Ellos, también

La única justificación de la monarquía es religiosa. Uno es rey por la Gracia de Dios, pues ha sido Dios quien lo ha escogido entre el resto de los mortales para nacer de tal padre y heredar la Corona. Esta idea se da de bofetadas con principios como la igualdad de derechos (u oportunidades) o la meritocracia, que con más o menos fortuna forman el ideario y el practicum de una sociedad abierta, democrática, etcétera.

Pero va Nietzsche y mata a Dios. Bueno, dice que lo mata, o pone sobre el papel y formaliza que el hombre contemporáneo no acude a Dios para resolver sus asuntos terrenos. Para el caso, es lo mismo. Sin Dios, la monarquía carece de cualquier sentido. Por eso, las monarquías se acogen a la nueva religión del siglo XIX, el nacionalismo, que desea la unicidad de nación y Estado y confunde la nación política (el conjunto de ciudadanos, i.e., de las personas que tienen derecho a participar en el gobierno de la res publica) con otra construida alrededor de un ideario a medias real, a medias imaginario, que se sublima en la construcción de un Estado, que será su máximo representante en la tierra. El Estado-nación es un Absoluto hegeliano, y el monarca, la cabeza visible de la nación indivisible. Sólo entonces es justificable la monarquía.

Pueden imaginarse qué opinión me merece la nación hegeliana, si se basa en la ideología del cantamañanas del absolutismo. En lo que a mí respecta, la monarquía carece de sentido en el siglo XXI, pero es una opinión y como tal, discutible.

El caso es que el monarca se convierte en la cabeza visible del Estado. Al poder legislativo, ejecutivo y judicial se le suma un poder representativo, la efigie del monarca. El rey sólo pone la cara, dígase en cristiano, siguiendo un ritual religioso-nacional, pues es (tendría que ser) más un símbolo que un personaje activo. Por eso mismo, la reputación del monarca tiene que ser impecable, intachable, impoluta, pues está más allá del bien y del mal, por encima del resto de los mortales. Igualmente, la reputación de su familia.

Díganle esto a don Ignacio, a. Iñaki, duque de Palma, de soltero Undargarín, que ha sido pillado en maldades para enriquecerse con los caudales públicos, aprovechándose, sin duda, de su ducado, su señora y su natural presencia y apostura. Es decir, que nos ha robado a todos con un morro que se lo pisa. Ahora se explica que aceptara tan precipitadamente un trabajo en Nueva York a sueldo de Telefónica, donde nadie le había llamado. Se confirman los rumores que lo señalaban como personaje protagonista en las tramas de corrupción política de las Islas Baleares, un archipiélago podrido por la especulación urbanística y la falta de honradez de sus gobernantes.
Si fuera un primer caso...

Don Jaime Rafael Ramos María de Marichalar y Sáenz de Tejada casó con doña Elena María Isabel Dominica de Silos de Borbón y Grecia, a. la elefanta Elena, y a partir de ese día todo fueron parabienes. De entrada, le dieron el ducado consorte de Lugo, el tratamiento de excelencia, la grandeza de España y la condición de miembro de la Familia Real. A don Ignacio, a. Iñaki, también le tocó una lotería semejante.

Don Jaime Rafael etcétera no llegó a licenciarse ni de Economía ni de nada, aunque cursó estudios y másteres y acabó de prácticas en un banco en París. Cuando se casó, le llovieron los cargos en diversos consejos de administración, le nombraron Managing Director Senior Advisor (sic) de la Crédit Suisse First Boston en Madrid, presidente de la Fundación Winterthur, etcétera.

Pero las cosas se torcieron. En 2001 pilla una paralís y en 2009, se divorcia de la duquesa e infanta; en ambos casos, por razones que se desconocen. De repente, don Jaime Rafael etcétera es un apestado, pierde todos los puestos en los consejos de administración, fundaciones y demás. Uno se pregunta si de repente dejó de ser un buen profesional o si el trato de favor y los ingresos económicos tenían otra razón de ser. Utilicen su imaginación y el sentido común para responder a tal cuestión.

S.M. don Juan Carlos I, rey de España, no se libra de los salpicones de corrupción de la familia. Cuentan que recibió comisiones por la importación de petróleo de Irán. En Francia se publicó que el entorno del rey había recibido suculentas aportaciones monetarias de la petrolera Elf. El señor Ruiz Mateos, el de RUMASA, tiene un juicio pendiente por injurias por afirmar que muchos empresarios se dedican a regalar dinero a la Familia Real a cambio de... No sé, a cambio de algo.

Los empresarios de Mallorca le han regalado varios yates. El Fortuna II costó más de 17,5 millones de dólares. El Fortuna III, el que gasta ahora, más del doble. Que conste que eso en público, porque hay que añadir más dinero, una cantidad clasificada por cuestión de seguridad. Conociendo a los empresarios de Mallorca, que guardan parentesco con los Corleone y pagan favor por favor, el regalo no le habrá salido grátis a la Familia Real.

Amigos y colaboradores de S.M. se han visto metidos en líos y suenan chanchullos con KIO, Ibercorp, Banesto, etc. Tráfico de armas, de petróleo y de favores son comunes alrededor del monarca, así como el amaño de doctorados honoris causa y algunas fusiones bancarias. Pero por menos que insinuar todo esto, alguno ha caído en manos del Fiscal General del Estado, acusado de mil y un crímenes horrendos y amenazado con penas de prisión.

En 2003, la revista Forbes calculó la fortuna personal de S.M. don Juan Carlos I en 1.790 millones de euros, lo que no está nada mal, porque cuando fue nombrado rey tenía unos recursos que me atrevo a calificar de escasos. Recibe, para sus gastos a discreción, más de siete millones de euros al año. Calculen ustedes qué beneficios obtiene con tal capital. Tenemos un rey que es un as de los negocios, si tales son sus ingresos. Podríamos nombrarlo ministro de Economía, ahora que pintan bastos.

Para acabar, una frase del casi siempre cabreado don Arturo Pérez-Reverte, que sostuvo en una entrevista que el problema de España es que nunca ha decapitado a un rey. Caramba, no pido yo tanto. Me conformo con las cuentas claras.

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