El ratoncito (y VI)

El proyecto del supertanque nazi acabó más mal que bien, con dos prototipos del Maus en el campo de maniobras de Kummersdorf criando telas de araña.

La leyenda dice que el Maus entró en combate cuando los rusos llegaron a Kummersdorf. En una situación de extrema urgencia, los alemanes echaron mano de todo lo que tenían allí, cacharros de toda clase y condición, en su mayoría prototipos o viejos carros de combate capturados al enemigo. Entre esa colección de trastos estaba el Maus II (V2).

Cuenta la leyenda que el monstruo combatió contra las tropas soviéticas, lanzándose contra el enemigo y batiéndolo con su poderosa artillería, y que fue destruido sólo después de haber ocasionado una verdadera escabechina en las filas enemigas. La verdad es mucho más prosaica y menos heroica. Así que el Maus abandonó el almacén donde lo guardaban, se atascó en el barro. No hubo manera de sacarlo de ahí y como los rusos se echaban encima, la valerosa tripulación hizo volar la munición del supertanque y salió pitando, pies para qué os quiero. De hecho, los rusos ni se enteraron de que se las habían tenido con un supertanque hasta que descubrieron el montón de chatarra en medio del patio de maniobras.

Acabada la guerra, los rusos quisieron probar el Maus. El chasis del Maus II estaba hecho cisco, pero su torreta estaba en condiciones. No se lo pensaron dos veces. Cogieron el chasis del Maus I (V1) y le pusieron la torreta del Maus II (V2). Cargaron con el gigantesco montón de chatarra hasta algún polígono del Ejército Rojo y lo probaron, por ver si podían aprovechar para sí los maravillosos inventos del doctor Porsche. Cuando vieron que el Maus era más lento que un hombre al paso y se atascaba por un quítame de allá esas pajas, perdieron el interés en la ingeniería del supertanque, que no les servía para nada.

Hoy puede contemplarse el único Maus que queda (un casco del V1 y la torreta del V2) en el Museo de Tanques de Kubinka, donde se aprecia la magnitud del disparate del supertanque nazi.

Esta historia ¿tiene moraleja? Sí, más de una. Quizá sirva para demostrar que, con ganas y empeño, uno puede llevar a cabo cualquier estupidez, por ejemplo.

No nos dejemos el final. El doctor Porsche fue apresado en Alemania y encarcelado en Francia a finales de 1945, acusado de crímenes de guerra (por emplear mano de obra esclava en sus fábricas de la Volkswagen). Dicen que trabajó para Renault, como reparación de guerra, pero lo único cierto es que pasó veinte meses en prisión, sin juicio. Su hijo, Ferry (diminutivo de Ferdinand), intentó recuperar el negocio de la familia y comenzó la fabricación artesana de vehículos deportivos, para ganar unas perras con las que pagar a los abogados de su padre. En 1949, su padre fue liberado y regresó a Stuttgart, donde murió en 1951, a los setenta y cinco años. Su hijo hizo de Porsche una marca de automóviles deportivos de gran prestigio e hizo fortuna cobrando una comisión por cada Escarabajo que salía de la cadena de montaje de la Volkswagen, y salieron más de veinte millones, pero ésa es otra historia.

Por cierto, hoy Porsche también fabrica el Wiesel, ¡el tanque más pequeño del ejército de la República Federal Alemana! Quizá, de toda la OTAN.

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