La tristeza del autoodio (por Josep-Lluís Carod-Rovira)


Traduciré literalmente un artículo de quien fuera líder de ERC y elemento fundamental de la creación y fracaso del Tripartito en Cataluña. 

El artículo original, en catalán, se encuentra en la siguiente URL:


Es una página de opinión de un periódico on-line en catalán, Nació Digital, donde escribe regularmente Josep-Lluís Carod-Rovira, autor del artículo que traduciré lo más fielmente posible. En las páginas de este sitio, se describe a sí mismo como sigue:

Me llamo Josep-Lluís, aquí y en la China. Y Carod-Rovira, con guioncitos, desde que a los 13 años descubrí B. Rosselló-Pòrcel. Tengo unos cuantos carnés, de los cuáles, en estos momentos, casi no hay ni uno que acabe de convencerme, comenzando por el DNI, que no me convence nada. Leo, escribo, viajo, colecciono, sueño y soy muy rico en amigos y libros. También hago política, desde que con 12 años fundé Catalunya Unida i Lliure. Me gusta la sepia con patatas, el allioli de la Fonda dels Àngels, la salsa de calçots que hace Montserrat Coll, el cava/champán bien frío y el vino del Montsant/Priorat. ¡Y muchas cosas más, felizmente!

Su artículo se titula: LA TRISTEZA DEL AUTOODIO

Fecha de publicación: 26 de junio, a las 00:02 h..

Destacado: Madrid sabe de qué pie calzan y por eso los deslumbra, beneficia y promociona, a cambio de adoptar una actitud de menosprecio metódico.

Traduciré todo el artículo al castellano, conservando algunas palabras como minorizando que, en propiedad, no están bien dichas ni en catalán ni en castellano, pero que el autor emplea asiduamente, alguna discordancia de género y número, que también se da, y la puntuación original, en honor a la más exquisita fidelidad al texto. La primera frase de cada párrafo está marcada en negrita, en el original.

¡Vamos allá!

El artículo:

Una mirada atenta a las actitudes nacionales existentes en el seno de la actual sociedad catalana permite, entre otras cosas, detectar con precisión el grupo de ciudadanos que podríamos calificar como militantes de la secta del autoodio. Generalmente, abundan personas de un determinado nivel cultural y con una cierta experiencia política, incluso, en gran parte procedentes del mundo de las izquierdas. El autoodio sufre de una incomodidad obsesiva con el país y con cualquier cosa que tenga relación, por insignificante que ésta sea, y se expresa con una crítica destructiva permanente contra el que es de aquí, contra cualquier iniciativa, proyecto o propuesta que venga de aquí, con un menosprecio enfermizo, un odio infinito contra todo aquello que sea catalán o que lo parezca. Salta como un reflejo automático a la simple mención o aparición de las palabras "catalán" o bien "Cataluña", tanto da la idea posterior que acompañe a estas dos palabras. Hay gente, pues, a quien desagrada ser lo que son, de donde son o bien de dónde pueden ser si así lo desean. En ocasiones, la visceralidad anticatalana los lleva a proferir toda clase de ofensas y mentiras, a menospreciar todo lo que es catalán, dando por buenas y elevando al altar de la veneración cosas positivas de otras latitudes, sobrevaloradas con mucha frecuencia, a veces simples mediocridades. Establecidos en el estadio [sic] permanente de "ciudadanos del mundo", militantes de un cosmopolitismo sin raíces, en la práctica eso acaba siendo siempre sin raíces catalanas, aunque con una vocación y militancia española inequívoca, por acción o por omisión. 

Hay que son profesores en la universidad, periodistas, políticos de segundo nivel, actores y cantantes con aires de "progre", recibidos con los brazos abiertos por los medios de comunicación españoles, donde son estrellas en sus tertulias y programas que vomitan hiel contra Cataluña y donde coinciden, ¡ay!, con lo más casposo de la sociedad española. Se mueven por los platós con familiaridad y un cierto aire de arrogancia, mezcla, más bien, de decepción e insatisfacción personal por no sentirse valorados por las administraciones del país y la misma sociedad catalana. Están convencidos de que, en Cataluña, no tienen la relevancia que se merecen, ni tampoco la consideración social y que su obra tendría que conocer un éxito comercial y de público muy por encima del que ahora tienen. En España son exhibidos como víctimas indefensas e inocentes de una cruel persecución catalanista -¡pobrecitos!-, según la cual el español, el segundo idioma más hablado del mundo, oficial en tres continentes y en veinte estados, vería peligrar su futuro, casi al límite de la extinción, pero no en su territorio propio, sino en los Países Catalanes, no por parte del inglés o el chino, sino del catalán, lengua todavía minorizada [sic], ausente de todos los organismos internacionales.

Son especialmente beligerantes con la cultura tradicional y popular catalana, a la que consideran provinciana y poco relevante [original, de poca volada o de corto vuelo o alcance] (castells, sardanas, gigantes, etc.), pero son del todo comprensivos y defensores de toda clase de expresiones culturales populares de cualquier parte, acerca de las cuáles les faltan palabras para elogiar su autenticidad, originalidad o vistosidad, eso sí, con el único requisito de que no sean catalanas. No tienen inconveniente en extasiarse, en público, ante la primera chabacanería llegada tanto da de dónde, sobre todo si este dónde es español. De esta manera, mientras lo que es catalán es sinónimo de carranclón, vulgar, tronado, anticuado, cerrado y pasado de moda, eso que llega de otras partes es, en cambio, característico, interesante, étnico, antropológico, curioso, singular, original, auténtico, bella manifestación de la cultura popular, aunque a veces sea de un primitivismo sencillamente bestia, pero, eso sí, español. 

Se trata de gente a quien molesta ser catalanes o quizá, de gente que piensa que nunca será vista y admitida del todo como tal. Es un comportamiento relleno de toda clase de complejos, frustraciones y traumas y, buscando, buscando, no es casual que aparezca algún factor de procedencia que sea, de hecho, el factor principal desencadenante de la incomodidad y el autoodio. A veces hay que prestar atención a la pertenencia originaria a un determinado estatus socioeconómico: o bien muy alto, asqueado sabiéndose hijos de la alta burguesía o bien muy bajo, mortificados constantemente al recordar que en casa se ganaban la vida trabajando en una portería del Ensanche barcelonés. En otras ocasiones, tiene que ver el origen geográfico, cultural o lingüístico que, con una visión étnica, nacionalista y anticuada de los fenómenos nacionales contemporáneos, los hace autoexcluirse de la posibilidad de ser miembros activos del proyecto nacional catalán. Entre algunos de los nombres más relevantes intelectualmente del autoodio (hay apellidos que delatan), está el de hijos de colaboradores del franquismo, tan progres ellos, gente que se enriqueció con la dictadura y con familiares directos culpables de haber delatado demócratas, republicanos y catalanistas ante las autoridades falangistas que acompañaban al ejército de ocupación y que dictaron sentencias de muerte o de prisión contra las personas denunciadas.

Madrid sabe de qué pie calzan y por eso los deslumbra, beneficia y promociona, a cambio de adoptar una actitud de menosprecio metódico de todo lo que es catalán y de sobrevaloración de todo lo que pueda gustar allá, en un gesto mayúsculo de provincialismo servil. Embobados ante cualquier medianía procedente de más allá del Cinca, pasmados [bavacaiguts, en original, a los que se les cae la baba] ante un puñado de famosos hispánicos de estética casposa y que les ríen todas las gracias, atentos al suspiro más leve de políticos españoles de cuarta regional, el nivel desproporcionado de su autoodio los ha llevado a pensar Cataluña en clave de pequeñez y España como sinónimo de grandeza. Tienen una hipersensibilidad desmesurada con el universo simbólico catalán, tic de irritabilidad dermatológica inusitada, que nunca se produce ante ningún otro universo referencial. En fin, en caso de un debate por televisión o en directo en un acto público, son los más sencillos de identificar, incluso antes de que abran la boca: son aquellos que hacen más cara de tristes y amargados y que aparecen, a los ojos de todos, como permanentemente cabreados. No ríen nunca, ni se les conoce ninguna sonrisa, por leve que sea. Es lógico, la inminencia de su derrota en las urnas, pues, no les deja espacio para muchas alegrías. Es comprensible...

Fin del artículo.

Ejercicios propuestos

1.- Sustituir catalán por español, Cataluña por España y viceversa. Convertir el artículo tal cual está en el que escribiría Carod-Rovira de llamarse José-Luis y no Josep-Lluís, que mentaría entonces a los personajes que manifiestan odio a España en las tertulias, los periódicos, etcétera, el porqué son tan malvados y cómo identificarlos finalmente. Publicarlo con pseudónimo en un periódico conocido (sea, por ejemplo, La Razón) y esperar la reacción de los medios de comunicación catalanes y los tertulianos de costumbe. Comparar la reacción de los mismos en uno y otro caso. (3 puntos.)

2.- Buscar ejemplos de "hijos de colaboradores del franquismo", "gente que se enriqueció con la dictadura", etcétera, entre los personajes de relevancia política del nacionalismo catalán. Por ejemplo: Molins, Carulla, Millet, Pujol, Ribó, Maragall, Nadal... Buscar los puntos en común de estos personajes con los que describe el autor del artículo. (3 puntos.)

3.- Buscar personajes de la vida pública catalana que manifiesten los mismos síntomas de odio e inquina, la misma mediocridad intelectual, mala leche, estupidez, etc., que los que describe el artículo, pero que se manifiesten en su odio hacia España o todo lo que huela a español en vez de hacia Cataluña y todo lo que huela a catalán. Estudiar el trato que reciben en los medios de comunicación catalanes, su particular psicología y sus antecedentes familiares y socioculturales. (3 puntos.)

4.- Enumerar una tradición popular (folclórica) de cualquier parte del mundo que no sea, por definición, "carranclona, vulgar, tronada, anticuada, cerrada y pasada de moda". (1 punto.)

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