El pregón y el éxtasis



Algunos indígenas sostienen que la Festa Major comienza con el pregón, cuando un indígena destacado por su erudicción ensalza los usos y costumbres de la festividad de San Bartolomé, el santo despellejado. El caso merece una especial atención, porque el escogido suele ser un indígena muy puesto en los asuntos suburenses, que suelta una perorata inacabable sobre sus batallitas fiestamayorenses de cuando era mozo, o reflexiona alrededor de la mística de una tradición centenaria, y el público le aplaude al terminar y comenta qué bien habla el pollo.

Si no fuera por esta ebriedad patriótica indígena, el común no aguantaba el discurso del personaje ni cinco minutos seguidos. ¡Qué digo cinco minutos...! Ni uno solo.

Pero la Festa Major tiene efectos alucinógenos, en parte inexplicables, y crea un público entregado a la plúmbea sucesión de palabras que ocupa el insufrible pregón de cada año. Se arrastran las palabras con horrísona monotonía dejando tras de sí el vacío existencial de la nada más absoluta y el público se pone en pie, a gritos de ¡Bravo! ¡Bravo! Molt ben dit! Se dice algo con pies y cabeza y se cuentan síncopes entre el respetable, que arranca vítores hacia el final que llegan al Tibidabo. Se da por un casual un verbo decente y algo que decir y verán ustedes que la katarsys de los griegos era nada en comparación con el éxtasis indígena.

Algo toman o algo les dan, seguro, no hay otra.

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