Teatro Real vs. Gran Teatro del Liceo


¿Cómo están ustedes? Hay que responder: ¡Bieeeeen!

Mi gran amigo Nietzsche observó que el parecer de algunos personajes parece profundo. La prueba del algodón es golpearles la cabeza con un martillo, por ver si suena a hueco, porque las más de las veces el hueco pasa por profundidad. 

Esa práctica explica por qué Nietzsche filosofa a martillazos, pero aviso a mis lectores: es una metáfora. No hay que ir por ahí dándoles a estos tontos con el martillo, aunque vengan ganas. El martillo filosófico es otra cosa. Lo de arrear mamporros con un instrumento contundente se deja para el final de la discusión, aunque no recomiendo su empleo. Es muy sucio.

De ahí que algunos personajes que parecen por listos cuando están callados y quietecitos se muestren inefables, estultos y cutres así que hablan o actúan. Porque eran cabezas huecas y cuando abren la boca sólo asoma el eco de la estulticia.

Uno de estos personajes que tanto abundan en nuestra vida pública es el señor don Ferran Mascarell. Es un tonto ilustre. Pasaba por inteligente hasta que, como decían los antiguos griegos, abrió el cerco de sus dientes y dejó que escaparan las palabras que atesoraba en sus mientes. Tan pronto habló, la fastidió. Eso fue justo cuando lo llamó don Artur Mas y él respondió: Si tú me dices ven, lo dejo todo, y lo dejó. Dejó atrás el socialismo después de fracasar ostentosamente en la empresa privada y abrazó la (ultra)derecha cutre y nacional, se arrojó a mares de caspa ideológica, tragó sapos de economía neoliberal hasta hartarse y hoy es el payaso listo del Circo de los Mejores (el payaso tonto es el señor Homs, imaginen el resto). 

Hace poco, inauguró una variante del Madrid nos roba, nos roba Madrid, presentando al Gran Teatro del Liceo como víctima de (la política cultural de) España y acusando al Teatro Real de beneficiarse de todos los favores del Estado, por ser de Madrid, estar en Madrid y ser el teatro de ópera de los madrileños. Peor, imposible, a decir de nuestros líderes patrios.

Ni corto ni perezoso, don Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, presidente del Teatro Real, ha respondido al consejero en el diario El País, con una carta abierta. Me sorprende que una figura pública sepa escribir dos folios seguidos con un lenguaje correcto, claro y conciso, algo de lo que no puede presumir el señor Mascarell, pero más me sorprenden las cosas que dice. Una tras otra, zas, zas, zas, van cayendo las sentencias sobre el señor Mascarell. Los martillazos del señor Marañón y Bertrán de Lis levantan el eco de la oquedad mascarelliana, un vacío absoluto y previsible, porque lo de previsible también había que decirlo.

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