San Pedro y el ratón


Su Santidad en las Grutas Vaticanas.

Ha sido noticia que el nuevo papa, Francisco, ha visitado la tumba de Pedro, su antecesor, el primer papa de todos. Me dicen que Francisco es el primer papa que visita esa tumba, escondida en las Grutas Vaticanas. En todo caso, fuera la primera vez o no lo fuera, fue una visita sorpresa. Llamó a uno de los encargados de la Fábrica de San Pedro (los que construyen y conservan la basílica) y le pidió ver la tumba. Así, de sopetón. Un par de días después, Francisco la visitó acompañado por tres o cuatro cardenales y un séquito de guardias suizos, cómo no, pero este hombre trae a todos de cabeza saltándose protocolos uno tras otro. En todo caso, su visita ha sido bien vista por muchos católicos, que es de lo que se trata.

Pero ¿visitó realmente la tumba de San Pedro?

La crucifixión de San Pedro, de Caravaggio, en la capilla Cerasi de Santa Maria del Popolo, Roma.
¡Vayan a verla!

La tradición cuenta que Simón, llamado Pedro, pidió ser crucificado boca abajo, porque no se consideraba digno de morir crucificado como el Maestro, y los verdugos accedieron a tan extraña petición. La iglesia de San Pietro in Montorio, en Roma, honra donde murió. El templete de Bramante se levanta en el lugar exacto que se dice que fue. Aparte de recordar el sitio, el pequeño edificio es una de las obras maestras de la arquitectura de todos los tiempos, y quién lo diría, porque es pequeñito y parece poca cosa.

Isabel y Fernando pagaron la construcción del templete de Bramante, en 1502.

¿Que no lo crucificaron ahí, sino en otro sitio? ¿Qué quieren que les diga? Si nos ponemos puntillosos, podemos considerar razonable que Simón, llamado Pedro, murió martirizado (ejecutado) en tiempos de Nerón, pero pruebas, lo que se dice pruebas, no tenemos ni una. El relato de su martirio pertenece al género de las leyendas, y aunque tenga un fundamento histórico, no deja de ser un cuento. Por lo tanto, asegurar que murió aquí o allá no tiene demasiado sentido. Ahora bien, no quiero amargarle a nadie el dulce, que la leyenda es el núcleo de nuestra cultura y el relato de nuestras creencias.

Tal decimos de su muerte, y tal de su entierro. La leyenda dice que fue enterrado en la colina vaticana, también extramuros (como todos los cementerios romanos). Con el tiempo, los cristianos comenzaron a venerar una tumba en el Vaticano, que era un cementerio, y tal tumba decían que era la de Pedro. Pronto se levantó encima una iglesia basílica y encima de ésa, otra, y otra, y así hasta ahora. Pero ¿está enterrado ahí? Qué pregunta más impertinente.

La Santa Madre Iglesia dice que ahí está enterrado Pedro y que tales son sus huesos. Así lo declaró Pablo VI, el 26 de junio de 1968, después de examinar los resultados de una campaña de excavaciones que se inició en 1939 y acabó hacia 1950. Dieron con una necrópolis y con una tumba con grafitos de la época. La tumba la encontraron vacía, pero cerca había otra en la que dieron con unos huesos sucios de tierra de la primera tumba. Estos huesos, años más tarde, merecieron ser estudiados con mucho detalle y se declararon huesos de Pedro, como he dicho.

Me ahorro los detalles del descubrimiento. El primer jefe de las excavaciones, un sacerdote, guardó los huesos que consideró los de Pedro porque temía que no fueran tratados con el respeto debido y fueron esos huesos, que se habían sacado de su tumba en 1942, los que desaparecieron a la muerte del sacerdote arqueólogo y luego aparecieron casualmente en otra parte, porque el sacerdote murió sin decir dónde los había dejado para preservarlos. La doctora que prosiguió las excavaciones después de la guerra dio con ellos, decía, y los consideró auténticos (es decir, de Pedro). La historia hace que algunos arqueólogos profesionales arruguen las narices, pero no seamos malvados, que estas cosas pasan hasta en las mejores familias.

Puede visitarse el lugar, pero hay que ordenar una reserva con mucha anticipación.

En todo caso, el estudio de los huesos del presunto Pedro arrojó luces sobre el caso. Fuera o no fuera Pedro, había sido envuelto con púrpura (que dejó los huesos tintados) y lo habían vestido con un traje con hilo de oro (se encontraron restos del ropaje). Había sido depositado en una tumba forrada de mármol después de haber dormido en una tumba de tierra. Es decir, ese cuerpo había sido venerado. El análisis mineralógico dijo que la tierra de los huesos se correspondía con la tierra de la tumba vacía. Luego, los grafitos, que hablaban de Pedro (Petrus). Ah, y le faltaban los pies, lo que está acorde con la práctica de los verdugos romanos, que le desclavaban a uno de la cruz con un hachazo en los tobillos (una prueba más de la falsedad de la Síndone de Turín, por cierto).

La cuestión es que entre los huesos de Pedro (llamémosle Pedro, por qué no) se encontraron los huesos de un ratón. Los arqueólogos forenses concluyeron que desenterraron a Pedro de la primera tumba humilde y lo depositaron en la tumba forrada de mármol, para venerarlo mejor, pero en el proceso se coló un ratoncito. Cerraron la tumba con la lápida correspondiente y el ratoncito quedó preso y murió después de asfixia o inanición.

Compartió el destino del pescador de hombres.

El humilde roedor ha compartido el destino del pescador de hombres durante siglos y San Pedro en Vaticano se levanta sobre la tumba de un ratoncito. Ustedes dirán lo que quieran, pero esa idea se me antoja poética. Pueden considerarla, si quieren, una lección de humildad, que no somos nadie y no conviene olvidarlo.

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