La operación Corncob


El desembarco en la playa Omaha, el 6 de junio de 1944.

El desembarco de Normandía es una de las batallas más famosas de la Segunda Guerra Mundial, pero algunos de sus detalles son todavía poco conocidos por el gran público. Por ejemplo, lo que sucedió en el mar. 

Los enemigos. Una lancha S (S-Boote) en el amarradero.

Entre el 6 de junio (día del desembarco) y el 6 de julio, se fueron a pique 267 buques y lanchas de desembarco. El mal tiempo se llevó por delante a 153 buques y averió severamente a 437 más; las minas dispuestas en la playa y en las aguas del Canal de la Mancha por los alemanes hundieron a once buques y averiaron a 281; seis se perdieron por abordajes, embarrancamientos o accidentes similares; 25 buques de guerra y 83 buques o lanchas de transporte se hundieron por culpa de los cañones de las baterías de costa o los torpedos de las lanchas rápidas alemanas. En total, 917 buques de un total aproximado de 7.000 se perdieron o quedaron fuera de combate en un mes. A decir de los militares, las pérdidas fueron razonables, aceptables o asumibles. Sin embargo, uno imagina las terribles escenas de una batalla o un naufragio y le cuesta digerir el precio de la victoria.

Hay que contar en un aparte a los 59 buques de la operación Corncob, todos hundidos. Eran mercantes; el más pequeño, de 3.100 toneladas; el mayor, de 7.200; la mayoría entre las 4.000 y las 6.000 toneladas. Pero también había cuatro buques de guerra: el acorazado británico HMS Centurion (25.500 toneladas), el acorazado francés FFS Courbet (22.189 toneladas), el crucero ligero británico HMS Durban y un crucero ligero británico que había sido holandés, el HMS Sumatra. Todos estos buques formarían cinco Gooseberries, un nombre en clave.

Uno de los Gooseberries de Normandía.

¿Qué era un Gooseberry? Algo así como un dique o rompeolas improvisado. Se llevaba a un barco hasta una posición determinada. Se ponían cargas explosivas en su línea de flotación. La tripulación abandonaba el barco y ¡pum! se hundía éste. Puestos en fila, estos barcos hundidos formaron eficacísimos rompeolas en las playas de Normandía. Las lanchas de desembarco y los buques de transporte podían acercarse ahora a las playas y descargar víveres, suministros y refuerzos sin tener que preocuparse por el estado del mar. Algo tan simple y a la vez tan efectivo.

Uno de los puertos artificiales (Mulberry) en Normandía.
Se pueden adivinar fácilmente un
Gooseberry en esta imagen.

Se trataba, naturalmente, de viejos mercantes, cacharros que habían superado en muchos años su vida útil, bañeras oxidadas que a duras penas navegaban. Alguno había sido averiado en la batalla del Atlántico y necesitaba pasarse meses en el astillero; flotaba de milagro, reparado deprisa y corriendo, improvisadamente. Esos barcos llevaban meses esperando en los puertos de Escocia. Sus tripulaciones recibieron la orden de partir hacia el sur a mediados de mayo. No sabían que partían hacia el frente.

Los buques de la operación Corncob fueron los primeros buques en zarpar hacia la batalla de Normandía, un gran honor. Venían de lejos e iban despacito. Moverlos llevó su tiempo y suerte que no se perdió ni uno por el camino. ¡Toda una hazaña! 

Las tripulaciones creían de buena fe que sólo cambiaban un amarre por otro, más al sur y cuál no sería su sorpresa al verse en medio de la mayor flota jamás reunida, la flota de la invasión. Renqueando, vieron pasar a babor y estribor a miles de buques de toda clase y condición, que navegaban más deprisa, en convoyes. Los marinos de la operación Corncob supieron que estaban haciendo historia, pero ¿cómo? Las órdenes del capitán no decían nada sobre eso. Preséntese usted aquí y espere órdenes, nada más.

Los primeros buques de la operación Corncob llegaron a las playas de Normandía el día siguiente al desembarco. Ya he dicho que iban despacito. El primero de los buques de la operación Corncob llegó a su destino a mediodía del 7 de junio, a las doce y media. Así fueron llegando uno tras otro, durante cuatro días. Tan pronto llegaban a la vista de las playas, echaban el ancla en un lugar señalado y recibían la visita de un práctico y unos dinamiteros. 

Entonces, unos remolcadores llevaban al buque hasta una determinada posición, muy concreta, abrían los grifos del fondo, encendían la mecha de la dinamita y todos abandonaban el barco. Un sordo estampido y la niña de sus ojos, el viejo y oxidado mercante, se hundía hasta el fondo para formar parte de un rompeolas. Sobresalía la superestructura: las chimeneas, el puente de mando, a veces un poco más, pero la quilla reposaba sobre el fondo, irremediablemente. El capitán y los marinos, todavía desconcertados, eran devueltos a casa por la Real Marina Británica con una nota de agradecimiento. 

La idea de un rompeolas artificial es simple y efectiva.

El desconcierto de los marinos mercantes fue mayúsculo, pero el de los alemanes, mayor. No comprendían lo que estaba sucediendo y creyeron que los mercantes de la operación Corncob eran víctimas de sus campos de minas. Por eso, les extrañaba la insistencia aliada en enviar a un mercante tras otro hacia un campo minado. Sabemos que no era así, pero los alemanes no lo sabían y no cayeron en cuenta de lo que eran esos arrecifes artificiales.

En pocas palabras, los alemanes aplaudían cada hundimiento. Estaban convencidos de haber enviado al fondo del mar a un buque enemigo. El Alto Mando se felicitaba por el éxito de sus campos de minas, cuando tendría que comenzar a preocuparse por la mejora de la capacidad logística aliada.

El único buque de la operación Corncob que no pudo llegar hasta la playa por sus propios medios fue el acorazado francés Courbet. Un pedazo de chatarra impresionante, veterano de mil batallas, pero incapaz de levantar la presión del vapor. ¡Qué triste final para un buque tan magnífico! Lo remolcaron gran parte del viaje. La tripulación, apenas un retén, se lamentaba por lo que había sido y ya no era.

El FFS Courbet en los buenos tiempos, cuando navegaba solo y sin ayuda.

El FFS Courbet había sido botado en septiembre de 1911 y puesto en servicio en noviembre de 1913. Como ya he dicho, desplazaba más de 22.000 toneladas, medía 168 metros de punta a rabo, llevaba doce piezas de 305 mm de calibre y dos docenas de 138 mm, torpedos, etc. En la Gran Guerra, despachó a un crucero acorazado austríaco en el Adriático, pero la amenaza submarina hizo que se refugiara en puerto a partir de 1916. En julio de 1940, tan pronto se rindió Francia a los alemanes, el Courbet, amarrado entonces en Portsmouth, fue capturado por soldados ingleses y una semana más tarde transferido a las Fuerzas de la Francia Libre del general de Gaulle. Pero el pobre acorazado ya no servía para nada y en abril de 1941 fue desarmado y retirado del servicio, después de servir como buque-almacén y plataforma antiaérea. 

Hasta que, en junio de 1944, partió para su última misión. Dos remolcadores de salvamento, el HMRT Growler y el HMRT Samsonia lo sacaron de los muelles de Weymouth el 7 de junio. El viejo acorazado no tenía ni motores ni calderas, que habían sido desguazadas. En su lugar, había bloques de hormigón. Así reposaría mejor sobre el fondo.

El 9 de junio, los observadores alemanes vieron aparecer a un enorme acorazado a poca distancia de la playa que ahora conocemos como Sword. Lo vieron maniobrar, lentamente, ayudado por unos remolcadores. Los alemanes temían las piezas de artillería pesada de los acorazados y sabían que una batería de piezas de doce pulgadas como ésa podía hacerles mucho daño. Además, cuando llueven granadas de 400 kg, poco importa que las dispare un acorazado moderno o uno entrado en años. Eso no es más que una disquisición académica.

Ay, ay, la que nos viene encima, se decían. Justo entonces, cuando se les había caído el alma a los pies y ya temían lo peor, vieron elevarse una columna de agua, fuego y humo. El acorazado había chocado contra una mina y ¡se estaba hundiendo!

Una lancha rápida alemana echando minas magnéticas en el Canal de la Mancha.

Ya sabemos que no, que no fue una mina, que el FFS Courbet fue echado a pique para hacer de rompeolas, pero ¡cualquiera les dice la verdad a los alemanes! Era cosa de verlos, tan contentos. La noticia del hundimiento de un acorazado enemigo corrió por todo el frente.

No nos despidamos sin hacer los honores al FFS Courbet. Resistió los embates de la Gran Tormenta e hizo de rompeolas mucho más eficazmente de lo que habían previsto los aliados. Gracias a su pérdida (y a otras muchas), la batalla de Normandía la ganaron los buenos y la perdieron los malos. Después de la guerra, fue desguazado en la misma playa, porque no había nadie capaz de sacarlo de ahí. Ese fue el fin del FFS Courbet, que no tiene el aura romántica y trágica del combate naval, pero que ayudó sobremanera a la causa aliada.

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