Sutilezas suburenses

Es evidente que el género humano se divide en dos grandes categorías: yo y los demás. El tema no admite discusión alguna. Sin embargo, por conveniencia o necesidad, se dan otras clasificaciones que disimulan un poco una verdad tan obvia.

En Sitges, los indígenas del lugar (llamados suburenses) distinguen claramente dos grupos de personas. El primer grupo es el de suburenses de verdad; el segundo grupo lo forman los suburenses correctamente censados, pero catalogados por el primer grupo como ésos de Barcelona, dicho así, con aire de desprecio, por no decir cosa peor. El núcleo de suburenses de toda la vida, de suburenses auténticos, de pura cepa, conserva celosamente su identidad contra viento y marea y se negará a reconocer como suburense auténtico a uno de Barcelona, ni que se abra la tierra y se lo coma por los siglos de los siglos.

Lo curioso del caso es que esta división entre suburenses puede ser reconocida por un forastero. El turista avezado, el antropólogo casual o alguien observador apreciará comportamientos propios de esta raza suburense, siempre endogámica y tan celosa de su propia identidad.

Por ejemplo, los suburenses auténticos se saludan entre sí con un ¡Eh!, un ¡Ah! o alguna otra onomatopeya inarticulada, dicha en alta voz y con un registro vocal que permite interpretar el significado del breve grito, un sonido que merece pertenecer a los consignados y celebrados patrimonios inmateriales de la humanidad, pues si el silbo canario es uno de ellos, el saludo suburense tendría que ser otro. Ese ¡Eh!, por llamarlo de alguna manera, puede ser un educado Cómo está usted o un jocoso Dónde has dejado a tu señora. Sólo alguien muy versado en el estudio del saludo suburense puede apreciar estos matices, pero es raro que pueda él mismo, si no es un suburense cierto, emitir un ¡Eh! que pueda ser correctamente interpretado por los demás.

Existe un rasgo del lenguaje suburense que permite diferenciar a unos y otros suburenses. El caramelo hace la boca agua de los antropólogos del lenguaje. Véase.

El primer grupo, el de los suburenses primigenios, utiliza la expresión Soy de Sitges para identificarse. En cambio, el segundo grupo, el de los suburenses sobrevenidos, dice Vivo en Sitges. Ser de o vivir en. Como ven, la semántica es concluyente y definitiva en este particular problema etnográfico.

El lector espabilado levantará la mano para preguntar. Si el género humano se divide en dos grandes grupos (yo y los demás), la división suburense de la humanidad deja fuera de lugar a mucha gente (que puede incluirse en el yo o entre los demás). En efecto, así es. Los que no son de Sitges o no viven en Sitges podría decirse que no forman parte del género humano desde el punto de vista suburense. Su aparición y desaparición estacional (durante los fines de semana o en vacaciones) les priva de la permanencia necesaria en el mundo para ser considerados si no iguales, similares, al humano suburense, único humano digno de consideración. Son, dígase así, como las golondrinas, que van y vienen.

No obstante, algunos suburenses aceptan que entre tantos visitantes existe un grupo también reducido, exclusivo, diría yo, de forasteros que aparecen y desaparecen en las mismas fechas desde el albur de los tiempos, un año y el siguiente y el otro: son los veraneantes de toda la vida. Ocasionalmente, con una generosidad impropia de la condición tribal, los indígenas del lugar admiten al veraneante de toda la vida entre el género humano, aunque sólo durante el tiempo de permanencia en la villa. Hay que añadir, con sorpresa, que el estatus del veraneante de toda la vida, aunque inferior al del suburense auténtico, es superior al estatus del nuevo suburense.

Como ven, las sutilezas suburenses merecen muchas páginas de estudio.

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