¿A quién piensa votar?



En España, si a usted le preguntan a quién piensa votar, mentirá. Dígase de otra manera: no dirá la verdad. Tal es la conclusión a la que llegan los profesionales de los sondeos de opinión, que se enfrentan a un problema que da mucho que pensar.

En algún momento, esa mentira se explica por el miedo. El miedo en democracia es malo, no hay más que decir. Hay que expulsar el miedo de la política. Unos tenían miedo de la mala gente que empleaba el crimen y la violencia para impedir el libre ejercicio de la política; otros tienen miedo de ser mal vistos, de ser condenados al ostracismo, de ser mal considerados por el común. En el primer caso, el remedio es dejar que actúe la Ley con toda la fuerza del Estado; en el segundo, no sé, porque la cosa se complica.

Se trata, en todo caso, de una deficiencia grave en nuestra formación y práctica como ciudadanos. Es una verdadera enfermedad social.

Pero está muy extendido el sentir vergüenza de decir en público a quién vota uno, especialmente cuando el discurso político abandona la razón y lo razonable para argumentar con sentimientos, y cuando tira de lo patriótico, lo ideal o lo sublime en vez de ocuparse de los hechos, sus causas, sus consecuencias y las medidas que se proponen para cambiarlos. Porque la política, la administración de lo público, lo que es de todos, debería ceñirse a los hechos y echar banderas y dioses por la ventana en el momento del debate. Cada uno es muy libre de sentir lo que guste, pero cuando nos jugamos lo de todos, mejor dejar los sentimientos a un lado.

Añado que tan malo es sentir miedo como andar airado por ahí y rebatir el discurso del vecino no con argumentos, sino echándole encima toda la caballería, banderas al viento, soplando las trompetas de Jericó y haciendo patria. Así cualquiera se lo piensa dos veces antes de sostener una opinión. Se falta al respeto. Se combaten las ideas atacando a quienes las sostienen. Si uno piensa tal, entonces es cual; si piensa (siente) como yo, bien; si no piensa (siente) lo que yo, será una mala persona. ¡Qué mal asunto! Todos nos podemos equivocar, alguna vez otro tendrá más razón que yo.

Así que nada de echar a la caballería por encima del vecino. En estos tiempos que corren, sobran las caballerías. Porque no se trata de briosos corceles, ojalá, sino de aquéllos que arrebatan el sueño a los cervantinos. A saber, ¿serán asnos o pollinos?

1 comentario:

  1. La gente tiene ideas y pueden discutirse.
    A la gente que está poseída por por las creencias es inútil argumentarles... los argumentos son las tentaciones del maligno.

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