Cien años de ortografía catalana


Pasa desapercibida una muy notable ocasión de la lengua catalana, los cien años de su primera ortografía. En efecto, las Normes Ortogràfiques se aprobaron el 24 de enero de 1913, hace cien años, y no veo la fiesta por ninguna parte.

El caso de la ortografía catalana es casi único. El catalán medieval era (casi) normativo y gracias a la Cancillería de la Corona de Aragón, que tenía modelos de trámites burocráticos en un catalán (casi) estándar, se hablaba sin grandes diferencias dialectales y se escribía prácticamente igual en todas partes, ya fuera en Valencia, en el sur de Francia, en Cerdeña o Ragusa. Mientras las demás lenguas romances se veían desmenuzadas en multitud de variedades dialectales, el catalán se mantenía notablemente unido y era lingua franca en el Mediterráneo.

En el siglo XV, en cambio, el asunto se torció. Mientras toda Italia escribía en toscano, embelesada por Dante, y los Reyes Católicos impulsaban la Gramática de Nebrija, para facilitar los trámites administrativos, la unidad del catalán se disolvió tanto o más deprisa que su potencia económica. Mientras las grandes lenguas europeas conocían un período normativo y fecundo, rico en letras cultas y monumentos literarios (Shakespeare, Cervantes, Petrarca, Rabelais, Montaigne, Milton, Quevedo...), el catalán desapareció de la escena culta y se embrolló en docenas de variedades dialectales populares.

Por eso tiene tanto mérito la recuperación de la lengua catalana a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando hay dinero para ello. El catalán (re)nace rodeado de lenguas con cuerpos normativos que llevan aplicándose durante siglos y no hay otra que imitar tales normas o morir. He aquí porque el catalán contemporáneo tiene ese punto artificial y forzado en su origen: tuvo que (re)crearse un estándar que se había perdido siglos atrás, partiendo prácticamente desde cero y enfrentándose a una población (casi) analfabeta que se aferraba con tesón a su dialecto particular.

Por eso, también, los grandes impulsores del catalán contemporáneo se habían comprometido políticamente a favor de la educación pública, obligatoria y universal, porque tan importante como la filología (o más) era enseñar a leer y escribir y liberar al común del pecado de estulticia.

En octubre de 1906 se celebró el Primer Congreso Internacional de la Lengua Catalana y se sentaron las bases (mejor dicho, se evidenció la necesidad) de una gramática y una ortografía modernas y científicas. Ahí se planta la semilla del catalán que hoy conocemos y hablamos.

A Dios gracias, los catalanes de aquel entonces compartían sus vidas con grandísimos filólogos y escritores. En 1911, la mayoría se apuntaron a la Sección Filológica del Institut d'Estudis Catalans (IEC). De ahí surge el catalán contemporáneo y si ahora se puede escribir o gobernar en catalán, o leer a Espriu, por ejemplo, es porque la Sección Filológica parió las Normes Ortogràfiques en 1913, con una mayoría de cuatro quintos de sus miembros. Veinte ilustres catalanes firmaron las Normes, que también sirvieron para que el IEC alzara la voz y se (auto)proclamara ente normativo del catalán.

Las normas nacieron con polémicas, aviso, y fueron muy contestadas. Hubo grandes escritores de la lengua catalana que se manifestaron antinormistas. El caso de la eñe es un ejemplo de lucha intestinal que trajo mucha cola.

Las normas de 1913 proponen que el sonido eñe no se escriba ñ, sino ny, pero hubo escritores que dijeron que vaya tontería, que si se había inventado una letra, la eñe, que iba que ni pintada para el sonido eñe, a qué tanto cuento con la ny. Pero los muchachos del IEC dijeron que la eñe era española, no catalana (excepto en los apellidos, donde el IEC admitía que podía utilizarse la eñe), pero los antinormistas respondieron que entonces también tendrían que suprimir la letra ese, porque cuando nació la eñe, se escribían con el mismo símbolo (f) los sonidos ese y efe, en español, en catalán y en prácticamente cualquier idioma, y que el catalán escrito adoptó la letra ese cuando la adoptó el español, no antes. Etcétera. Cosas de filólogos.

Veinte años más tarde, los escritores valencianos firmaron las llamadas Normas de Castellón, que son, en esencia, las normas ortográficas del IEC de 1913. Así, los dialectos valencianos se acogieron formalmente a la normativa catalana. El asunto va más allá de la literatura, porque considérese que las instituciones públicas catalanas, valencianas y mallorquinas ya habían adoptado las normas del IEC como propias. Porque es muy importante escribir lo mismo siempre de la misma manera, especialmente cuando se gobierna.

Quizá por eso pasen tan desapercibidas las hazañas de los filólogos catalanes que firmaron la norma ortográfica del catalán de 1913. Porque ahora se mal gobierna y váyanse a saber si no será por culpa de una deficiente ortografía. A las pruebas me remito. Véanse los políticos más atentos a tuitear (piular, según el IEC) que a decir cosas interesantes, o léase el primer borrador de una declaración de soberanía con faltas de ortografía que provocarían urticaria al mismísimo Pompeu Fabra, que en gloria esté y por muchos años.

Quizá sea esta evidencia, la de sufrir líderes patrios zotes e iletrados, la que ha convertido una fecha tan sonada en un silencio inexplicable. Es lamentable comprobar en manos de quién está la cultura catalana (y todo lo demás, ya puestos). Lamentable.

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