El interrogatorio de Pietro Paolo


En 11 de julio de 1597, los esbirros de la Curia de Roma interrogaron a Luca, hijo de Marco, barbero y cirujano. Don Marco tenía la barbería en la vecindad del Campo Marzio, cerca de Sant’Agostino. Al parecer, el aprendiz de don Marco, Pietro Paolo, se había metido en un buen lío por darle una somanta de palos a Angelo Zanconi, músico. Había sido cerca de la barbería, entre la via del Pozzo delle Cornacchie y la via della Scrofa. Luca explicó que la capa del músico (en verdad, un capote o ferraiolo) había aparecido en la barbería porque allá la dejó un tal Michelangelo Merisi, de Caravaggio, pintor. A decir de don Marco y de su hijo, Luca, el personaje se había encontrado el capote por ahí tirado y creyó reconocerlo. Fue con él a la barbería, para devolvérselo a Pietro Paolo, pero ¡quiá! ¡Qué iba a ser de él! Los esbirros cruzaron una mirada. ¿Michelangelo Merisi? Conocían al sujeto y se interesaron por él, no fuera también a estar metido en la trifulca, que era jaranero y follón.

Cuatrocientos años más tarde, en 1997, Sandro Corradini y Maurizio Marini publicaron el documento, rescatado del Archivio di Stato di Roma. Formaba parte del proceso de los esbirros de la Curia contra Pietro Paolo. Se concluyó que el de Caravaggio no tuvo nada que ver con la paliza; por esta vez, acaso pasaba por ahí. Gracias a las actas de los interrogatorios, hoy sabemos que Michelangelo, Luca y Pietro Paolo se corrían juergas juntos y que don Marco, apretando los dientes, había cosido más de una vez al joven Caravaggio, que tenía grande afición a meterse en disputas.

Treinta kilómetros de archivos ocultan muchos secretos, y Francesca Curti, una estudiosa y paciente investigadora, ha dado al fin con la declaración de Pietro Paolo, que no se conocía, y la que se ha organizado. Se ha publicado aprovechando la exposición Caravaggio a Roma. Vita dal vero (Caravaggio en Roma. Su auténtica vida), que muestra al público los documentos originales del Archivio di Stato, y de otros archivos, ésos que mencionan a Caravaggio y que suman muy pocas líneas. En su mayoría, se trata de fichas policiales o transcripciones de interrogatorios, porque Caravaggio era de natural jaranero y peleón y se metía en entuertos, cuando no en líos, con tanta facilidad como pintaba un lienzo. Con más facilidad, ya puestos.

El documento traerá cola porque Pietro Paolo dice de Caravaggio (traduzco): En Cuaresma hizo un año que lo conocí. Practicaba entonces en el estudio de un pintor de la calle que sube hasta la Scrofa.

Sabemos quién es ese pintor, Lorenzo Carli, siciliano. Sabemos que Michelangelo Merisi fue su aprendiz durante unos meses, recién llegado a Roma. Tal dice Bellori, uno de sus primeros biógrafos. Lorenzo era un pintor mediocre, que pintaba santos para los devotos y copiaba madonne por encargo. Michelangelo era más grande que todo eso y lo dejó pasados unos meses. Fue a parar al estudio de Giuseppe Cesari, donde su genió tropezó con la ruindad del nuevo maestro, un canalla. Enfermó, Cesari le abandonó, pasó unos días entre la vida y la muerte en el Hospital del Oratorio y malvivió de vender cuadros de flores y frutas por cuatro perras, para poder comer.

A decir de Bellori, Caravaggio llegó a Roma en 1592. Pero según Pietro Paolo, el aprendiz de barbero metido en pendencias, todavía trabajaba con Lorenzo en 1596. De ser cierto lo que sostiene Bellori (que Caravaggio entró en el taller de Lorenzo recién llegado a Roma) y lo que afirma Pietro Paolo (que en 1596 trabajaba todavía en ese taller), Michelangelo Merisi de Caravaggio no llegó a Roma en 1592, sino en 1596. ¿Fue así? ¿Se equivocó Bellori o se confundió Pietro Paolo? Ya la tenemos liada.

De repente, la datación de la obra temprana del de Caravaggio se va al cuerno. Uno se pregunta si el Bacco malato (Baco enfermo), el Fruttaiolo (El muchacho con el cesto de frutas), el Ragazzo morso dal ramarro (El muchacho mordido por un lagarto) y tantos otros fueron realmente pintados en Roma, pero más tarde de lo que se creía, o fueron pintados, por ejemplo, en Milán o Caravaggio, y viajaron con Michelangelo hasta Roma más tarde. Ah, quién sabe. Pero imagínense las discusiones de los caravaggistas.

¿Qué ocurrió realmente entre 1593 y 1595? ¿Dónde estuvo nuestro amigo esos años de aprendizaje? ¿Qué fue de él? Friedlaender apuntó que conocía la pintura veneciana; otros, que dominaba el fresco, aunque marchó a Roma por dominar el lienzo; alguno sospecha que huyó de Milán, donde quizá permaneció preso un tiempo. Etcétera. El descubrimiento de doña Francesca Curti ha causado mucho revuelo, y más que causará, porque tiene miga.

Yo creo que fue como sigue. Soy de la modesta opinión que Caravaggio trataba con Lorenzo la venta de algunos lienzos y que aceptaba encargos de su primer maestro romano, por pura necesidad. Hacia 1596, nuestro amigo había comenzado a levantar cabeza. Tenía amigos. Uno de ellos, Prospero Orsi, le puso en contacto con los marchantes más importantes de Roma. Otro, Onorio Longhi, le puso en contacto con el vino, el acero y las mujeres. Había conocido a Mario Minniti, su amigo, aprendiz y quién sabe si amante. Había conocido a Pietro Paolo en la taberna, o quizá mientras don Marco le cosía el chirlo de la última reyerta. Le había explicado a su amigo que trabajaba con don Lorenzo, que pintaba para él, no por gusto, sino por poder comer. Pero esto lo digo yo, es un suponer. Otros más listos que yo me corregirán.

Poco antes o poco después de la trifulca del aprendiz de barbero, el cardenal Maria del Monte encontró un lienzo de Caravaggio en la tienda del marchante Valentino, en la plaza Navona, y lo compró a buen precio. Hay quien sostiene que en ese preciso momento nació la pintura barroca.

NOTA: Agradezco el aviso de mi corresponsal en Roma, Sandra Buxaderas, sobre el hallazgo de doña Francesca Curti.

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