El año del cometa


El cometa McNaught, en 2007, el más brillante en los últimos cien años.

Imagínese una bola de nieve sucia y esponjosa, enorme. Cuando digo enorme, digo gigantesca, hablo de kilómetros de diámetro. Ahora póngala dando vueltas por ahí, en el espacio proceloso y véase como sigue una extraña órbita que la trae del espacio sideral lejano y oscuro hasta ponerla a un tiro de piedra del sol. La radiación y el viento solar evaporan la superficie de la bola de nieve y echan los fragmentos de polvo y suciedad hacia atrás, formando lo que se llama una cola. C'est voilà! He aquí un cometa.

Si los cometas no tuvieran cola, no tendrían mucha gracia para los profanos. Nadie les haría caso, pasarían desapercibidos. Pero la cola del cometa, ese resto que va dejando por el camino, brilla como un demonio y en algunos casos tanto o más que la luna, e incluso han llegado a verse cometas a la luz del sol.

La tradición dice que un cometa trae mal fario, pero también han anunciado maravillas. No falta quien diga que fue un cometa el que anunció el nacimiento del Mesías a los Magos, por sólo citar un ejemplo. En todo caso, es algo relativamente inusitado y en muchos casos, impredecible. Pero la mejor o la peor fortuna no dependerá de la gran bola de hielo, sino de cómo le vaya a uno y a los demás.

Los astrónomos profesionales y los aficionados se frotan las manos. Cuentan que éste será el año del cometa. No prometen nada, porque todavía no tienen datos suficientes para predecir la espectacularidad del fenómeno, pero aseguran que se aproximan dos cometas que pueden dar la nota. En primavera, el PanSTARRS; a finales de año, el ISON. ¡A ver si hay suerte!

Estos nombres tan feos para un cometa se explican porque han sido descubiertos por computadoras que rastrean el cielo en busca de novedades. La tradición astronómica dice que son los aficionados los que descubren los nuevos cometas en el cielo, y entonces el cometa recién descubierto lleva el nombre del descubridor (o el de su novia). Pero los robots son tan eficientes que se están quedando con todos los descubrimientos y los astrónomos aficionados sienten en sus propias carnes el atropello del progreso.

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