Publicidad de mierda


Sucedió ayer, en televisión. En uno de estos súbitos cortes publicitarios de siete minutos (¡siete!) a los que nos somete la TDT, se sucedieron dos anuncios de laxantes, uno de cremitas para las hemorroides, uno de yogures que regulan el tránsito intestinal, y ya me entienden, dos de cereales con fibra, que van de lo mismo, otra cosa que también se come y ayuda a ir de vientre, una pastilla, atención, que combate la acumulación de gases y procurará pedos, digo yo, a falta de caca, y para no desentonar con el resto, una pastillita para evitar el ardor de estómago, que después de semejante maltrato, debe de ir fino. Creo que me dejo alguno.


Estupefacto quedé. Dejando a un lado dos anuncios insustanciales (uno, para vender un producto que combatía los hongos en las uñas de los pies y otro, de pasta dentrífica bonísima para cargarse el sarro), el resto de la propaganda, perdón, publicidad, iba destinada al ejercicio de las aguas mayores. No se veía una manifestación escatológica como ésa desde la famosa Merde d'artiste, y ésa ha resultado ser de escayola (sic). Pero aquélla era arte o si prefieren, una broma. Ésta, que se repite una y mil veces a lo largo del día, promete efectos devastadores para las ratas de alcantarilla y beneficios astronómicos para los fabricantes de papel higiénico (otro clásico de la publicidad). Nos vamos a cagar todos de las patas p'abajo.

Qué angustia corroerá a nuestra sociedad que no caga. Qué será que sólo cagando engendramos mujeres guapas y felices. Adónde iremos a parar, que vamos tan estreñidos. El porqué es un enigma, pero la manifestación de esta coprofilia es un ejercicio de retórica inverosímil e hipócrita. Ni por asomo se menciona el verbo cagar o las palabras caca, heces, mierda, plasta o semejantes. Eufemismos, metáforas, circunloquios, sobreentendidos, toda la artillería de la lengua a disposición del anuncio de un supositorio, un enema o un laxante, que promete felicidad y alegría, un ¡por fin! lleno de promesas paradisíacas. Las mujeres que al fin cagan, jóvenes, guapas, fértiles y pristinas, salen del lavabo sonrientes, dando saltitos de alegría, en un estado orgásmico que le da la razón a Freud, cuando sostuvo que el primer placer sexual es el del bebé que aguanta la caca hasta que no puede más y entonces, qué felicidad, se deja ir. Así estamos.

Lo pregunto porque no sé si soy yo, que soy raro: ¿Estamos todos bien?

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