El cementerio de Praga

El cementerio de Praga (Il cimitero di Praga) es la última novela de Umberto Eco, un especialista en semiótica que se lanzó a la aventura de publicar novelas... y la verdad es que le ha ido muy bien. En España, la publica Lumen, con la traducción de Helena Lozano.

Yo, qué quieren que les diga, me he divertido mucho con El cementerio de Praga. El personaje protagonista, Simonini, un bicho de la peor especie, se dedica a falsificar documentos notariales para ganarse la vida y pronto trabajará para amos de más enjundia. Acudirá a la mentira, la traición y el asesinato por unas perras que le permitan un retiro decente y saciar sus apetitos, que son, mire usted por dónde, los culinarios, pues el malvado Simonini es un gran aficionado a comer bien.

Eco acude a tres narradores: el propio Simonini, un tal Dalla Piccola, sacerdote, y un Narrador, así, con mayúsculas. El texto sigue la estructura de los diarios de los protagonistas después de algún suceso que los ha conmocionado, y se remata con apuntes del Narrador. Es un homenaje a los folletines de antaño. De hecho, Simonini, el protagonista, disfruta leyendo a Dumas. Eco, también. Pero ¿saben lo mejor del asunto? Que lo que parece más folletinesco es en verdad... historia.

Eco se inspiró para escribir El cementerio de Praga en Los protocolos de los sabios de Sión, un panfleto antisionista que se publicó en 1903, en Rusia, para atacar a los bolcheviques... y a los judíos, naturalmente. Se sabe que el texto es una falsificación de la policía secreta zarista, y que es la adaptación de un texto burlesco de un tal Joly contra Napoleón III, que a su vez se inspiró en un folletín de un tal Sue. También se cita la huella de Goedesche, incluso la de Alejandro Dumas, en los Protocolos, pues la escena del cementerio y el folletín de la conjura proceden de algunas escenas de Joseph Balsamo, donde el conde de Cagliostro (históricamente, un farsante) maquina con la masonería el asunto del Collar de la Reina. El panfleto tuvo más éxito del esperado.

Ya fuera un documento falso o un folletín de la peor especie, fue y sigue siendo considerado auténtico por algunas personas políticamente poco recomendables. Hitler, en Mi lucha (Mein Kampf), asegura que no existe mejor prueba de la autenticidad de los Protocolos que la publicidad de su falsedad, lo que tiene su miga.

La narración de Eco gira alrededor del autor de estos Protocolos. Simonini, el protagonista, odia a los judíos y no muestra mejor simpatía por jesuitas, curas o masones, que se mezclan de manera absurda en las más estrafalarias conjuras. Eco se lo toma con humor, pero no oculta al lector avisado el horror que se agita detrás de esta fiebre de creencias y conspiraciones, porque el lector adivina en lo antiguo episodios que conoce, incluso cosas que puede ver alzando la cabeza del libro.

Sin embargo, algunos círculos católicos y judíos no se han tomado con tanto humor el libro de Eco. Se han tomado en serio, por ejemplo, las observaciones del protagonista sobre los hebreos o el papel incluso criminal de los jesuitas en su lucha contra la masonería, y no vean cómo se han puesto. Hay gente muy rara, de verdad, que no parece muy leída.

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