Al ministro, no sé, pero a mí no me suben el sueldo



Es desconcertante la inconsciencia con que ciertos personajes públicos emplean la palabra. Si uno es ministro, digo yo, tiene que andar con mucho ojo y mucho cuidado. Imagínense, en lo peor de lo peor de una crisis no sólo económica, sino social, cultural, política, incluso moral, qué podrá decir o dejar de decir el ministro de Economía, de Hacienda o de por ahí cerquita. 

Dirá lo que tenga que decir, se supone, pero con todas las palabras medidas y cuidadas, con el pulido de un soneto, la precisión de un cirujano y la concisión de un latinista, y sin ánimo de ofender, que se me olvidaba. Que en tiempos tan revueltos, el buen decir es un buen hacer.

El señor Montoro es ministro del ramo, pero su verbo no parece reunir las cualidades mencionadas. De hecho, ¿reúne alguna cualidad?

La última ofensa salida por su boca me ha hecho daño. Porque asegurar en las Cortes Españolas que los salarios en España no sólo no han bajado, sino que han subido... En fin, es para liarse a tortas. 

Sin entrar en detalles, sólo diré que falta a la verdad, para no afirmar que es un jodido mentiroso. Los datos que su ministerio proporciona a los economistas indican precisamente lo contrario de lo que ha dicho en el Congreso de los Diputados. Si no se equivoca, miente, y viceversa. Dado su cargo y su circunstancia, no sé qué sería peor, que nos hubiera mentido o que hubiera dicho lo que dijo sin saber qué se decía. En cualquier caso, se reclama la guillotina, para poner orden. Jacobino que es uno.

Bajan los salarios, baja el poder adquisitivo... Los pensionistas reciben ahora; los funcionarios llevan recibiendo años: fíjense que ya recibían hasta cuando las cosas iban bien; los millones de parados... En fin, que aunque fuera verdad (que no lo es, repito, no lo es), aunque por alguna extraña casualidad matemática-estadística el salario medio de los españoles se hubiera incrementado el último año un poquito por ciento así de pequeñín, no es plan andar gritándolo por ahí, con la que está cayendo.

Coño, ministro, que duele. ¿Dónde tiene usted la humanidad? ¿En las criptas de Lieberkuhn o en las columnas de Morgagniel? (Véase aquí por dónde caen tales lugares.)

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