Buen rollo, mal rollo

El buen rollo es una tendencia nefasta en política, y además ir de buen rollo, o de mal rollo, puede significar cualquier cosa, y generalmente mala. Hay que ser justo, hay que ejercer la autoridad, hay que decidir, elegir, promover, hay que proteger al desvalido y exigir las cuentas claras, hay que cumplir la ley y hay que protestar si la ley no es justa o no cumple su cometido, etcétera, pero lo que no hay que hacer jamás en política (jamás) es ir de buen o mal rollo. Los periodistas, por cierto, que se apliquen el cuento, que buena falta les hace.

Hoy leemos en los periódicos ejemplos del nefasto ejercicio del panfilismo y de la tergiversación del rollo, bueno o malo. Por ejemplo, el señor don Joan B. Culla i Clarà escribe en El País criticando el buenismo (¡panfilismo, coño!) de tantos personajes que acusaron a las autoridades municipales de Vic de ser cosas malísimas (racistas, clasistas, oportunistas, cobardes), y allá se quedaron a gusto, haciéndose así pasar por gente de buen rollo, cuando el fondo no pasaban de irresponsables, porque con el tópico por delante y el panfilismo como bandera se negaban a afrontar el necesario e imprescindible debate sobre la inmigración.

Dicho así, parece que el citado caballero podría tener razón, en todo o en parte, y una buena pluma apreciaría el reto de escribir un artículo de opinión sobre este asunto; pero hace tiempo que el citado caballero, el señor Culla i Clarà, escribe al dictado de la Casa Nostra y se suma a la defensa de la actuación ilegal, racista, clasista, oportunista y cobarde del Ayuntamiento de Vic, dándonos gato por liebre. El núcleo de su artículo sostiene que las citadas autoridades municipales de Vic obraron de manera responsable, ahí es nada. Por si fuera poco, el citado caballero escribe cada vez peor, y si puedo perdonarle el provincianismo, la contemplación del propio yo colectivo y la estrechez de miras que gasta, tan típica y triste, no puedo dejar de advertir con fastidio que cada vez escribe peor y cada vez me cuesta más acabar uno de sus ya infumables escritos, donde se define ya sin vergüenza como uno de los nuestros (de los suyos, perdón), un fiel y seguro servidor de la Casa Nostra. Que le aproveche.

Otro ejemplo notable de las catástrofes que puede generar el panfilismo es el de la alcaldesa de Cunit, doña Judit Alberich, del PSC-PSOE. Como en tantas otras poblaciones catalanas, en Cunit existe una importante población inmigrante. Fatima Ghailan era musulmana y trabajaba en los servicios sociales del ayuntamiento. Topó, la mencionada señora, con la frontal enemistad del señor don Mohammed Benbrahim, que ejerce de imán en la población y es de la cuerda integrista. Tanta enemistad surgió entre ellos que el imán presionó al ayuntamiento para que despidiera a dicha señora, por no llevar velo y relacionarse con españoles no musulmanes (sic). Como el ayuntamiento dio largas y no dijo ni sí ni no, por no cuestionar las creencias de nadie, la cosa fue a mayores y el asunto acabó en los juzgados, donde el señor Benbrahim, su señora, su hija y el presidente de la Asociación Islámica de Cunit se enfrentan a penas por amenaza, coacción, acoso, calumnia e intento de agresión, que en el caso del imán pueden sumar cinco años de cárcel.

El asunto se resolverá mejor o peor, pero todos los expertos en inmigración consultados por la prensa coinciden en un punto: la defensa de los derechos y la exigencia de los deberes de las personas, con independencia de su origen, mediante la aplicación estricta de la ley. Qué menos ¿verdad? Pero la señora Alberich pensó que andar condenando a la gente por amenazar, coaccionar, acosar, calumniar e intentar agredir a alguien por motivos religiosos no era de buen rollo, y se cuenta hoy en los periódicos que la alcaldesa, mostrando un panfilismo agudo, casi crónico, intentó que la señora Ghailan retirara la denuncia contra el cafre y su cuadrilla, e intentó mediar entre las partes para que se concluyera un aquí no ha pasado nada y pelillos a la mar. La señora Alberich, descubierto el pastel, se ha negado a hacer declaraciones.

Trivializamos el problema de Cunit, que es el de tantos pueblos y personas, pero ¡cómo echamos tierra por encima de la justicia y el ejercicio de la política! Repito: hay que ser justo, hay que ejercer la autoridad, hay que decidir, elegir, promover, hay que proteger al desvalido y exigir las cuentas claras, hay que cumplir la ley y hay que protestar si la ley no es justa o no cumple su cometido, etcétera. No hay que andar por ahí de buen rollo, ni de mal rollo. Pero hay que ¿o tendría qué? ¿No seré yo el pánfilo, reclamando cosas tan elementales?

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