podrían instalarse unas oficinas. El argumento de venta es claro: es un edificio singular, con varios premios a cuestas por ser ecosostenible y tal. Pero avisan: quien compre el edificio tendrá que solucionar el asunto de las goteras. Desde el primer día, el edificio sufre humedades.

La noticia, en catalán, pueden verla aquí:

Como es normal, los vecinos se sublevaron contra la decisión del municipio. 
A nadie le gusta que cierren una guardería.
Otro ejemplo del daño que hacen los recortes en la educación pública.

Lo cierto es que el edificio vino cargado de tonterías, en origen. Véase qué dicen de él quienes lo diseñaron y construyeron (copio):

Un edificio de pura conciencia e intención, barro y amor en consecuencia con la salud mental y espiritual de los niños. El futuro está en sus manos y por tanto si queremos desviar el rumbo actual, debemos educar, vivir y habitar de otro modo. Estamos hablando de crecer en escuelas vivas, bioconstructivas, resonadoras y armonizantes, donde todo sea puro resentir del potencial interno de cada ser. Por eso, en todo el proceso de materialización de la idea, se ha cuidado la forma de trabajar, pactar y dialogar posibilitando que el amor humano perdure impregnado en sus muros. Esas intenciones, pensamientos, deseos y cariño se ven potenciados a su vez por una dilución homeopática de cuarzo rosa y flores de Bach en todos los bloques.

En este ejemplo, la forma general responde a criterios de proporción áurea y geometría sagrada basada en los ángulos solsticiales, con criterios recuperados de los antiguos maestros europeos de catedrales. Cada aula tiene una proporción y color específicos, dónde el hexágono coronado por cúpula es el dominante, promoviendo así el trabajo en círculo tan usual en las guarderías.

Literal. Tal cual. Barro, amor, una dilución homeopática de cuarzo rosa y flores de Bach y la geometría sagrada de los primeros masones, que seguro que eran templarios, ya puestos. Aunque no he copiado la parte de (cito ahora) los muros trombe de sal del Himalaya, para filtrar la luz solar, acumular y a su vez activar iones beneficiosos para la piel sensible de los niños y la calidad del aire que respira, que tampoco está nada mal. Dejando a un lado la patraña de los iones, qué gran idea la de hacer un muro trombe con láminas de sal. La humedad no ha tardado en comerse el material y dejar unos agujeros que convierten el muro trombe en algo completamente inútil, en un coladero de aire frío en invierno y de calor en verano. Bravo.

Más en:

Lo de la geometría sagrada tiene miga.

El parvulario de Santa Eulàlia de Ronçana abrió sus puertas en 2009. Pronto recibió premios nacionales e internacionales de construcción sostenible, creo que ya lo he dicho. Su estética es... Va por gustos. Diré que tiene cosas interesantes y otras que mejor podrían habérselas ahorrado, pues mezcla el ingenio con detalles horteras, pero éste es un juicio personal y cuestionable. Sírvanse ustedes mismos.

El interior de la guardería.
Parece un túmulo funerario etrusco.

Se cerró en 2012. Las razones, muy prosaicas: No había dinero (recortes), había descendido la natalidad y había menos niños en la guardería, el coste era de 200.000 euros al año... Además, como ya he dicho, tenía goteras y hacía aguas por todas partes, desde el primer día. La construcción había sido de mala calidad, asegura el actual alcalde, y el antiguo le da la razón. Pero la polémica persiguió al cierre. Nos podemos reír de las gilipolleces que dijo el estudio de arquitectura, pero tenemos que ponernos en contra de quien quiere ahorrar dinero maltratando a la educación pública. Los padres protestaron, con razón, y siguen quejándose.

Naturalmente, el arquitecto de la guardería sostenible y holística (sic) La Font del Rieral no está de acuerdo con eso de la mala calidad de la construcción. Se llama Gabriel (Gabi) Barbeta Solà, director de Ecoarquitectura. Echa las culpas al constructor, que le ha arruinado la obra. Por una vez que consigue integrar criterios de construcción sostenible y holísticos en un todo (sic)... ¡Y diluciones homeopáticas de cuarzo rosa y flores de Bach! ¡Por favor...!

Jardín y patio interior de la guardería.

Qué pena. Porque el edificio tiene cosas dignas de estudio. La elección de materiales en función de su inercia térmica, el uso y aprovechamiento de materiales reciclables, la orientación para provecho de la insolación y la iluminación natural, las instalaciones de recuperación de aguas grises, el uso de muros trombe (pero no de sal, por favor), la ventilación cruzada, la cubierta ajardinada y un largo etcétera son opciones tecnológicas muy racionales y efectivas tanto aquí como en otras partes. Pero si va usted por ahí hablando de holística, flores de Bach, geometría sagrada y sandeces por el estilo, ¿qué vamos a pensar de usted?

¡Qué ganas de estropearlo todo! ¿Por qué tienen que andar jugando con la parafernalia chachichupiguay ecosúper holíticomeopática de las flores de Bach de cuarzo rosa? Luego se quejan de que no les toman en serio.

La guardería, estado actual de abandono y dejación.
En otras palabras, está reintegrándose de nuevo a la naturaleza.

Trampantojo


El trampantojo en la pintura es muy típico del Barroco.

Dice el Diccionario de la RAE que trampantojo viene de trampa ante ojo y es una voz familiar que significa (cito) trampa o ilusión con que se engaña a uno haciéndole ver lo que no es. Quizá no sabían que significaba trampantojo, pero es más que probable que hayan sido víctimas de uno o más de uno. En política, por ejemplo.

Trampantojo fiscal-familiar. 
Parecen huchas con los ahorros. 
En verdad son cuentas en paraísos fiscales llenas de dinero robado a la gente.

La palabra democracia les llena la boca; se presentan como un movimiento popular y apolítico; quieren ser la voz del pueblo sin haber pasado por las urnas; los dirigentes de este movimiento reúnen masas ingentes que se manifiestan de uniforme y siguiendo una coreografía muy vistosa y aparente; de noche, desfilan con antorchas; su discurso habla del triunfo de la voluntad, del destino que reclama la Historia (con mayúsculas) para un pueblo al que dicen representar (sin haber pasado por las urnas); definen como Pueblo al que se adhiere a su creencia y como ajeno, diferente, como adversario (en el fondo, malvado) al que no cree en lo que ellos creen o dicen creer; se desconoce su proyecto político más allá de la sublimación de ese destino y no admiten que el destino pueda ser otro; no se creen sujetos a la Ley si ésta no les da la razón; su argumentario es un acto de fe y sus razones no admiten discusión; su ideología tiene más de religión que de ciencia; cuentan con un aparato propagandístico que no tiene rival, pagado con fondos públicos y la complicidad de las autoridades; al final del acto, mientras suena un himno guerrero (¡Que tiemble el enemigo al ver nuestra enseña!, dice la letra), el público saluda con el brazo en alto, los cuatro dedos extendidos y el pulgar recogido, a la romana. 

Trampantojo popular-deportivo. 
Tras la aparente inocuidad futbolera se amagan pérfidos intereses económicos.

Uf, la estética pone los pelos de punta. Muy del siglo XX. Es algo ya visto, pero no por ello menos eficaz. Un atracón de emociones y sentimientos que no deja sitio para pensar las cosas con calma y distancia. Pero ¡qué dulce tentación! Es tan fácil dejar que otro piense por ti, entregarse a una esperanza y gozar de la alegría de una fe ciega en ese destino. Es tan cómodo dejar de ser uno mismo y formar parte del rebaño que no se puede aguantar. Mucha gente se suma a la renuncia del librepensar y resulta cada día más difícil descubrirse en voz alta como uno al que no le va la fiesta. Es así, qué le vamos a hacer. Te miran mal, si no te dicen cosas feas, directamente. Las voces críticas hace ya tiempo que hemos perdido la guerra y asistimos al espectáculo a días con el susto en el cuerpo, a días incrédulos y constantemente asombrados ante la general estulticia.

¿Dónde está el trampantojo? Mientras se distrae al personal con todo este aparato, lo verdaderamente importante pasa delante de nosotros y me parece que todavía no nos hemos dado cuenta. ¡Delante de nuestras narices! De hecho, todo ese agitar de banderas exaltado y ciego es una tapadera fantástica para impedir que el personal reclame justicia a los instigadores del follón, que son los que nos están robando la vida.

El Roto, genial, como siempre.

Venga el lector y preste atención, por ejemplo, a la sanidad pública de mi país. Mientras himnos y banderas recorren las calles de la ciudad, corre por los despachos la intención siguiente. Cuando usted vaya a parar a un hospital público, le preguntarán si quiere pagar la operación y el postoperatorio o si prefiere que le abran la barriga gratis. A mí me da que eso es lo más parecido a una extorsión con amenaza de violencia. Si no pagas... Si pagas, serás operado enseguida y te curarás antes. Si no pagas, paciencia, que algún día, si no te has muerto antes, te recordarán que ya puedes pasar a operarte por el becario de turno y sin anestesia, parecen decir y de hecho, dicen.

También se podrá pagar por una habitación decente, por una comida mejor, por una silla para el acompañante, por una atención personalizada. ¡Ya se paga por el agua de las comidas! Los hospitales públicos y concertados de Cataluña ofrecerán servicios a la carta a las personas con dinero para permitírselos. Los demás, los que no puedan pagar, que se jodan. Tal cual. 

El público agradece el esfuerzo del personal sanitario.
Quizá le falte al público plantarse ante el mal gobierno del país.

Con el dinero público, se ofrecerán los mejores servicios a beneficio de los ricos y lo que quede ya se lo repartirán los pobres, a discreción. Poco quedará, porque se cierran plantas de hospitales, quirófanos, servicios de urgencias, asistencias sanitarias a domicilio, etcétera. Se trocea la organización para vender mejor los restos a los buitres de costumbre. Porque ya está muy avanzada la venta de la gestión (¿?) de los hospitales públicos, la venta de los servicios de análisis clínicos (¿les suena el nombre de Sumarroca?), y hace ya tiempo que sobreabundan tantos cargos directivos que van a parar a antiguos consejeros de la Generalidad de Cataluña, diputados y demás, que se llevan a casa sueldos de aúpa por nada o menos. No hablemos de Innova, Sant Pau..., que suman cientos de millones de euros (sic) en pérdidas causadas por la corrupción y la ineptitud. El largo etcétera que sigue da para muchas lágrimas y provoca mucho daño.

El resultado es evidente y está a la vista. Sólo hay que verlo. En Cataluña mueren al año unas 6.000 personas más que en 2010. 

La mayor parte de estas muertes se deben a una peor calidad de la asistencia sanitaria y al empeoramiento de las políticas sociales, pues no hay otra razón posible. En los últimos cuatro años no han habido epidemias ni episodios de contaminación o envenenamiento que justifiquen un incremento de la mortalidad del 5% en cuatro años. Pero sí que es cierto que las ayudas a la dependencia, las ayudas sociales, la asistencia sanitaria, etcétera, han sufrido mermas considerables. 

CiU, PP y ERC lo han hecho posible. No me importa lo que digan en voz alta unos u otros, o unos de otros, sino lo que hacen de tapadillo y de mutuo acuerdo. ¡Por sus hechos los conoceréis! Con el beneplácito del Gobierno de España (PP), CiU y ERC han provocado tanto daño en la sanidad pública catalana que pasarán décadas de mucho trabajo antes de poder volver a tener lo que ya teníamos. Ah, por favor, que el PSC no mire hacia otra parte, que algo tiene que ver, y quizá tengamos que preguntarnos por qué IC-V o los sindicatos parecían más emocionados con las banderas que con los enfermos catalanes. Se han vendido al diablo.

¿Dónde está la Marea Blanca en Cataluña?
¿Por qué los catalanes no se quejan de la destrucción de su sanidad pública?

Pongamos un ejemplo, uno entre cientos. Las inspecciones sanitarias a las torres de refrigeración han disminuido más de un 40% en los últimos dos años, por falta de personal y presupuesto. A finales de este verano, una epidemia de legionelosis ha matado a diez personas (diez) y siguen cincuenta en los hospitales. Pero nadie pide responsabilidades a nadie, todo se calla, silencio, mientras el ruido de los desfiles ensordece a la razón. Pagaremos muy cara tanta estulticia, si no la estamos pagando ya.

Ni un euro en libros


Parece un juego, pero no lo es.

El caso de las tarjetas de crédito de Caja Madrid y Bankia es un escándalo de padre y señor mío. Pero no es (ni será) el único. 

Acudió al Parlamento de Cataluña para obsequiarnos con sobradas muestras de desfachatez. Sólo perdió la paciencia cuando alguien le comparó con Millet, al lado del cual había trabajado muchos años. No me compare usted con Millet, dijo. Entre otras cosas, porque Millet no es tertuliano del Grupo Godó y no pontifica sobre patria, ética y moral delante del señor Cuní.

Recuerden al que fuera presidente de Caixa de Girona que hoy es tertuliano en la televisión del Grupo Godó. Pregúntense por qué ya no es presidente de la institución, busquen en las hemerotecas las noticias que explican el caso con letra chica (no vayan a indignarse los gerundenses, por Dios) y les asombrará saber quién se oculta bajo esa fachada respetable, hecha de cemento basto y grueso, ese rostro que tiene la boca siempre a punto para pontificar sobre la patria, la ética y la moral. Tras la desfachatez y la soberbia descubrirán a un sinvergüenza iluminado por pocas luces, un tipo en el que no cabe ni un argumento. Pero ¿quién es él, a fin de cuentas? Un don nadie, un canalla que pasa por ilustre en provincias.

Ahora nos llevamos las manos a la cabeza por Bankia, pero de aquí a poco...

Comparémoslo con sus camaradas de Caja Madrid, que se gastaron en putas y comilonas lo que hay y lo que no hay, mientras se arruinaban los ahorros de centenares, de miles de clientes. Ésos son canallas como Dios manda, brutales, y habría que tratarlos como a tales. Dicen los mentideros que los próximos en caer serán los de Caixa Catalunya, con don Narcís delante y los demás detrás, y ya se ha citado en alguna parte la cifra de 900 millones de euros destinados a préstamos especiales y otras zarandajas que tendrán mucha miga y que agitarán un poco más el pestilente panorama de la sociedad civil catalana.

Una de las listas de sinvergüenzas y su gasto tarjetero.
El gasto en libros es misérrimo.

Dejando a un lado a tanto sinvergüenza y semejante barbaridad, me llama poderosamente la atención un pequeño detalle. Tal es que entre miles y miles de euros (millones, quince, veinte, no sé) gastados en vinos, discotecas, hoteles de lujo con señorita, joyerías, supermercados... entre tantos gastos de los consejeros de Bankia, que van de los cinco céntimos de una bolsa del supermercado a miles y miles de euros para un safari, cuesta encontrar un gasto en libros. 

A bote pronto y sin entrar en detalles, sólo un puñado de consejeros gastó dinero en libros; no más de uno de cada diez, quizá, siendo generosos. Esta minoría gastó dinero en libros, pero poco: de cada diez mil euros (10.000), gastó menos de cinco (5) en libros. 

No diré más.

Para más información sobre los gastos en libros, véase, entre otros muchos enlaces, éste:

Para saber más sobre el caso de Caixa de Girona:

Cándido



¡Qué placer! Hay que meterse un clásico en el cuerpo con cierta regularidad, para mantenerse en forma. La lectura de Cándido, de Voltaire, es un ejercicio sanísimo y muy recomendable. Es un bocado exquisito y una necesidad. ¿No han leído todavía el Cándido, de Voltaire? ¿A qué esperan?

Discutieron durante quince días seguidos, y al cabo de quince días se hallaban en el mismo punto que al comienzo. Pero, en fin de cuentas, hablaban, se comunicaban ideas, se consolaban. (Capítulo XX.)

Si no saben de qué va, les diré que Cándido es un personaje de conciencia recta y simple que ha sido educado en la creencia de que éste es el mejor de los mundos posibles (como decía Leibniz). Entonces le sucede un contratiempo, tiene que abandonar su hogar, ver mundo y lo que ve... En fin, para qué contar, si ya lo leerán ustedes. 

Confieso que me ha levantado algunas risas, pero también me ha aproximado al horror de la guerra, la intolerancia o la estupidez. Uno puede estar o no estar de acuerdo con Voltaire, pero tiene que ceder ante su libertad de pensamiento y su acerado y punzante sentido crítico. Cándido vale tanto hoy como el día en que se escribió y su valor literario va de la mano de su valor llamémosle político o filosófico. En eso es una rara auis, porque una cosa y la otra no suelen ir juntas a menudo.

Habrá quien sostenga que Cándido es una obra menor y puede que acabe dándole la razón, pero es un bomboncito literario y libresco, un capricho, un pequeño placer al que rendirse con gusto y ganas. De verdad que me lo he pasado en grande leyéndola.

He leído la versión traducida al español por Carlos Pujol, que publica Blackie Books, una editorial que está rompiendo muchos moldes y que me parece que lo está haciendo muy bien. Esta edición es un tanto especial, pues viene ilustrada por Quentin Blake. 


Blake es famoso por la ilustración de cuentos infantiles y es uno de los más grandes ilustradores de ese género. La idea de ponerlo a ilustrar Cándido me parece una apuesta arriesgada, pero magnífica, y el resultado creo que ha sido fenomenal. No todo el mundo está de acuerdo conmigo. Discutí hace un tiempo con una editora de prestigio, que no citaré, sobre el particular. No le pareció una buena elección, pero otras personas que participaron en la discusión quisieron llevarle la contraria. Esto no quita ni añade méritos a esta edición, sino que muestra hasta qué punto hay que jugársela y por qué vale la pena hacerlo. Mi opinión sobre el particular es que ha sido una gran apuesta que merece ganar, pero admito que mi opinión vale tanto como las demás y menos que alguna otra.

Bah, dejémosnos de tonterías. Vayan y lean Cándido, caray. Que vale la pena.

La Fardier de Cugnot



Recuerdo el significado de popovismo, que es la manía de las naciones de atribuirse el mérito de algún invento, algún descubrimiento, algún avance de cualquier tipo; en su defecto, la constatación de haber sido imprescindibles para que fuera posible, de haberlo inspirado, de haberlo perfeccionado, incluso de hacerlo mejor que las demás. El popovismo cae con facilidad en el ridículo, pero los nacional-popovistas no suelen ser conscientes de su propio esperpento. Son tantas las pruebas, y tan evidentes, que no sigo por aquí.

La Fardier Grandeur Nature original, en París.
Fíjense qué bien conservada.

El popovismo francés (y belga) afirma que el primer vehículo automóvil fue el carruaje de Cugnot. Éste, Nicolas-Joseph Cugnot, era un ingeniero militar muy ducho en artillería y fortificaciones. En pocas palabras, pertenecía a la élite formada en la ciencia, la matemática y la geometría de aquel entonces. Pues, como iba diciendo, Cugnot ideó un carruaje capaz de moverse sin caballos, impulsado por un motor de vapor. Estos motores eran lo último de lo último en tecnología, recién perfeccionados por Papin o Watt, especialmente en Inglaterra. Que Cugnot prestase atención a semejante máquina indica que los ingenieros militares no eran simplemente soldados en la Europa del siglo XVIII.

Hacia 1769, Cugnot mostró su primer carruaje automóvil al público, en Bruselas. Eran un modelo reducido de su gran idea. Se movió durante doce minutos a unos 4 km/h (chuf, chuf, chuf). Era un triciclo capaz de transportar a cuatro personas a bordo e impresionó mucho al duque y marqués de Choiseul, que entonces era ministro del rey de Francia (Secretario de Estado de Guerra, en puridad). Cugnot y el ministro habían hablado de esa máquina, el ministro había permitido el experimento y al ver el carricoche automóvil se emocionó.

Una reproducción de la máquina de Cugnot.
Fíjense que lleva un cañón de 12 libras atado al chasis.
El chófer va disfrazado de artillero.

El ministro pensó que tal cachivache podría servir para arrastrar las piezas de artillería del novísimo sistema Gribeauval que estaba gestándose a sus órdenes. El primer sistema estandarizado de artillería de la historia ¡movido por máquinas automóviles! Era demasiado bonito para dejar pasar esa oportunidad. El ministro mostró ser un visionario y no ahorró facilidades a Cugnot.

Cugnot recibió toda clase de ayudas y trabajó con los artilleros. Con el mismo Gribeauval, si nos ponemos. De hecho, las mismas máquinas y los mismos talleres que perforaban el ánima de los cañones de bronce de 4, 8 y 12 libras se emplearon en la construcción de las bombas (los pistones y cilindros) en el Arsenal de Estrasburgo. Aunque éste era un prototipo, se construyó pensando también en su estandarización y producción en serie (si puede llamársela así). La máquina compartía piezas con los armones y las cureñas de artillería del sistema Gribeauval, las ruedas y la tornillería. Su Fardier à vapeur, o simplemente La Fardier, es un hito en la historia del automóvil (y de la mecánica).

Otra reproducción de La Fardier.
Chuf, chuf, chuf.

El modelo mejorado se exhibió en París. Se escogió el Campo de Marte para que hiciera su entrada triunfal (chuf, chuf, chuf) y fue recibido por un numeroso grupo de militares y tantísimos curiosos con muchos aplausos. Así, en noviembre de 1770, La Fardier Grandeur Nature (el modelo grande, qué bonito dicho en francés) comenzó una serie de pruebas intensivas en Vanves, al sudoeste de París, donde corría arriba y abajo por los caminos (chuf, chuf, chuf).

La Fardier Grandeur Nature era un cacharro impresionante. Medía 7,25 m de largo y 2,19 m de ancho; pesaba 2.800 kg y se decía que su motor podía mover hasta 8.000 kg. En pocas palabras, era muy capaz de arrastrar un cañón de 12 libras, el armón con la munición y los artilleros, todos a la vez. Gribeauval en persona siguió de cerca el desarrollo del proyecto, exigiendo la máxima fiabilidad y estandarización de todas las partes, con la cabeza puesta en sus cañones. 

Una reproducción del famoso tractor de artillería de Cugnot.

La marmite (la marmita o caldera, que diríamos hoy) medía 1,5 m de diámetro. El vehículo era un triciclo de tracción delantera. La marmita por delante, el motor, el chásis (no había carrocería), donde había un asiento y un volante-palanca para el conductor, y la plataforma de carga. Este prototipo costó al ministerio la broma de 20.000 libras. Hay quien dice que equivaldrían a 200.000 euros de hoy en día. Quizá sea más dinero.

Escalofriante imagen del primer accidente de automóvil de la historia.

El interés del ministro era auténtico y muchos militares aplaudían la idea. Pero La Fardier no era perfecta. Era, quizá, demasiado larga y además giraba mal y por eso se estrelló contra un muro a la impresionante velocidad de 4 km/h a las afueras de Vanves, hacia finales de noviembre de 1770 (chuf, chuf, chuf, ¡cras!). Es, que se sepa, el primer accidente de automóvil de la historia, pero no hubo víctimas más allá del susto. Abollada, La Fardier Grandeur Nature fue reparada y perfeccionada y siguió corriendo por los caminos (chuf, chuf, chuf) hasta que...

En fin, la política. El ministro Choiseul cayó en desgracia y le sucedió un ministro conservador, en 1771. Éste no supo ver nada interesante en la máquina, suprimió la subvención y La Fardier fue a parar al depósito del Arsenal. Cugnot ganó una medalla y una recompensa, pero ahí se acabó el primer tractor de artillería a vapor de la historia. Así que Cugnot prosiguió con sus tratados sobre fortificaciones, frustrado el vehículo automóvil, y así pasó el tiempo, hasta que se le echó encima la Revolución Francesa. Perdió todos sus ahorros, tuvo que abandonar París, se refugió en Bruselas. Le fueron mal las cosas.

Pero la máquina no murió. Roland, un comisario general de artillería, propuso restaurar La Fardier. La había descubierto en el Arsenal, en sorprendente buen estado. Se le ocurrió acudir a un general llamado Bonaparte, que entonces preparaba una expedición a Egipto. Tan ocupado estaba con Oriente el tal Bonaparte que no prestó atención a la máquina. Su principal objeción fue que no podía llevarse La Fardier a Egipto porque ahí no había ni leña ni carbón para alimentarla y Roland, frustrado, llevó La Fardier a la abadía de Saint-Martin-des-Champs, que luego sería el Conservatoire National (o Musée) d'Arts et Métiers. ¡Ahí sigue todavía!

Antigua ilustración que muestra La Fardier de Cugnot en el museo donde sigue exhibiéndose hoy en día. La verdad es que su conservación durante dos siglos y medio es casi milagrosa.

Bonaparte no se olvidó de Cugnot. Siendo Cónsul, en 1800 le concedió una pensión de la que pudo seguir viviendo hasta que murió sin hijos y modestamente en 1804. Su máquina permaneció en la abadía y allá aguantó años y años. De hecho, ahí sigue exponiéndose, en un estado de conservación que sigue produciendo asombro. 

Pero hablábamos del popovismo. Ante la máquina de Cugnot, todo son envidias. Los italianos esgrimen (cómo no) a Leonardo da Vinci y a un tal Giovanni Branca, que, dicen, inspiró a Newton, y entran los británicos en escena, diciendo que Newton sí que sabía lo que tenía entre manos, no Branca, y que de Newton a Newcomen, y de éste a Watt, un paso, y sin Watt, Cugnot queda en nada. Pero los franceses contraatacan con Papin, que fue el primero en propulsar un vehículo (una barca) con vapor, antes de Watt, hasta que salen los holandeses (Holanda, quién nos lo iba a decir) y aseguran que un jesuita holandés de misión en China (sic), un tal Verbiest, concibió el primer vehículo automóvil propulsado por ¡una turbina de vapor! Hasta que viene un griego, alza la mano y pide la vez, recordando a Herón de Alejandría... Pero eso ¿no está en Egipto? Faltan los catalanes, que aseguran que Leonardo era catalán y ya puestos, los demás, también, pero no hay quien tome en serio al Institut Nova Història y ésta es ya, como ven, otra guerra en la que hoy no pienso entrar.

La ética de los sinvergüenzas


Los hechos

Un sinvergüenza pertenecía al Consejo de Administración de Bankia - Caja Madrid, valga la redundancia, y era además vicepresidente de la CEOE. Lo han pillado echando mano del dinero y llevándoselo a casa con el desparpajo del bucanero. Sorprendido por la reacción del público, ha dicho que no piensa dimitir de su cargo en representación de los empresarios. 

Lo que enerva al personal es que los empresarios aplaudan el gesto y le mantengan en el cargo. Por si sirve de consuelo, el fulano asegura que no se volverá a presentar al cargo en representación de los empresarios madrileños. Dice que tiene cosas que hacer y que no puede dejarlas a medias. Entre ellas, la de poner al día el código ético de la CEOE. Manda güevos, que dijo un gran estadista.

Uno de los sinvergüenzas pillados en falta, Fernández.

El sujeto se llama Arturo Fernández. Gastó más de 10.000 euros en comilonas en sus propios restaurantes, a los que añadir 47.500 euros más que se gastó su concuñado Díaz Ferrán (hoy preso por sinvergüenza) en los mismos. Un periodista con imaginación definió el caso como autofacturación

Pueden leer el detalle de los gastos que realizó con esos fondos en negro aquí mismo, en:

La Comisión de Régimen Interno de CEOE, presidida por Joaquín Gay de Montellá, de Fomento del Trabajo, ha concluido que el comportamiento del señor Fernández no atenta (sic) contra el Código Ético y de Buen Gobierno de la CEOE. Pueden leer tal código en esta dirección:

Si acaso, dice la comisión, se trata de un asunto puramente personal (sic).

Para ello se basan en el Capítulo IV de ese código, titulado Compromiso Reputacional (sic). Ningún miembro de la CEOE (cito) colaborará conscientemente con terceros en la violación de ninguna ley, ni participará en ninguna actuación que comprometa el respeto al ordenamiento jurídico vigente

Luego dicen que si se le abre un procedimiento penal, entonces habrá que echarlo, pero (cito) Se entenderá que se ha abierto un procedimiento penal cuando se formule contra el interesado escrito de acusación por el Ministerio Fiscal; o cuando se adopte contra el mismo una medida cautelar de especial importancia e intensidad; o cuando contra el afectado se dicte un auto de procesamiento. Como nada de eso le ocurre al señor Fernández, el sinvergüenza merece todo el apoyo de los empresarios de la CEOE. Ahí queda eso.

Consecuencias políticas

(Actualizado el 16 de octubre) Coincidiendo con la publicación de estas palabras (15 de octubre a las 2100 h.), los periodistas anuncian la dimisión de Arturo Fernández como vicepresidente de la CEOE. Dimite, sí, pero poquito. Seguirá al frente de los representantes de los empresarios madrileños y a falta de alguien que le sustituya en la CEOE, seguirá ejerciendo de vicepresidente.

Tiene sus razones. El código ético de la CEOE no vale para echarlo o cesarlo de sus responsabilidades en la organización, pero el escándalo ha sido mayúsculo y la población no se anda con cuentos. La prensa ha hincado el diente en esta jugosa noticia de corrupción (de inmoralidad pública, si quieren) y el público ya no tolera estos comportamientos. La crisis ha arruinado a la mayoría y a los pobres sólo les queda la honra, y verla arruinada por esta gentuza...

Una disquisición filosófica

El problema es que la CEOE tiene un código ético (mal escrito), cuando lo que debería tener es un código deontológico (y alguien que sepa escribir). Como los señores de la CEOE son poco leídos y no distinguen ética de papiroflexia, será mejor que les explique. Va por ustedes.

Una lectura recomendable.
No es lo último en ética, pero no está mal para empezar.

Las personas se comportan de una determinada manera. El estudio de ese comportamiento podría llamarse (de hecho, así se llama) pragmática. Qué es lo que haces en tal o cual situación, lo que haces de verdad. Para que no hagas perrerías se inventaron las leyes, que ponen límites no a lo que piensas, sino a lo que haces. 

La moral (del latinajo mors, costumbre) nos dice qué considera una sociedad que es bueno, correcto, apropiado o todo lo contrario. Las leyes se basan en la moral. Si la mayoría cree que robar es malo, incorrecto, inapropiado, la ley prohibirá robar y será inmoral robar. Pero si el señor Fernández roba y ustedes, sus amigotes de la CEOE, dicen que no importa y de verdad parece que no importa, verán muy clara la diferencia entre moral y pragmática. 

La ética es algo más, pero simplificaré la idea. Como disciplina, estudia qué y por qué es moral y cómo tendría que interpretarse la moral, a nivel personal o colectivo, con la idea de qué hacer o cómo cambiarla para que sea más beneficiosa para el conjunto de la sociedad. En cierta manera, la ética es la justificación de la moral.

Hablando con propiedad, un código ético sería el enunciado de las justificaciones morales, no un código de conducta. Es decir, diría qué es el bien para un empresario, qué es lo bueno para él, para él en exclusiva, para nada ni nadie más. Pero no (repito: no) regularía el comportamiento de los empresarios. 

Dicho de otra manera, no podría exigírsele a un empresario que se comportara de tal o cual manera con un código ético en la mano, porque cada uno interpretará la ética como crea que tiene que interpretarla para conseguir aquello que cree que es bueno. Si hay que matar, violar y robar para conseguirlo, no podremos acusarlo de faltar al código ético, pero sí de cometer actos inmorales o ilegales.

Si lo que queremos es regular el comportamiento de los empresarios, lo que hacen o puedan hacer, necesitamos un código deontológico. Es decir, no regularemos lo que tiene que pensar un empresario (si piensa), sino sólo lo que puede o no puede hacer. Luego, que piense lo que quiera.

Un código deontológico nos dice cuál es el deber de un colectivo de cara al público y la sociedad, qué es lo que tiene que hacer o qué no puede hacer. Como ya he dicho, las consideraciones éticas son un plato aparte, que asoman sólo en situaciones extremas. 

El código deontológico es normativo, por definición. Se sitúa a medio camino entre la moral y el derecho; no puede autorizar actos inmorales (aunque puedan ser legales) y se rige mediante normas y procedimientos. Estas normas de comportamiento las hace públicas un colegio o colectivo profesional y se obliga a sí mismo a cumplirlas. Los médicos hacen el juramento hipocrático, por ejemplo. Como mínimo, respeta estas normas, dice un código deontológico. Es lo menos que te puede exigir la sociedad y tus compañeros y si no las respetas, chico, fuera, que no eres de los nuestros.

Así que, en propiedad, los señores empresarios de la CEOE pueden hacer lo que les salga de... lo que quieran, quería decir, porque no tienen un código deontológico, sino uno ético. Maldita la diferencia, me dirán. Vale.