El negro de Obama


De izquierda a derecha, Frankel, un asesor político, el presidente y de espaldas, Favreau.

A Dumas le llamaban el Negro porque su padre, general durante el Consulado, era hijo de un francés y una negra del Caribe. El escritor heredó de sus antepasados un cabello crespo y enredado y una tez morena. En la cúspide de su fama, contrataba escritores por páginas, para que le ayudaran a completar sus folletines. Proporcionaba el argumento, las líneas generales de lo que tenían que decir sus personajes, etc., y luego iba él y corregía el texto, para darle la forma definitiva. De ahí que quienes escriben por encargo sean llamados, en argot, negros.

En política, un buen negro no tiene precio. Echen un vistazo a su alrededor y sabrán por qué. Examinen los líderes patrios y los dirigentes varios que han tenido en suerte, mejor en desgracia, conocer. Nombren a uno solo de ellos capaz de articular una frase comprensible con sujeto, verbo y predicado. Sé de lo que hablo, he sido negro de esta gente, y afirmo que vistos de cerca son peores que vistos de lejos. Su memez y mediocridad espanta. Son incapaces de leer un libro y si llegan a leerlo, dudo que puedan comprender lo que dice, tengo pruebas de ello. Tienen la planta de un actor y actúan, eso sí que lo hacen bien (algunos), pero no le pidan a un actor que escriba un buen guión, porque este tipo de actores son manifiestamente mediocres e iletrados y más allá de una frase estereotipada aprendida de memoria, se pierden.

Nuestra tradición política hace tiempo que está huérfana de brillantes oradores y de políticos que sepan escribir. Sin embargo, la política anglosajona sigue fomentando el buen hacer de la oratoria y se felicita cuando uno que es o ha sido ministro, por ejemplo, expone sus ideas de forma clara, concisa, incluso brillante, algo que aquí no ocurre desde tiempos de Azaña. ¡Qué envidia me dan!

Con todo, los negros siguen siendo necesarios incluso en los EE.UU. Ya sea porque ostenta un cargo público de gran responsabilidad, ya sea por lo que sea, un equipo de redacción de cartas, ponencias y discursos es utilísimo para un candidato o un ministro, por decir algo. Ahora bien, ese equipo sólo obtendrán resultados brillantes si el jefe es brillante, si el jefe, él solito, es capaz de articular un buen discurso, ponerlo por escrito y exponer sus argumentos en público dando muestras de ser un gran orador y una persona que valga la pena escuchar. El equipo de discursos es una ayuda, no un equipo de guionistas.

Por eso fracasan los negros españoles en general y los catalanes en particular, porque cuando hacen bien su trabajo echan perlas a los cerdos. Suman a la frustración el anonimato, lo que es peor. Porque negros que merecerían ser conocidos por su ingente labor acaban devorados por las sombras. A veces, mejor así, porque visto qué se ha hecho de sus palabras se ahorran la vergüenza.

Sin embargo, en los EE.UU. el negro es conocido y reconocido. Quizá no hayan oído hablar de Jon Favreau. Tiene un cargo en el despacho del Presidente de los EE.UU., Director of Speechwriting o Director de Discursos. Es el negro del presidente Obama, y cobra un sueldo oficial de 172.000 dólares al año, brutos. Es famoso. En la pasada campaña electoral, trabajó con un equipo que incluía a escritores como Adam Frankel y Ben Rhodes. Su trabajo causó sensación y de ahí su fama. Pero el trabajo de Favreau no sería nada sin un presidente (entonces candidato) Obama, capaz de discutir un complemento circunstancial o una concordancia sujeto-verbo-predicado sabiendo lo que se dice, algo que aquí es impensable, créanme. El gran orador que es Obama (es bonísimo) y el gran negro que es Favreau han escrito algunos de los mejores discursos pronunciados en mucho tiempo en lengua inglesa.

Como han vuelto a ganar unas elecciones, felicito a los americanos, al presidente, pero también y muy especialmente a su equipo de redacción y preparación de discursos. ¡Bravo! Muy buen trabajo.

A ver si aquí aprendemos un poco, caramba.

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