Il Gattopardo


Lampedusa dejó escrito en su testamento que se consideraría personalmente insultado si Il Gattopardo se publicaba pagando la familia la edición de su bolsillo. No hizo falta que se removiera en su tumba, porque Feltrinelli publicó el manuscrito y se ha convertido, con el pasar del tiempo, en un clásico de la literatura italiana y universal.

El príncipe de Salina tiene cuarenta y cinco años y es un señor feudal de la vieja escuela, un caballero ilustrado y sensual, y temeroso de un Dios que trata de igual a igual. Ahora se enfrenta a la lenta, inasible, imperceptible decadencia de su estirpe y su mundo. En verdad, se enfrenta a su propia decadencia. La monarquía napolitana cae bajo el impulso de la unificación de Italia, surgen nuevos ricos, oportunistas, pescadores en aguas revueltas que Salina acepta como un molesto peaje, pues sostiene que todo tiene que cambiar para seguir lo mismo. Pero a él le salen canas y sus hijos ya no son los niños que fueron, y la novela es, en sí misma, una metáfora entre lo viejo, lo nuevo y lo mismo.

No es una novela política, sino un ejercicio de sutil ironía, de elegancia. Un hombre magnífico (un Hércules Farnesio, dice de él el autor) se enfrenta a su propio fin y al fin de una manera de comprender y vivir el mundo. La historia del Gatopardo transcurre con la lentitud y la belleza propia del paisaje siciliano, nítido, brillante, en apariencia simple, pero saturado de matices sutiles, de aromas y perfumes, de amor, de muerte. La enérgica alegría y la persistente melancolía compiten en el paisaje del sentir de Salina, que es el paisaje de su patria, Sicilia.

Lean Il Gattopardo, que aprenderán mucho de la condición humana y del buen hacer de un escritor.

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