El color del mar y los pequeños tesoros


Rubens pintó a Diana y las musas cazando ciervos.
Sexo y violencia en estado puro.
Normalmente, a la vista en el Museo del Prado.

He visitado dos exposiciones en el CaixaFòrum de Barcelona. Una va de Sorolla y se titula El color del mar y la otra va del Museo del Prado y se titula La belleza cautiva, pequeños tesoros del Museo del Prado. ¡Qué suerte tengo de vivir en Barcelona! Dicho más exactamente, qué suerte tengo de poder disfrutar de Sorolla, Rubens, Velázquez y compañía tan cerca de casa.

Un autorretrato nos recibe en la exposición de Sorolla.
Los textos están todos en catalán subtitulados con cursiva en español.
Los turistas que no sepan lenguas romances lo pasarán muy bien.

¿La mala noticia? Que estas dos exposiciones van a cerrarse en unos días. Así que, si no las han visto y no pueden ir a verlas... ¡chincha y rabia!

Sorolla en plenitud de sus facultades.

La exposición de Sorolla nos planta delante de sus marinas y el color del mar, el hilo conductor de la exposición. Gran parte de éstas las pintaba a pie de playa, con prisas, respondiendo al impulso de pillar la luz, los colores o la escena del momento, como hacían los impresionistas. De ahí que algunas parezcan inacabadas, porque Sorolla sale del paso con un par de pinceladas por aquí, un par de pinceladas por allá, chas, chas, y ya está. Faltan algunas obras de gran formato, de entre las más famosas, pero podemos ver alguna obra conocida que no está nada, nada mal. Dicho esto, no crean que ninguneo la exposición. ¡Qué va! ¡Todo lo contrario! ¡Qué maravilla! ¡Vayan a verla si pueden!

La belleza se oculta a plena luz del sol, en lo cotidiano, y se expresa con pocos trazos.
Simplemente.

Además les diré que se aprende mucho de las obras menores, los apuntes y los experimentos con el pincel. ¿Qué busca? ¿Dónde lo busca? ¿Cómo intenta expresarlo? ¿Tiene (o considera que tiene) éxito? ¿Qué deja a un lado y sobre qué insiste? Etcétera. Cuando después de tres o cuatro lienzos chapurreados de óleo uno se enfrenta a una obra mayor, es capaz de comprenderla mejor... y uno descubre que esta diferencia entre obras mayores y menores es muchas veces puro esnobismo o pedantería. La exposición de Sorolla, no sé si queriendo o sin querer, nos pone delante de los ojos esta ansia de experimentar, captar, probar, intentar, incluso fracasar, del maestro Sorolla, y lo agradecemos mucho.

Mercurio lleva de la mano a Francisco I (Medici) hasta donde reposa la diosa Florencia, para que la seduzca y posea. Francisco pregunta ¿Toda para mí? y Mercurio le dice que sí, que toda. Francisco parece tímido y apurado y se diría que tiene sus razones, porque Florencia parece una mujer mucho más grande que él..
Arte y política italiana, en el Renacimiento. Un pequeño tesoro de alabastro.

La segunda exposición (en orden de mi visita) ha sido La belleza cautiva, pequeños tesoros del Museo del Prado, que ha reunido 135 obras de la gran pinacoteca y las expone todas juntas, en orden cronológico. Es una exposición que pretende mostrarnos piezas poco conocidas del museo, a veces condenadas a aburrirse en una esquina, sin que nadie preste atención a su valor (con las malditas Meninas allá cerca, ya ve usted quién va a hacerme caso). Otras corren peor suerte, metidas en los desvanes, esperando conocer al público de vez en cuando. Además, por si fuera poco, la mayoría de obras expuestas son pequeñas (no todas). 

Velázquez pintó un rincón de la Villa Medici en Roma que todavía estaba en obras.
Uno de los dos caballeros que aparece en el cuadro lleva consigo una vara de medir.
Los impresionistas pintaron así dos siglos después y creyeron haber descubierto América.

Pero ¡cuánta razón tienen al mentar los pequeños tesoros! Porque serán pequeños, pero ¡qué tesoros! En mi lista de predilectos hay un lienzo de Velázquez que pinta un rincón de los jardines de la Villa Medici de Roma, que dicen los cronistas que se anticipó dos siglos a la manía de los impresionistas de andar de aquí para allá con el caballete a cuestas. Qué más da si se anticipó o no se anticipó, porque es casi perfecto. También me enamora un lienzo de Rubens con una Sagrada Familia rodeada de santos (San Agustín, con una cara de mala leche...), un bajorrelieve florentino en alabastro... Qué sé yo, tanto que ver y mucho que disfrutar.

Fortuny pintó a este niño tomando el sol en una playa cerca de Nápoles.
El cuadro cabría en la pantalla de su ordenador.
Pequeño, pero magnífico. Una de las obras más grandes de la exposición.

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