Gente

Roma es lo que tiene: gente. Hay gente por todas partes. En su mayoría, turistas, pero también abundan peregrinos, estudiantes, curiosos... y romanos. Hay lugares en los que uno sabe que tendrá que enfrentarse a una muchedumbre: en la Fontana de Trevi, por ejemplo, donde antaño se bañó la señorita Ekberg; en el metro que va de Termini a Colosseo; en la entrada de la basílica de San Pietro in Vaticano; en casi cualquier parte. Gente, gente, gente.

Pero, de repente, el turista desnortado tropieza con una plaza minúscula, un callejón sombrío, una iglesia diminuta y el silencio se le echa encima, así, de repente. Entonces aguza el oído y descubre que el silencio no era tal. Atención, te está hablando Roma. El agua canta cuando surge de una pequeña fuente, las campanas se saludan con gravedad, desde muy lejos, las palomas se arrullan mientras huyen de ti, grazna un cuervo triste, petardea una Vespa quién sabe donde y al fin percibes un sutil cánon, perpétuo, del rumore della Città. Roma vive.

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