Protesto

Cuántas veces me he emocionado leyendo cosas de las barricadas de París, con los revoltosos luchando contra los dragones de Luis Felipe; cuántas veces no habré asaltado las Tullerías, el Palacio de Invierno, o la Bastilla; cuántas veces no habré arrojado el té por la borda o cantado el Ça Ira camino de Italia... En fin, que me pueden las revoluciones, aunque puestas en los libros, no en la calle, porque una cosa es ponerse patrio, proclamar la república y cantar ¡Abajo la tiranía! en una página de Victor Hugo y otra verse con el marrón en la puerta de casa.

Hoy, mi primer día de huelga de mi vida, añoro los mosquetes, las guillotinas y la proclamación de los Derechos del Hombre. Hoy ejerzo de empleado público cabreado y ejerzo mi derecho de quedarme en casa, para dejar bien claro, bien clarito, que estoy hasta las narices de todos en general y de alguno en particular.

No tendré que vérmelas con los dragones, pero me descontarán un buen pellizco de la nómina. En otros países, los sindicatos te pagan un sueldo por cada día de huelga; aquí sólo saben poner la mano para recibir las subvenciones del Gobierno. Sólo así se explica su completa inoperancia, su displicencia e ineptitud.

A ellos ya les está bien así y cómo nos vaya al resto no es asunto de su incumbencia. Tantos años de corrupción, de malgasto, de estulticia en el gasto público, tantos gestores de pacotilla, tanto esfuerzo inútil, y los sindicatos no han movido un pelo. Cuatro millones y medio de personas sin trabajo en un pispás y lo mismo. Después de dos años de crisis de caballo, de ésas que se veían venir... nada. Sólo ahora se permiten sacar pecho, sin demasiado convencimiento, por el qué dirán. Una huelga que hago y me revienta que la interpreten los sindicatos como que les hago un favor y les doy mi apoyo. Nada más lejos de lo que pienso. Que les den.

No protesto por la rebaja de mi salario, aunque duela. Protesto porque tengo que soportar a diario estupideces de mis jefes, que son tantas... Protesto porque al final quien las paga soy yo, no ellos, con mi trabajo, mi dinero y las pastillas para dormir. Protesto porque nadie mueve un dedo para acabar con la cadena de privilegios y favores de ésos que mandan, que nos cuestan tanto dinero (público), que nos dan tanto trabajo, y que no son más que un terreno abonado para corruptos, corruptores y corruptelas. Protesto porque huele a podrido y nadie abre las ventanas. Protesto porque derrochamos dinero a espuertas en gilipolleces. Protesto porque prefieren retirar fondos a la asistencia sanitaria que suprimir un canal de televisión autonómica, por poner un ejemplo.

Protesto porque se menosprecia constantemente el trabajo que hago y puedo hacer como empleado público, porque mi experiencia no cuenta, porque la meritocracia yace pisoteada por el amiguismo. Protesto porque quienes gestionan la administración pública no saben gestionarla, ni se les ha pasado por la cabeza saberlo, precisamente porque no creen ni nunca han creído en ella. Protesto porque antes que confiar el trabajo de valor a los empleados públicos, que saben y pueden hacerlo, contratan a sus amigos consultores para redactar unos informes carísimos que acabaré corrigiendo y reescribiendo yo, porque ese tipo tan bueno no sabe escribir sin faltas de ortografía.

Protesto, en fin, porque llevo un cabreo encima de tres pares de... narices, perdón. Ríanse ustedes del Terror, si me dejaran suelto.

No sigo, me canso. Añoro los dragones, las guillotinas, la limpieza a sangre y fuego, el humo de las pólvoras y los gritos de las barricadas; el galope de los guardias, sables en alto, el brillo de las bayonetas, el tableteo de las ametralladoras, el pánico en las escaleras de Odessa y los trenes blindados Siberia arriba y abajo.

Pero ya no es lo que era, una huelga. En parte, mejor así.

Qué pena. Tenemos lo que nos merecemos, ésa es la verdad, y no hay otra. Lo más duro es que yo también lo merezco.

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