Espectáculo (I)

Cada día, a primera hora, cerca del Auditori de Barcelona (un magnífico edificio de Moneo), una camioneta reparte metadona entre un abigarrado y variopinto grupo de drogadictos.

Paso a su lado cada mañana, camino de la oficina, y se me encoge el corazón. Uno, definitivamente loco; otro, arrastrando su miseria con pasos tristes; los más, desdentados; los hay jóvenes, que no han visto los veinte años, y los hay mayores, afectados por una vejez cruel y prematura. Discuten animadamente entre ellos, comparten un pitillo, trapichean con lo suyo, comentan el fútbol, esperan con paciencia que llegue la furgoneta, que llegue la dosis, que alguien los salude con un qué tal estás, cómo va todo, alguien conocido y atento que cumple un horario, pero alguien que al menos una vez al día les hace caso.

Hoy, miraban todos hacia el Auditori, tomado por la policía. Hoy es San Marcelino, presbítero y mártir, el Dia de les Esquadres, o día de los mossos d’esquadra, la policía catalana. Muchas furgonetas de la Brigada Móvil, blindadas, enrejadas, con parachoques agresivos y cargadas de agentes con mala idea; policías de incógnito, que aparcaban en el paso de peatones enseñando la placa (Hola, soy un compañero, dejo esto aquí un momento y ahora vuelvo) y barraban así el paso de los cochecitos de los niños o las sillas de ruedas; policías con guantes blancos, que no de guante blanco; incluso unos cuantos mossos con uniforme de gala (alpargatas y sombrero de copa). No faltará mucho para que lleguen los directores generales, los secretarios generales, el conseller de turno y se gocen todos con el asunto.

Los habituales de cada mañana se lo pasaban en grande con el desfile. Todo un espectáculo.

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