La historia del reloj ferroviario

Los aficionados a los relojes valoran que su colección cuente con un reloj ferroviario. Los entendidos afirman que, técnicamente, son los mejores relojes de bolsillo jamás construidos, en cuanto a exactitud y fiabilidad. Pero ¿saben cuál es la historia de los relojes ferroviarios?

Comienza en la pequeña población de Kipton, Ohio, en los EE.UU. La estación de tren de Kipton contaba con almacén, dos andenes y provisión de agua y carbón para el ferrocarril. Era una parada frecuente para la mayoría de los trenes de la Lake Shore and Michigan Southern Railroad que cubrían el sur de los Grandes Lagos. En 1976, la línea se abandonó y desmanteló y hoy es un camino del ferrocarril que se suma a la red de caminos que hacen las delicias de los excursionistas americanos.

Pero Kipton, Ohio, no es famoso por el ocio campestre, sino por (así la llaman) la Gran Chatarra Ferroviaria de Kipton, que otros han bautizado como el Desastre de Kipton. El desastre fue un choque de trenes que sucedió ahí mismo, hace ciento un años, el 19 de abril de 1891. La noticia puede consultarse en la hemeroteca del Oberlin Weekly News del 23 de abril de ese mismo año.

El periódico señala que el choque se produjo a cincuenta pies del almacén de la estación de Kipton. La violencia del choque fue tal que la caldera de una de las locomotoras salió volando y aterrizó sobre el techo del almacén, y ya pueden imaginarse el destrozo.

Ocurrió que un tren de pasajeros llegó a Oberlin (al este de Kipton) con retraso. Un tren de mercancías esperaba en el apartadero a que pasara el tren correo, que venía del oeste a toda máquina, tan puntual como siempre. El maquinista del tren de pasajeros consultó su reloj y calculó que, a ocho millas por hora, llegaría a Kipton con tiempo suficiente como para esperar ahí a que pasara el tren correo. No hacía falta esperarlo en Oberlin.

Lo que no sabía el maquinista es que su reloj llevaba cuatro minutos de retraso.

Así las cosas, el tren de pasajeros prosiguió su camino hacia el este a marcha moderada, mientras el tren correo avanzaba hacia el oeste a cuarenta y cinco millas por hora. Cuentan las crónicas que el maquinista del tren correo no pudo ver cómo se echaba encima del tren de pasajeros porque una curva y el edificio del almacén de la estación de Kipton no le dejaron verlo. Cuando lo vio, fue demasiado tarde. No pudo frenar y se lo llevó por delante, como hemos dicho, a pocos pasos de la estación.

Murieron los dos maquinistas y un fogonero, tres empleados de correos y dos pasajeros. El desastre dio la vuelta al país, dio mucho que hablar y la Lake Shore and Michigan Southern Railroad tomó cartas en el asunto, para esclarecer lo sucedido. El señor Webb C. Ball fue nombrado inspector jefe de la investigación, que trató de adivinar qué había pasado exactamente en la estación de Kipton, Ohio.

El señor Ball era un relojero de Cleveland y lo primero que hizo fue reconstruir, minuto a minuto, los acontecimientos que precedieron al choque. Su oficio le hizo trabajar con precisión mecánica y no tardó en descubrir que el control horario del ferrocarril era muy deficiente, y que el maquinista del tren de pasajeros llevaba un reloj que no iba a la hora. En 1893, el señor Ball redactó un informe donde recomendó sistemas de control horario y métodos de inspección para garantizarlos. Como era relojero, añadió los estándares que tendría que cumplir un reloj para ser un buen reloj ferroviario; es decir, el reloj de los maquinistas y jefes de estación.

El informe del señor Ball dio la vuelta a los EE.UU. y el señor Ball hizo carrera como Chief Time Inspector, algo así como Inspector Jefe de Horarios. Además, puso a la venta el Ball Railroad Watch, el primer reloj ferroviario que cumplía con los estándares americanos.

Queda para la anécdota que los maquinistas, los interventores y los jefes de estación estaban obligados a tener un reloj ferroviario, y tenían que pagarlo de su bolsillo. Además, tenían que preocuparse de llevarlo a la hora, porque un inspector de la compañía podía preguntarle qué hora era y pillarlo en falta.

Los estándares del señor Ball exigían que el reloj tuviera una esfera blanca con números arábigos de gran tamaño. Se ponía en hora por tirete (un tirador lateral), para evitar cambiar la hora al dar cuerda con la corona y la caja se roscaba por ambas tapas, para evitar que entrase el polvo. Tenía un segundero pequeño, a las seis. En cuanto a la máquina, las exigencias eran mucho mayores: volante equilibrado y compensado por temperatura (para evitar que el calor o el frío pudieran afectar a su precisión); regulador de marcha micrométrico; no menos de diecisiete rubíes; un error máximo de treinta segundos en una semana; además, tenía que funcionar completamente ajustado boca arriba, de un lado, del otro lado, del revés, en posición correcta... no hacia falta que el ajuste también fuera boca abajo, pero, ya puestos, hubo relojeros que lo hicieron.

En resumen, el reto tecnológico fue enorme, pero los relojeros americanos pusieron manos a la obra. El reloj ferroviario americano destacó incluso por encima de los cronómetros suizos, que ya es decir. Hoy, los relojes ferroviarios americanos son objeto del deseo de los coleccionistas, como ya he dicho.

1 comentario:

  1. Muy interesante!!! Justamente tengo un Elgin de bolsillo con un pequeño grabado de una máquina de tren en su tapa posterior que cumple exactamente con la descripción, incluso se ha de desenroscar la tapa anterior (el cristal) para estirar del resorte y poder cambiar la hora. El resto es clavado a la descripción. Ahora lo entiendo...

    ResponderEliminar