Conspiranoia

¿Creen ustedes que un grupo de personas que nadie sabe quiénes son se reúnen en secreto y deciden nadie sabe qué, confabulándose para que sucedan no se sabe qué cosas que conseguirán que la historia de la humanidad vaya no hacia aquí, sino hacia allá, beneficiándose con ello esas personas de las que hablábamos? Entonces padecen ustedes un mal llamado conspiranoia, que no recoge el diccionario. Es un mal que tiene muchos años. Por ejemplo, se sostiene todavía que los masones provocaron la Revolución Francesa, ayudados por Cagliostro y los Iluminados. No hablemos de las conspiraciones que se atribuyen al pueblo hebreo desde tiempos de Nerón o de los brotes epidémicos que provoca la industria farmacéutica, que son la versión moderna del asunto.

Leyendo a Maquiavelo con atención, uno aprende a distinguir una conspiración de un cuento, o lo que es lo mismo, una conjura de una reunión social. El famoso grupo Bilderberg, por ejemplo, tiene de gobierno en la sombra del mundo mundial lo que yo de bombero (aunque es cierto que un día apagué el fuego de una sartén que había prendido mientras cocinaba). Los expertos en política, economía y sociedad (los expertos de verdad), responden a las preguntas sobre el grupo Bilderberg con una sonrisa socarrona y aire de perdonavidas. La reunión del grupo Bilderberg es a las finanzas y la economía lo que el Baile de la Rosa al papel couché, dicen. Que tienen más influencias que yo no lo duda nadie; que uno crea que dominan el mundo desde la sombra son ganas de creer, no más.

Ahora están reunidos los del Bilderberg en Sitges, rodeadísimos de policías, periodistas y protestantes varios. Lo previsto, sin llegar a mayores hasta el momento. Pero me llamó la atención que ayer, en la televisión pública catalana, se anunciase a bombo y platillo la reunión secreta (sic) de un gobierno mundial en la sombra y que se diera pábulo y micrófono a los teóricos de la conspiranoia bilderbergeriana, que dijeron lo que les vino en gana, y bien gorda. Sería censurable que un noticiario de una televisión privada, por aumentar su audiencia, propagara bulos y barbaridades; pero una televisión pública... O tempora, o mores, que dijo aquél.

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