Restos del patrimonio militar de Sitges


En nuestro país, el patrimonio militar pasa desapercibido y con frecuencia es despreciado. Es una lástima, porque es una parte de nuestra historia; a veces, una parte muy importante.

En Sitges, las remodelaciones de la fachada marítima, la especulación urbanística y el simple descuido han acabado con gran parte de las fortificaciones de la Guerra Civil. Hoy sólo queda un blocao (un búnquer) en la cala Balmins, que está tan a la vista de todo el mundo que nadie le presta atención. Y fíjense cómo está, que se cae solito, sin que sea necesario el auxilio de una cuadrilla de demolición. Abandonado, olvidado, despreciado, desaparecerá.

Cuando estalló la Guerra Civil, la costa catalana quedó a merced de la Aviación Legionaria (los bombarderos italianos al servicio del bando nacional) y de los buques de guerra franquistas. Aunque la Marina Republicana era más numerosa y estaba mejor equipada, carecía de oficiales y de un mantenimiento adecuado, y dejó la costa del Mediterráneo a merced de los sublevados.

Cuando se cañoneó impunemente el puerto de Barcelona en 1937, sin que nadie pudiera responder al fuego enemigo, se desató el pánico en las filas republicanas y se inició la construcción de defensas costeras capaces de rechazar si no un bombardeo naval, sí un desembarco de tropas.

La costa catalana se llenó de blocaos, muros, trincheras, parapetos y puestos de artillería. Sitges no iba a ser una excepción.

Según consta en los archivos de la República y de la Generalidad de Cataluña de entonces, en Sitges, entre lo que ahora son el puerto de Aiguadolç y la riera que pasaba detrás del Hotel Terramar, se construyeron siete blocaos, un puesto de observación y una trinchera para rechazar la (posible) invasión fascista. El puesto de observación era de la DCA (Defensa Contra Aérea) porque una batería antiaérea protegía los depósitos de combustible que el Ejército Republicano guardaba en el Autódromo.

Las defensas costeras, batería de la DCA aparte, dan para una docena de ametralladoras pesadas (Maxim rusas o Saint Etienne francesas), algún mortero ligero y un pelotón de infantería. Es lo que calculo, sin base documental, pero estimando el peso de las fortificaciones. No sé cuántas tropas albergó Sitges durante la Guerra Civil. Seguro que alguno de mis sufridos lectores será capaz de ilustrarnos a todos y le invito a ello.

Cuando era pequeño, jugaba en el Paseo Marítimo y cerca de la Estatua (nombre popular de un monumento en honor del señor Benaprés), en la playa, había un blocao de hormigón que dominaba toda la playa, al que se entraba por un angosto túnel, también de hormigón. El tiempo lo llenó de escombros y de olor a pis. Luego, la remodelación del Paseo Marítimo se lo llevó por delante. Era un puesto de ametralladoras (creo).

Otro blocao desaparecido estaba justo, justo, bajo la Iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla. No sé dónde estarían los otros cuatro (sospecho que uno de ellos en la riera de Sant Pere de Ribes y otro a la altura, más o menos, de lo que ahora es el Kansas), ni la trinchera ni el puesto de observación. Sé que ya no están.

Cuando acabó la guerra, el ejército, en vez de volar los blocaos, los mantuvo en perfecto estado (es un decir) hasta mediados los años cuarenta. Franco temía una intervención aliada (judeo-masónica-marxista-liberal, decía, o qué sé yo) y mandó construir blocaos por todos los Pirineos y la costa del Mediterráneo. En Sitges, en cambio, conservó lo que ya había porque no hacía falta más. Pronto, se abandonaron.

La invasión judeo-masónico-marxista-liberal que realmente invadió Sitges llegó más tarde y se llamó turismo. Arrasó los blocaos, las trincheras y todo lo que se le puso por delante, importó el bikini, trajo las suecas (temibles tropas de choque) y Sitges, de una vez y para siempre, se rindió ante los invasores, cambió, votó una Constitución democrática y se enredó en especulaciones urbanísticas, tan de moda hasta hace poco.

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