A golpe de sandalia parlamentaria


En el Parlamento de Cataluña suceden cosas muy extrañas. Por ejemplo, el Jefe de la Oposición (cargo remunerado) es el jefe del partido que apoya al gobierno, lo que tiene miga. La presidenta del Parlamento ha dado sobradas muestras de falta de autoridad y discrecionalidad en sus actuaciones y si es espabilada o inteligente, no lo parece. A las pruebas me remito. 

La presidenta del Parlamento de Cataluña. 

Pero donde queda claro que con estos parlamentarios no vamos a ir muy lejos es en las llamadas comisiones de investigación. Provocan vergüenza ajena, una gran frustración, mucha rabia. La del caso Palau o la que investigaba la corrupción de la sanidad pública nos han ofrecido espectáculos bochornosos. 

Que concluya la primera diciendo que ninguna prueba señala a CDC como beneficiaria de los chanchullos del señor Millet o la segunda diciendo que no se aprecian prácticas irregulares en la sanidad pública catalana son sucesos que justificarían una revuelta popular, de ésas con linchamientos, saqueos e incendios. 

Pero no hay que perder la esperanza. Quizá surjan diputados capaces, algún día. 

Un partido que aspiraba a revolucionar el Parlamento de Cataluña con aire fresco y atrevimiento era la CUP. La CUP es hija de una curiosa mezcla ideológica. Su pancatalanismo nacionalista se combina con una forma anarquista, asamblearia y alternativa. ¡Si los viejos camaradas de la CNT-FAI, el POUM o similares levantaran la cabeza...! Para que comprendan, reunir en un mismo saco el anarquismo obrero y el ultranacionalismo catalanes sería como promover la candidatura conjunta de Robespierre y María Antonieta. 

El resultado es un populismo aparentemente revolucionario pero profundamente reaccionario; en todo caso, innovador y voluntarioso, muy ruidoso, sumamente atractivo, más próximo a las camisas pardas de los hermanos Badía que al sueño del coronel Macià. Por eso mismo tiene tanto en común (hasta la manera de vestir) con los llamados abertzales, los socialistas-nacionalistas, o viceversa, vascos que apoya(ro)n sin disimulo la lucha de ETA y que también son una mezcla de contradicciones peligrosas y en ese caso, muy poco demócratas. 

Con ganas de bulla, David Fernández, el principal representante de la CUP en el Parlamento de Cataluña, ha protagonizado anécdotas muy jugosas. Vestido de modo un tanto zaparrastroso para lo que se estila en un Parlamento, las ha dicho de gran calibre. A veces, lo reconozco, ha merecido nuestro aplauso, porque ha dicho lo que nos hubiera gustado decir, pero otras... En fin, que hay límites que no es conveniente traspasar, se lo crean o no. 

La última, ayer. En medio de una comisión parlamentaria, mientras el diputado David Fernández interroga a un personaje del que podríamos hablar mucho sin decir mucho bueno, se levanta un tufo a pinreles y asoma una sandalia cutre y anómala en sede parlamentaria. El diputado alternativo levanta el objeto, ante la mirada atónita del personal. 

El diputado, explicando para qué sirve una sandalia al personaje invitado.

Amenaza con la zapatilla al invitado. Le dice que es un proyectil ignominioso, algo que se presume, visto el percal. ¡Qué pedazo de sandalia! Si te da en la cabeza, te mata. Si te pasa rozando, te apesta. 

Eh, tú, si me tienes miedo, le pregunta el Fernández, para concluir su discurso, sandalia en mano. No se corta el banquero. Chulo, responde preguntándole al de la sandalia de quién ha de tener miedo, si ha de tenerlo de él. 

El invitado respondió con frialdad y cinismo, como corresponde al malo de la película.

Ahora que ha conseguido lo que quería, la foto, el diputado de la sandalia no sabe qué hacer con ella. Era un gesto medido y sopesado, preparado de antemano, que no ha tenido nada de espontáneo. No la arrojará al banquero, no hay cojones de ir tan lejos. Entonces comienza a rozar el ridículo y acaba en él, insultando al señor banquero con epítetos carentes de fuerza e imaginación. Tonto, caca, culo, pedo, pis. Un niño lo habría hecho mejor. 

No hay ningún sincero ¡Hijoputa! No hay indignación. Es algo frío y desalmado. El diputado sigue un guión premeditado, pero el banquero también es cínico. Ahí no le ganan. Responde con una sonrisa que irritaría a un santo. Los dos saben de qué va el juego mientras la presidenta de la comisión, escandalizada, sin quitarle el ojo a la sandalia cutre, pide orden y silencio, y se queja de los numeritos del diputado. 

 Véanlo: 

   

Epílogo: Lamento decirles que no hay nada nuevo bajo el sol. El 12 de octubre de 1960, durante la Reunión Plenaria número 902 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mientras el delegado de Filipinas criticaba la política soviética en Europa, el líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Nikita Jrushchov (o Kruschev, como gusten) fue visto con un zapato en la mano, golpeó con él su estrado de delegado y montó un follón que ni les cuento. Otro día hablaremos del Incidente del Zapato, glorioso ancestro de la cutrez parlamentaria catalana.

Kruschev, zapato en mano. 
No fue la primera ni la última vez que empleó el zapato como arma de propaganda.


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