¡Hagan juego!



Se supone que uno gobierna con algo entre las dos orejas, un mínimo de inteligencia que permita articular un discurso político y económico, y entiéndase bien qué significa político y económico. Será político porque explicará cómo piensa gestionar los bienes públicos y con qué finalidad, entrando entonces en el terreno de la economía, que trata de cómo administrar unos recursos escasos, que no dan para todo. Hay que escoger; eso es la política, escoger. La economía nos dirá entonces cómo hacerlo de la mejor manera posible y qué podremos esperar de esa elección. 


Si uno es de izquierdas, escogerá promover la justicia social y procurará un reparto más equitativo de la riqueza, buscando la igualdad de oportunidades. Fomentará la salud pública mediante la sanidad gratuita y universal, un sistema educativo de calidad, también público, gratuito y universal, un sistema de seguridad social que asegure pensiones y subsidios a las personas que no tienen medios de subsistencia, etc. Estas políticas exigen un protagonismo del Estado y obligan a una mayor exigencia fiscal: quien más tiene tendrá que pagar más para poder disfrutar de su riqueza.


Si uno es de derechas, comenzará por quitarle peso al Estado, rebajará los impuestos o reducirá la proporcionalidad de éstos, porque su ideal sería que todo el mundo pagara los mismos impuestos sobre la renta o el patrimonio, un porcentaje idéntico de las rentas del trabajo o de los rendimientos patrimoniales. Venderá, privatizará o dará concesiones a empresas privadas para que ofrezcan servicios públicos, desregularizará las relaciones entre empleados y empleadores, reducirá o eliminará controles públicos a las actividades económicas y toda su actuación se encaminará a procurar que el mercado actúe libremente, sin interferencia pública, porque asegura que así será más justo y ganará más el mejor, procurando una economía más activa y eficiente.


Si uno es nacionalista, empleará todos los recursos públicos posibles que le queden para demostrar que nosotros somos diferentes del resto del mundo (es decir, mejores), para dividir el mundo en dos poblaciones diferentes, ellos y nosotros, y construir un imaginario colectivo donde la diversidad social, cultural e ideológica quede toda aniquilada ante una proliferación de nosotros que no quiere saber nada de ellos. Acto seguido uno se erige como el único árbitro capaz de definir quiénes somos nosotros y quién no merece serlo. ¡Pobre del que no quiera ser uno de los nuestros! Es decir, pobre del que no se pliegue a nuestros intereses. Será, además, conservador, tradicionalista y de derechas, se da por descontado.

Ahora bien, si uno es de CiU y otro del PSC, se llega a un acuerdo, al único acuerdo político de envergadura en cuatro años, donde se decide que un complejo de casinos y casas de juego de Tarragona se llamará Barcelona World, para joder a los tarraconenses y a los barceloneses por igual. También se acordará reducir la fiscalidad del juego en Cataluña al mínimo para fomentar tan sano vicio y facilitar la inversión en timbas, lenocinios y blanqueo de dinero en el país. ¡Una inversión de futuro! ¡Ése es el único proyecto que tienen para sacar el país adelante! Es decir: ¿ése es el único proyecto que tienen para sacar el país adelante? ¡Válgame Dios!

Proyecto político para Cataluña actualmente vigente.

Hoy traen los periódicos que los socialistas y los nacionalistas ceden ante los inversores de Veremonte, que son Melco International (una empresa dedicada a invertir en casas de juego), Meliá Hoteles, Value Retail y PortAventura. Veremonte promete una inversión de 4.500 millones de euros, pero exige como condición un pacto de CiU con el PSC o con el PP para asegurar una mayoría parlamentaria acorde con sus intereses. ¿Qué exige qué? Pero ¡dónde se ha visto!

En Cataluña, se ha visto. Aquí, como antes en Madrid, nos hemos bajado los pantalones. ¡No tenemos dignidad alguna! Eso sí, CiU se ha negado a pactar con el PP, que estaba de acuerdo con las exigencias de Veremonte. El señor Mas en persona no quería salir en una fotografía llegando a un acuerdo con el PP, porque dice que le da mala prensa entre los suyos. Así que ha pedido la complicidad de los socialistas, que en teoría eran de izquierdas, y la ha conseguido, porque una cosa es la teoría y otra, el PSC.

El acuerdo dice que la tasa de juego pasaría del 55 al 10%, pero se mantendría la fiscalidad del resto de la actividad (sic). También se negociará un plan de compensación social para los trabajadores de este complejo de vicio y ocio, porque la empresa no quiere pagar tanta seguridad social. Se cambiará la edificabilidad en la zona, a gusto de las casas de juego, a disgusto de las gentes del lugar. Parte de esos beneficios del juego irían a parar a asociaciones de personas con dependencia de Tarragona, para simular los beneficios sociales del negocio. No hay ni que decir que, si se recaudase el 55% que ahora exige la ley, los beneficios sociales serían mucho mayores para todos los catalanes, incluyendo los dependientes de Tarragona.


Hay que notar que se ha llegado a un acuerdo para dar carta legal a un dinero de origen incierto y se ha apostado por un desarrollo económico coyuntural y de bajo valor añadido, del que sacaremos algún provecho a corto plazo, pero poco o ninguno de aquí a unos años. Sin embargo, la industria editorial catalana (la más potente de España), la alta cocina, la investigación aplicada en las universidades, las empresas de alta tecnología y un largo etcétera de proyectos muchísimo más interesantes y beneficiosos para el país y su gente no han conseguido, ni de lejos, tanto apoyo de la gente que nos gobierna. ¡Y hubiera sido más barato promocionarlos! Ha sido imposible, en los últimos cuatro años, im-po-si-ble, llegar a ningún tipo de acuerdo para promover una actividad económica capaz de mejorar las perspectivas económicas y sociales de nuestro país. Pero ha sido posible llegar a un acuerdo para favorecer el auge del juego en Cataluña.


Uno acaba pensando mal, porque ese comportamiento sólo tiene tres explicaciones posibles. A saber: 1) Esa gente que nos gobierna es imbécil y no sabe lo que hace. 2) Esa gente que nos gobierna siente afición por el dinero fácil y los negocios turbios. 3) Esa gente que nos gobierna es imbécil, no sabe lo que hace y siente afición por el dinero fácil y los negocios turbios. ¿Qué será? ¿1, 2 o 3? ¡Hagan juego señores! ¡Se admiten apuestas! ¡Hagan juego!


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