Curiosa

En la primera mitad del siglo XIX, Casimir Lefacheux, un armero francés, inventó el primer cartucho metálico práctico, que permitía un cierre estanco de la culata aprovechando la elasticidad de la vaina, que tenía el culote de latón. Los cartuchos Lefacheux (llamados también de espiga) tuvieron mucho éxito, pero la aguja que sobresalía del cartucho se convirtió en su talón de Aquiles. Los cartuchos de fuego anular o de pistón interno pronto sustituyeron los cartuchos Lefacheux y éstos dejaron de fabricarse en 1920, más o menos.

Sin embargo, todavía se fabrican cartuchos Lefacheux de muy pequeño calibre para armas de juguete (llamadas berloques). En España están rigurosamente prohibidas, aunque en Francia todavía se venden cartuchos Mouche (mosca) o Tue-Mouche (matamoscas) de 2 mm para miniaturas de pistolas.

También existen cartuchos minúsculos de fuego central. En 1910, el relojero austríaco Franz Pfannl diseñó los cartuchos Kolibri, de fuego central, que hoy son piezas de coleccionista. El más pequeño de todos fue el 2,7x9 mm, pero también hubo uno de 3 mm. Luego, en los años veinte, Pfannl construyó una pistola de 4,25 mm para autodefensa (la Erika, también llamada Liliput). Como vendió pocas, se dedicó a fabricar máquinas para fabricar lápices y se ganó mucho mejor la vida con esa industria menos belicosa.

Estos calibres tan pequeños suelen pasar por inofensivos. Una Mouche no puede atravesar un abrigo grueso, pero puede producir heridas muy feas si le da a uno en un mal sitio. Con esa idea en la cabeza, la firma English Patent Railroad Pocket Watch (que fabricaba relojes de ferroviario, cómo no) puso a la venta el modelo Curiosa (sic). Era un reloj con muy mala idea. De hecho, no daba la hora, pero podía pegarle un tiro a uno. Era un reloj pistola de calibre 3 mm (de cartuchos Lefacheux).

Daba el pego: caja de plata, del estilo cazador (con doble tapa). Las agujas eran de mentirijillas (porque no había maquinaria relojera), como la corona, que era, en verdad, el gatillo (propiamente, la cola del disparador). Dentro tenía la recámara de la pistola, de retrocarga. Uno tenía que tirar a boca de jarro, porque era muy difícil acertar a nada más allá de dos pasos del cañón. Como observó un buen amigo mío, era arriesgado llevarla cargada en el bolsillo, y como artilugio de defensa era tan peligroso para el atacante como para el atacado. Cargarla requería paciencia y buen pulso. El modelo Curiosa, pues, tuvo un relativo éxito de ventas, y se vendió más como juguete que como arma. Hoy pueden pagarse cinco mil euros por uno de estos relojes pistola, aunque no funcionen.

Quede dicho: no sabemos de ninguna víctima de una Curiosa, pero sí conocemos algunas víctimas de la curiosidad.

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