Sed lex, dura lex

Lo sabemos, pues ésa es la ley: no consiguió lo que quería; era demasiado tarde para admitirlo: ¿de qué sirve apelar, cuando se sabe que la condena será perpetua, que ya no habrá aplazamiento ni segunda oportunidad?

De Vidas minúsculas, de Pierre Michon, traducido por Flora Botton-Burlá y editado por Anagrama.

Sing Sing Sing

Benny Goodman, Harry James, Gene Krupa y compañía, a 78 rpm. A ver quién da más. ¡Temblad, emepetreseros! Los discos de pasta y vinilo acechan en alguna parte, esperando.

In honorem

Girona


Se han traído los colores de Florencia, y un río que hace las veces de Arno. A falta de Ponte Vecchio, tienen uno de Eiffel. Llaman call al ghetto, macarrons a los penne, y en vez de un bistecco alla fiorentina te sirven bou de Girona. Suplen la Toscana con el vecino Ampordà. A falta de cúpulas, alzan agujas en San Fèlix. No meten la mano en la boca del porcellino, pero besan el culo de la leona. Por lo demás, parecen de aquí.

El sitio de Girona

En los escaparates de Girona abundan los bicornios de papel con la tricolor. Los gerundenses recuerdan que en diciembre se cumplirán doscientos años de la capitulación de la ciudad ante Auguereau, en su tercer sitio, y lo celebran así. El sitio final fue espantoso, una matanza. Sólo sobrevivió un tercio de las tropas defensoras, y la ciudad perdió la mitad de sus habitantes en dos años de guerra. Pero los escaparates de Girona no muestran el retrato de Álvarez de Castro, el heroico gobernador militar de la plaza, ni el de Bolívar, su lugarteniente, que la rindió abrumado por la calamidad, ni la bandera de los miqueletes de Vic o Girona, que se dejaron el tipo en las murallas, sino la gorra del francés.

Porque el francés, pese a los sitios, dejó un buen recuerdo en Girona, donde se insiste en añorar la tricolor, la Marsellaise, el Código Civil, los funcionarios de carrera venidos de París, el gobierno de los mariscales de Francia (Augereau o McDonald), los impuestos progresivos de acuerdo con el nivel de renta, la inspección de los abastos, el fomento de las artes y las letras, el patrocinio del catalán en la prensa y la administración pública, las reformas urbanísticas, las medidas de higiene y salubridad, la creación de un cuerpo de policía local y el primer alumbrado público de la ciudad. Pero, sobre todo, los gerundeses añoran la anexión a Francia en 1812, cuando Girona se convirtió en la capital del Departamento del Ter y de facto, de Cataluña entera.

Duró poco. En 1814, aplaudimos el retorno del inefable rey Fernando, mal rayo le parta. A veces me da por pensar que nos equivocamos de bando.

Más en http://www.girona18081809.com/

El Día de la Blasfemia

No tenía noticia. El 30 de septiembre ha sido escogido por el Center for Inquiry (http://www.centerforinquiry.net/) y el Council for Secular Humanism (http://www.secularhumanism.org/) como el Día de la Blasfemia. Esa fecha coincide con la de la publicación de las famosas caricaturas de Mahoma en una revista danesa, que provocaron la de Dios es Cristo (perdón). El Día de la Blasfemia tiene una página en Facebook (www.facebook.com/group.php?gid=50200339561) y existe un concurso de blasfemias, por ver quién la dice más gorda. Las bases del concurso permiten utilizar palabrotas y decir guarradas, pero advierten que se valorará mucho más la creatividad, el ingenio y la inteligencia.

Algo tan extraordinario y original forma parte de una campaña por la libertad de expresión (www.centerforinquiry.net/campaign_for_free_expression) que protesta ante los límites que imponen los gobiernos a la hora de mentar la religión. Denuncian la opresión que sufre la crítica y la opinión de cada uno, y el mecanismo que se ofrece a los partidarios del pensamiento único. Surgió tal campaña cuando las Naciones Unidas aprobaron una resolución, la 62/154, que puede leerse en www.undemocracy.com/A-RES-62-154.pdf.

No gustó a los blasfemos la recomendación de perseguir la difamación de la religión. Lo cierto es que el texto se mueve en el terreno de la ambigüedad y el panfilismo, con un aire de impecable corrección política (caca). Si bien es cierto que es repugnante la promoción del racismo, también es cierto que no tendríamos que condenar a nadie por decir lo que piensa. Además, quien se pica, ajos come, y a los impulsores de la resolución me remito, países todos muy tolerantes.

El tema es peliagudo: la libertad de expresión es la madre de todas las libertades, pero ser libre es muy jodido y complicado y así como me río yo de éste, éste puede reírse de mí, y lo segundo duele. ¿Dónde acaba mi derecho a decir lo que me venga en gana? ¿Aquí, allá o en ninguna parte? ¿Podemos criminalizar una blasfemia? Quien dice una blasfemia, dice una opinión cualquiera. ¿Sostener que las ideas de otra persona son gilipollas es delito? ¿Acaso pensar? En algunos países, sí.

Me voy con vosotros para siempre


Otro libro de la magnífica colección de Libros del Asteroide, Me voy con vosotros para siempre, de Fred Chappell, traducida por Eduardo Jordá.

En Europa nos gusta mirar por encima del hombro. No creemos que los norteamericanos sean capaces de escribir nada que no sea un best-seller. Creemos que la cultura y la excelencia literaria son nuestro monopolio, pero cuentan los estadísticos que se lee más en los Estados Unidos que en Europa. Aún así, afirmamos que los americanos son horteras, argumento de altísima enjundia y venenosa réplica. Luego insistimos: un norteamericano medio de Nebraska no sabe dónde está España, si al sur del Río Grande o detrás de Honduras. Ah, feliz argumento. Por cierto, ¿por dónde cae Nebraska? ¿Sabrían señalar en el mapa Honduras o el Río Grande? Si fuera un bachiller español, ¿sabría leer el mapa? Al cuento: nos gusta considerarnos más cultos que el norteamericano medio, pero esa consideración se va al carajo viendo qué pasan por televisión hoy mismo y leyendo la obra de Chappell, por ejemplo, tan típicamente norteamericana, y universal.

Reconozco que no sabía nada de Chappell hasta que leí Me voy con vosotros para siempre (I Am One of You Forever, en el original). Ésta es la novela más famosa de Chappell, un personaje ilustre y muy respetado, poeta, profesor universitario, maestro de escritores. La obra recrea una infancia perdida en primera persona, en la granja de una familia un tanto peculiar, durante los primeros años cuarenta. Chappell no narra una historia, sino diez episodios que comparten escenario y protagonistas, los detalles de un cuadro magnífico, donde predomina el humor y un espíritu amable. Reímos, sí, pero también añoramos, y no diré el qué, porque perdería la gracia todo el asunto. La añoranza es hija de la tragedia, vecina de la resignación, qué le vamos a hacer, y por ahí anda, a veces invisible. Será llegar al punto final y contemplar el cuadro que hemos examinado tan de cerca, y aplaudir. Porque esa mezcla de tragedia y comedia, esa perfecta ligazón entre la poesía y el costumbrismo, entre lo maravilloso y lo cotidiano, hacen de Me voy con vosotros para siempre un libro que agradezco haber leído.

Sin pensarlo dos veces, diremos que se mueve en el escenario, tan americano, de una infancia feliz y campestre. Es decir, nos recuerda Las aventuras de Tom Sawyer, donde se describe una infancia idílica, aunque recordaré que Tom Sawyer convive con la tragedia y el horror. Las aventuras de Jess, el protagonista de Me voy con vosotros para siempre, también se mueven en ese mundo. Si pensamos un poco, descubriremos algo más: Chappell introduce novedades: la estructura narrativa, la poesía, el realismo mágico y lo que no he sabido ver.

Cómo dirigir una orquesta

Gracias a Carlos, que me ha pasado este enlace.


Tecla, la eterna finalista

Medio en serio, medio en broma, se cuenta que santa Tecla es la patrona de la informática, por eso del teclado y tal. Lo cierto es que los informáticos y afines no tuvieron patrocinio hasta 2001, cuando, en la reunión de decanos y directores de Escuelas Técnicas y Superiores de Ingeniería Informática del 23 y 24 de abril de 2001 en Córdoba (España), se decidió que el patrón de los ingenieros en Informática fuera san Ramon Llull (o Ramón o Raimundo Lulio), que es Doctor Illuminatus. Se celebra su fiesta el 27 de noviembre y así quedó dicho, escrito y aceptado por las más altas instancias.

El postulado de santa Tecla había perdido la batalla del patrocinio de los informáticos, pero todavía quedaba internet. El Vaticano quería cubrir lo más pronto posible dicho patrocinio, para que los católicos pudieran encomendarse a alguien si fallaba el router. Se postularon tres candidatos: san Isidoro de Sevilla, santa Tecla de Iconia y san Pedro Regalado.

San Isidoro de Sevilla, sabio y escritor, poco tuvo que hacer en la contienda. Los méritos de santa Tecla y san Pedro Regalado superaban con creces los de su enciclopédica Etimología, por poner un ejemplo. La Iglesia no tenía mucha fe en internet como depositaria de la cultura.

Era la oportunidad de Tecla de Iconia, hija de Teoclia, que jugaba con ventaja. De entrada contaba con el apoyo de Pablo de Tarso (san Pablo), uno de los grandes, al que conoció cuando predicaba en Iconia, el 48 dC. Quedó prendada de Pablo de tal modo que le dijo a su prometido de entonces que podía irse a freír espárragos. El cornudo acusó a Pablo de hechicería. Pablo fue apresado y encarcelado, y Tecla sobornó con sus joyas a los carceleros, liberando a su nuevo héroe. Pablo y Tecla huyeron y no volvieron a separarse hasta el final de sus días, que pasaron predicando aquí y allá. Cuenta la leyenda que llegaron a predicar en Tarragona, lo que explica las fiestas de Santa Tecla el 23 de septiembre.

Cuando decapitaron a Pablo en Roma, Tecla marchó a Seleucia, hoy Siria, donde siguió predicando hasta que la capturaron y la sometieron a terribles tormentos, y aquí comienzan los otros méritos de la santa, los de su martirio. Son, a saber:

Fue lanzada a un foso lleno de víboras y bichos repugnantes, la mayoría venenosos, que la respetaron. La ataron a dos bueyes, para despedazarla, pero éstos perdieron su fuerza. La colocaron en una pira, para quemarla viva, pero el fuego se apartó y, caramba, quemó a los verdugos. Quien juega con fuego... Al final, la echaron a los leones, que lamieron sus heridas y la sanaron.

Después de tanta afición por hacerla daño, los jueces la dejaron libre y Tecla se refugió en una cueva, donde quiso dedicarse a la oración a jornada completa. Pero la cofradía de verdugos del lugar tenía otros planes. Contrató a unos soldados y les encargó la misión de ultrajar a su esquiva víctima. Viendo la que se le echaba encima, Tecla oró para librarse del nuevo tormento y permanecer pura. Se explicaría mal, porque acto seguido se derrumbó la cueva y aplastó a todos, moros y cristianos. Sólo se salvó del aplastamiento el brazo de Tecla, que inició un viaje extraordinario. Pasando por Armenia, cuentan, acabó en Tarragona, donde todavía se venera.

Con estos méritos ¿quién iba a quitarle a ella el patrocinio de internet?

Pues un tal Pedro Regalado.

Copiaré un texto de Marcelo González, San Pedro Regalado, en Año Cristiano, Tomo I, Madrid, Ed. Católica (BAC 182), 1959, pp. 710-716. Que no se diga. Dice así:

En el último período de su vida, años 1445 al 56, el Regalado vive ya sumergido plenamente en el océano sin límites de la contemplación divina. Sin abandonar nunca sus rigurosas prácticas ascéticas, ayuno diario, total abstinencia de carne, intensa flagelación corporal, se ve favorecido y goza de extraordinarios dones místicos. Su piedad tiene tres vertientes principales: la Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen y el recuerdo de la pasión del Señor. Particularmente esta última le atraía con fuerza irresistible. Muchas noches, en el cerro del Aguila, próximo al convento, se le podía ver practicando el ejercicio del Vía-crucis con una pesada cruz de madera sobre sus hombres, soga al cuello y corona de espinas en su frente.

La Virgen María, siempre tan amada en la Orden franciscana, se llevó también el corazón del gran penitente, y ella anda mezclada en uno de los más famosos milagros de su vida, recogido por cierto en el proceso de canonización. En la madrugada de un 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, hallábase rezando maitines en el convento del Abrojo, y sintió especial deseo de venerar a María en la iglesia de La Aguilera, a ochenta kilómetros de distancia, la cual había consagrado él a este dulce misterio. Y al instante fue transportado por los aires en brazos de los ángeles, guiado por una estrella que representaba a la Madre del cielo. Satisfecho su piadoso deseo, fue igualmente devuelto al Abrojo sin que los frailes hubiesen advertido su ausencia. Este prodigio es el que ha servido para inspirar la iconografía del Santo.

Con el don de la ubicuidad, san Pedro Regalado venció en el patrocinio de internet, dejando a santa Tecla como eterna finalista en esta clase de postulados.

Por cierto, san Pedro Regalado es también el patrón de los toreros.

Incidencias, irregularidades e idiotas

Según publica la prensa, tres auditorías independientes analizaron una muestra de 300 informes encargados por la Generalitat de Catalunya en 2007. Curiosamente, los periódicos no coinciden con el total de informes, estudios y dictámenes encargados en 2007 por la Generalitat de Catalunya. El País o La Vanguardia dan cifras cercanas a los tres mil; Avui, El Periódico o El Mundo hablan de unos dos mil quinientos. En todo caso, hablamos de un gasto aproximado de treinta millones de euros, o más, o menos, pues la cantidad no se ha publicado y no se conoce exactamente. Empezamos bien.

Según publica la prensa, se contabilizaron tres tipos de incidencias: se había pagado un precio injustificadamente alto por el informe (i.e., era un corta-pega de internet), el informe no tenía ninguna utilidad práctica (i.e., no sirvió ni sirve para nada) y el informe podría haberlo hecho tranquilamente cualquiera de los trabajadores de la administración pública (i.e., fuera cual fuera la pregunta, ya conocían la respuesta). Uno de cada tres informes analizados, según los auditores, presentaba una o más incidencias. Todos los periódicos hablan de estas incidencias, cada uno según le parece.

Según publica la prensa, los interventores de la Generalitat de Catalunya revisaron los resultados de las tres empresas auditoras y redujeron el total de casos con alguna incidencia a 49 (16,3%). Ésa es la cifra de incidencias que reconoce el consejero de Economía y Finanzas, el señor Castells, que argumenta lo que sigue: En primer lugar, que uno de cada seis informes presente algún tipo de incidencia es correcto y entra dentro de lo normal (sic). En segundo lugar, la muestra no es significativa (sic). No es significativa porque sólo incluye informes adjudicados sin necesidad de concurso público (i.e., a dedo, precisamente los que analizaba el estudio) y porque la muestra recoge todos los posibles casos irregulares (sic). Manda güevos, que dijo uno. Si yo fuera el profesor de Estadística del señor Castells, me moriría de vergüenza.

Según publica la prensa, si aceptamos que uno de cada seis informes presenta incidencias, y no más, hablamos de cuatrocientos a quinientos informes con incidencias sólo en 2007. De éstos, dos de cada tres los podría haber redactado un funcionario, que para algo está, dos de cada tres no servían ni sirven para nada y uno de cada cinco ha costado un pastón que ni te cuento, y total, ¿para qué? El precio de estos informes con incidencias sumaría más de cinco millones de euros, es decir, 18.000 ordenadores para escuelas que, ay, los padres catalanes tienen que pagar a medias, porque a Educación no le da la real gana de pagarlos de su bolsillo.

Según publica la prensa, y no se escandaliza demasiado, se gastaron 27.000 euros en un estudio que analizaba los artículos de un número indeterminado de periodistas para ver cómo trataban, si bien o mal, al gobierno de la Generalitat de Catalunya. El estudio lo encargó el Departament de Presidència y se ha negado a entregarlo, tal como suena, y santas pascuas. Todos los periódicos mencionan el caso, pero ninguno se estira de los pelos. En qué país vivimos.

Pero, según publica la prensa, el mejor de todos, visto lo que está cayendo, es el informe Estudio de código de buenas prácticas en todos los sectores (sic), encargado por el Departament de Cultura al entonces secretario de la Fundació Orfeó Català - Palau de la Música, el señor y abogado Raimon Bergós, al que han echado a patadas de la fundación por sus prácticas fraudulentas, ilegales e inmorales en el caso Millet. El señor Bergós cobró 11.600 euros por el estudio, que encargó la directora general de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, Rosa Cullell. Que el señor Bergós fuera el jefe de los servicios jurídicos de la dicha fundación parecía justificar el estudio. En honor a la verdad, a la vista de lo que sabemos ahora, es posible que el señor Bergós sepa muchísimo, efectivamente, de esas buenas prácticas, aunque quizá no coincidamos a la hora de separar las buenas de las malas prácticas. Reconozco (mea culpa) que me ha dado un ataque de risa saber del encargo, por no llorar.

Finalmente, según publica la prensa y es público y notorio, este comportamiento es tan propio de este gobierno como lo fue de los anteriores, donde se daba muchísimo este tipo de incidencias, lo que nos consuela hasta el infinito, ya ven.

Ahora bien, según la RAE, una incidencia es un Acontecimiento que sobreviene en el curso de un asunto o negocio y tiene con él alguna conexión. He aquí la cuestión, pues esos malditos informes no contenían incidendias, sino, coloquialmente, irregularidades, pues, según la RAE, una irregularidad es una Malversación, desfalco, cohecho u otra inmoralidad en la gestión o administración pública, o en la privada. Y de eso estamos hablando, idiotas.

Fijación


Primero una, luego las demás. Todas se han vuelto en una misma dirección, percibo cierta amenaza. Se han quedado así un buen rato, inmóviles, atentas, escudriñando el horizonte. Me pregunto qué habrán visto, qué habrán oído, a qué responde esa fijación. Me tienen intrigado.

Decepcionados

Cuentan que los músicos del Orfeó Català se sienten decepcionados. La burguesía catalana, también, y la clase política. La prensa se suma a la decepción, y los intelectuales, esos señores que tanto sirven para un roto como para un descosido, no iban a ser menos, y mentan todos la decepción por aquí y la decepción por allá.

Según la RAE (http://www.rae.es/), decepcionado es el participio de decepcionar, y decepcionar es desengañar, desilusionar. Se entiende por decepción el pesar causado por un desengaño.

Oh, qué penita pena que me entra en el cuerpo, cuando descubro que ese granuja (bribón, pícaro), ese palomo (propagandista o muñidor muy diestro en estos oficios) y ladrón (que hurta o roba), y no presunto, sino confeso, ese sinvergüenza (dicho de una persona: que comete actos ilegales en provecho propio, o que incurre en inmoralidades), ese Millet, decía, y sólo por poner un ejemplo, iba por ahí con un Mercedes Benz que costaba 6.000 euros al mes de leasing, que pagaba la fundación de la cual era presidente, según cuenta El País (http://www.elpais.com/). Esto, a plena luz del día y con permiso del personal. Lo otro que hacía sin permiso y tan ricamente, ni les cuento, y suman millones por año.

Ese canalla (persona despreciable y de malos procederes) de Millet no me decepciona, la verdad. Me irrita, me exaspera, me pone de los nervios, me repugna, me asquea, me ofende, me insulta, me ultraja, me lastima... pero ¿decepcionarme? ¿A mí? Ese animal mezquino, falso, avariento y de malas mañas (i.e., ruin) no puede desengañarme. Acaso mostrarme la madera de la que están hechos esos burgueses, esos políticos y esos intelectuales que, sabiendo lo que sabían, acaso sospechándolo, se han tapado las narices y han mirado hacia otra parte, no fuera a salpicarles la mierda (en la que seguramente ya están metidos).

Con los músicos no me meto, pobrecitos, que no se lo merecen ni se lo han merecido nunca. Para ellos, mis respetos y ¡ánimos!

Y perdonen el arrebato (furor, enajenamiento causado por la vehemencia de alguna pasión, y especialmente por la ira). No servirá de excusa, pero no es para menos, oigan.

[Nota: Todas las definiciones, en http://www.rae.es/.]

Hormigas

En chino y japonés, etimológicamente, hormiga es el insecto que se comporta correctamente, y me cago en la etimología, porque hoy, camino de la oficina, he vuelto a pasar por el Auditorio. Las hormigas se estaban dando un banquete de cigarras, en silencio.

Pintan bastos. Ha comenzado la temporada de oficina, y ahora en serio.

¿Está de acuerdo con Schopenhauer...?

Sometí a los amables lectores de este cuaderno a una encuesta, y ya conozco los resultados.

La pregunta era: ¿Está de acuerdo con Schopenhauer cuando afirma que Hegel es un vulgar, necio, asqueroso, repulsivo e ignorante charlatán?

La mitad de los encuestados opina que sí, completamente. ¡La mitad...! Una tercera parte, que sólo epistemológicamente, lo que personalmente me tiene muy preocupado. El resto se pregunta, confuso e indeciso, si se está de acuerdo en sí o para sí, y yo no estoy para responder sandeces. El caso es que nadie, ni uno solo de mis lectores, ha dicho que no, que de ninguna manera estaba dispuesto a darle la razón a Schopenhauer.

Parece evidente que Hegel goza de poco predicamento en esta parroquia.

Cigarras

Sea mi corazón cigarra
Sobre los campos divinos.
Que muera cantando lento
Por el cielo azul herido.


(De ¡Cigarra!, escrito por Lorca el 3 de agosto de 1918.)

He salido a la calle cuando la noche era expulsada a sangre y fuego, pisoteada por los caballos de Helios. Incapaz de otra cosa, he seguido el curso de mis pasos. A la sombra del Auditorio, cantaban las cigarras. Imprevistas, sí, pero ya puestas, ¿dónde iban a cantar, si no?

Helios se alzaba entre risas.

A lo bruto

Aquí todo lo hacemos a lo bruto. No podemos dejar que se vaya el verano de puntillas, sino que tenemos que echarlo a patadas, con grandes aspavientos. Llueven diluvios, truenan las nubes, las avenidas de agua barren lo que encuentran a su paso y la tramontana se encarga de expulsar el poco calorcito que nos queda después del festival. En la oficina, el verano es algo que sucedió hace mucho tiempo, apenas ayer.

Olores

Con la que está cayendo, el burgués catalán huele a chorizo ibérico.

No apto para su uso en el trópico


Un crucero auxiliar era un buque mercante adaptado para realizar largas correrías por los siete mares contra la flota mercante enemiga. Se le armaba con cañones, minas y torpedos y se hacía a la mar para regresar, con suerte, meses y meses después. El éxito de un crucero dependía de la audacia del capitán y la suerte de la tripulación, del sigilo, de la astucia, de la inteligencia y sobre todo, de la fortuna. Hubo capitanes a los que se juzgó por crímenes de guerra, pero los hubo que fueron aplaudidos tanto por amigos como enemigos.

Los cruceros auxiliares se aproximaban a sus presas con disimulo, haciéndose pasar por quienes no eran. Los cañones estaban camuflados, se levantaban falsas chimeneas y se pintaba el buque con los colores de una naviera neutral. Cuando la presa se daba cuenta, ya era demasiado tarde. Se destapaban los cañones, se arriban banderas y un tiro de aviso ordenaba detener el buque e interrumpir las emisiones de radio. Algunos mercantes eran capturados, pero la mayoría, hundidos. Se invitaba a los tripulantes enemigos a abandonar el barco y luego se desfondaba con explosivos o se hundía a cañonazos.

A finales de agosto de 1940, el Orion intentaba atravesar el Océano Índico de vuelta a casa, después de haber hundido a cuatro buques mercantes en el Pacífico. Pero pintaban bastos, porque el último buque enemigo, el Turakina, había ofrecido resistencia y radiado su posición. Dos veces había sido avistado por aeroplanos británicos. Convenía desaparecer del mapa cuanto antes. El capitán, Kurt Weyher, ordenó que el Orion pasara por un mercante japonés (Japón entonces era todavía neutral) y la tripulación puso manos a la obra. Pintaron todo el buque de negro, la superestructura en blanco, y grandes banderas japonesas a los costados. Faltaba, sin embargo, el nombre del buque, en grandes letras kanji, a ambos lados. Resultó que nadie sabía nada de kanji.

Eran hombres de recursos. Llevaban consigo una película de Fu Manchú, para matar el aburrimiento, y copiaron el texto que aparecía en un fotograma de la película. Pintaron, con grandes ideogramas blancos, que se veían desde muy lejos, la siguiente leyenda: No apto para su uso en el trópico. Engañó a los británicos... y a los japoneses. Cuando un crucero japonés le dio el alto y le preguntó por el nombre del barco, Weyher (que seguía sin saber qué había escrito) respondió que se trataba de una estratagema para desconcertar al enemigo. El buque japonés, desconcertado, les dejó pasar.

Muchas aventuras más siguieron la singladura del Orion. Regresó a casa el 20 de agosto de 1941, después de 510 días de crucero, 127.000 millas de singladura y 77.000 toneladas de buques enemigos echadas a pique (16 barcos).

Desolación


A modo de aviso, Thor golpea con el martillo y las valquirias corren hacia el norte, dejándonos desolados. Los sátiros, arqueando las cejas, preguntan a Dionisos qué hacer, pero el dios anda entretenido con la vendimia y tiene la cabeza en otra parte. Ya no quedan flechas para Eros, y Afrodita lo envía de vuelta a la escuela, para que aprenda. Pan toca dulcemente la flauta, Nausicaa despide a Odiseo y yo hago las maletas.

Viajar en el tiempo


Tomar una copa en el bar del Hotel Terramar es como cerrar los ojos y abrirlos en el pasado. Hubo un tiempo en el que una boite era una discoteca, y las suecas eran de Suecia. Ése es el tiempo que se refugia en el bar del Hotel Terramar, un tiempo que guardan celosamente, no vaya a escaparse y llenarnos las calles de patas de elefante. No hay verano que no le eche una visita.

El niño llorón

Los niños han vuelto a la escuela. En televisión, se ceban con el niño llorón que no quiere volver a clase. No recuerdo haber llorado nunca en mi primer día de escuela, pero sí durante mis últimos días de vacaciones. Pienso en la oficina que se me está echando encima y le doy la razón al niño. Verás a tus amiguitos, ya verás qué bien te lo pasas, aprenderás muchas cosas... Y una mierda.

Dispuestos para la batalla


Saben la que les espera, no se hacen ilusiones. Platos, vasos, copas, cuchillos, tenedores, están dispuestos a todo. De aquí a bien poco, una horda de turistas se abalanzará sobre la cena, y que Diios nos pille confesados, dicen. Amén.

Ofrenda

Ofrece a los dioses su piel desnuda. Por eso no llueve ni truena y el curso del sol es más lento que otros días. Dionisos lo celebra con danzas y Apolo me pronostica una dulce, y cruel, añoranza.

Un médico rural y otros relatos pequeños


Editorial Impedimenta publica una colección de títulos muy interesantes y bien editados, como Un médico rural y otros relatos pequeños, de Franz Kafka, traducido por Pablo Grosschmid. Se reúnen en un solo ejemplar dos libros de relatos de Kafka, Un médico rural (Ein Landzart, 1920) y Percepciones (Betrachtung, 1912). La biografía de Kafka nos dice que recibieron muy buenas críticas, pero que no los compró nadie.

Es una colección de relatos brevísimos; algunos de ellos no van más allá de un párrafo y sólo tres o cuatro se extienden varias páginas. Son... ¿kafkianos? Es decir, son absurdos, a veces cómicos, las más de las veces inquietantes, oníricos, desconcertantes, llenos de angustia, pero, así y todo, la mayoría bellos. Un sesudo crítico literario desmenuzaría cada sílaba de cualquiera de estos relatos buscando significados ocultos, se regodearía en este esoterismo y se convertiría él mismo en otro personaje kafkiano. No, no, hay que dejarse llevar y si no se entiende, qué le vamos a hacer, pues no se entiende y santas pascuas. Mientras tanto, habremos bailado al son de una letra misteriosa.

Añado, a título personal, que este libro ha conseguido lo que parecía imposible: he hecho las paces con Kafka. Hubo un tiempo en el que leí El proceso y me gustó. Luego leí más cosas. Fueron amistades de juventud, intensas y despreocupadas. Años después, no hace mucho, comencé a leer El castillo y todo se torció. Se torció, crujió, se desplomó. Fue algo desagradable. Dejé El castillo por imposible, a medio leer, malhumorado, furioso, qué mierda de libro. Que le den al agrimensor, al castillo y a la madre que lo parió. Pero no podía seguir así con Kafka, pues nos unen muchas cosas, como, por ejemplo, la naturaleza de nuestro trabajo o más exactamente, la percepción de dicha naturaleza. Compré este libro por hacer las paces, y si bien mi ánimo sigue agriándose cada vez que tropiezo con los lomos de El castillo, ya vuelvo a hablarme con Franz Kafka, y eso es mucho. Qué tal en la oficina, Franz. Bah, lo de siempre.

La que está cayendo


Nos habían avisado los agoreros, los echadores de cartas, los auríspìces y los meteorólogos: caerá una de gorda, de bien gorda. Al final, de tanto llamar al mal tiempo, han acertado, y la que está cayendo ahora mismo. Con ésta se acaba el verano, prácticamente, y el trueno anuncia socarrón el final de mis vacaciones. Oh, Dionisos, ¿tan pronto? Ahora que nos lo pasábamos tan bien.

Las terrazas


Es una de las calles con más bares por metro cuadrado que conozco. A un lado y al otro, las terrazas. Siempre están llenas, a rebosar. El espectáculo que se ofrece no tiene fin, es siempre el mismo, es siempre diferente. Desfila el mundo ante mis ojos, dicen los parroquianos, café en mano. Los que paseamos entre terrazas, actores del drama de la vida, sabemos que estos jueces también forman parte de la función, y nos deleita verlos, tan absortos en sí mismos.

Pitos y flautas

En el homenaje a Casanovas, las autoridades han sido recibidas con pitos. Sus rostros sofocados por el mal trago eran un poema. ¡Menos banderas y más trabajo!, reclamaba el público. Tales fueron los pitos que ahora suenan las flautas y algunas voces acarameladas e hipócritas proponen alejar al público de los actos institucionales, pues ya se sabe, el público es un verdadero incordio. Proclamar la desnudez del emperador es lo que tiene: jode mucho. Al emperador, naturalmente.

Primero, las antorchas y luego, los libros

Cuentan que las juventudes de un partido político y otros grupos semejantes han organizado marchas con antorchas, desfiles nocturnos llenos de banderas y proclamas. Con la historia de Europa en la mano, desfilar con antorchas es feo. Se empieza por ahí, se sigue quemando libros con los que uno no coincide y ya se sabe que donde queman libros acaban quemando hombres. Tal dijo un alemán, a la luz de las hachas. Luego, las cenizas cubrieron Europa.

Ciencia, fe y vacaciones

Los meteorólogos insisten en anunciar frentes fríos y nubosos, precipitaciones y chubascos, pero yo imploro a los dioses, por no ver maltrechos mis últimos días de vacaciones. A primera hora, han vencido los meteorólogos, echándome unas gotas de lluvia, pero Zeus ha barrido las nubes de un manotazo. Las valquirias y yo hemos celebrado el acontecimiento peregrinando a la orilla del mar, donde se han sumado al circo musas, nereidas y gracias.

Una temporada en Venecia


Se ha puesto de moda publicar relatos breves, a uno por libro. Los autores se seleccionan con mucho cuidado y nos ofrecen historias muy recomendables. Tal es el caso de Una temporada en Venecia, de Wlodzimierz Odojewski, que publica Minúscula, traducido por Katarzyna Olszewska Sonnenberg, y perdonen si me he equivocado al escribir los nombres, que no es para menos.

Es un relato de infancia que transcurre a finales de verano de 1939, en Polonia. La Venecia del título será la mezcla de un deseo, un accidente y mucha imaginación, y no diré más. Sí, sí, lo sé, que no falte mencionar el fin de la inocencia, como siempre en estos casos, porque así salen niños es lo que toca. Pero creo que no ése el meollo del asunto, ni mucho menos. El lector adivina ese final de la infancia, cómo no lo va a adivinar, pero no viene al cuento, y nunca mejor dicho.

Narrar el mundo con ojos de niño no es fácil. Un mal paso y el autor se precipita en un abismo de cursilería, dándose de narices con una insoportable ñoñez. Además, el melodrama espera a la vuelta de la esquina, dispuesto a clavar el diente a todo lo que se mueva. Un mordisco y ¡adiós! Odojewski salva tantos peligros con un relato en tercera persona, sobrio, formal y distante, pero efectivamente poético. Bravo por Odojewski.

Una temporada en Venecia es un relato que se lee en un pis pas y se recuerda mucho tiempo después. Es una lectura amable y delicada, un refrigerio apetecible, casi saludable. No será un plato principal, pero ¿y qué? ¿Acaso importa?

Sigue torcida


Va por don Facundo (y esta foto es mía)


Vaya pedazo de hierro. Feo, por añadidura, y etilofílico.

El Chiringuito


Cuentan que abrió en 1913, y que es el primer chiringuito español. Los mismos explican que el nombre es de origen cubano, y que el local fue bautizado así por un ilustre periodista, de ésos que gastaba sombrero y bastón, que redactaba sus artículos entre tazas de café. Hoy huele a sardina a la brasa, a fritanga, a cerveza. Se guardan como oro en paño fotografías y recuerdos de ilustres visitantes. Fulano de Tal, rapsoda, filósofo de pacotilla y aeronauta de renombre, dedicó un soneto a los calamarcitos rebozados del Chiringuito. A día de hoy, los poetas ya no escriben sonetos y no sabemos por qué. Pero los calamarcitos no tienen la culpa, de eso estamos seguros.

Una luz negra


Alrededor de media docena de farolas del Paseo Marítimo aparecen tapadas con una bolsa de plástico negro. Cuando cae la noche el efecto es inquietante. Me recuerda lo que dijo Dumas al morir: Veo una luz negra. Qué hacen esas farolas tapadas, quién las ha tapado o por qué son preguntas que no sabemos responder y nos entrán una desazón.

El matayayas

No es un hombre del saco, ni un combinado de vodka con alcohol de quemar, ni un monstruo que surge las noches de cuarto creciente para chupar el meollo de las abuelas, sino un deporte que, me temo, jamás será olímpico. Se juega en la playa, donde el agua llega a las rodillas. Para jugar al matayayas se precisan alrededor de media docena de adolescentes del sexo masculino, sobrados de testosterona y estupidez, como es propio, que serán los jugadores. Éstos forman un ruedo y uno de ellos lanza una pelota hacia arriba. Todo consiste en irse pasando la pelota y evitar que caiga al agua. Se busca no tanto marcar puntos como la emoción y el riesgo; por eso la pelota del matayayas sube cada vez más y más alto y no es raro ver saltos, zambullidos y malabarismos para devolverla al vecino. Si una abuela se tropieza con uno de los jugadores en esos lances tan arriesgados, pobre abuela. De ahí viene la etimología del nombre, pues matayayas en catalán sería equivalente a matabuelas en castellano.

Si eso fuera todo... La pelota realiza trayectorias parabólicas elevadas hasta que una adolescente del sexo femenino, que se hace la tonta, valga la redundancia, se aproxima al ruedo del matayayas. Entonces se trata de acertar a la jovencita con la pelota. Si el balón pasa cerca, pero cerca, cerca, un punto. Si le acierta en el flanco, en el muslo, el culo o la espalda, dos puntos. Si le da en la cabeza, cinco. Si la tumba, diez. El tiro es jaleado con gritos y aspavientos, que no falten, y la adolescente hembra tiene que simular susto y disimular risas.

A la luz de hoy en día, el matayayas entra de lleno en la colección de estupideces de la adolescencia y las antropólogas feministas dirán del matayayas lo que hay y lo que no hay escrito, y nada bueno. Pero ¿qué quieren que les diga? Algunas de mis mejores amigas, mujeres estupendas, recibieron en su día el correspondiente pelotazo, y aquí no ha pasado nada.

Va por don Facundo


Cuentan que a los quince años dejó el pueblo por inútil y marchó a las Américas. Fue a parar a Cuba, donde distrajo los calores destilando ron. En 1862, fundó Ron Bacardí (http://www.bacardi.com/) y le fue bien, muy bien. La destilería de Bacardí es hoy la segunda más grande del mundo y la empresa factura miles de millones de dólares al año. En el pueblo dicen, hinchando el pecho, que don Facundo era uno de los nuestros. Sí, hace muchos años.

El tataranieto de don Facundo, que también se llama Facundo, ha inaugurado un monumento en honor de su tatarabuelo y ha salido en los periódicos. La fotografía que adjunto es de Camila de Maffei y se ha publicado en El Periódico (http://www.elperiodico.com/), y en ella aparece el monumento y don Facundo, el tataranieto de don Facundo. Siglo y medio de Facundos y Bacardíes no está mal, nada mal. Felicidades.

Aunque no sobran rencores. Unos dicen que el monumento recuerda los efectos de una cogorza. Representa las manos de un etilicodependiente que se aproximan con ansia al logotipo del ron Bacardí, pues será este licor el que pondrá fin a la angustia de su abstinencia, afirma el sabio. Ah..., respondemos todos. ¡Cuánta maledicencia, por Dios! A don Facundo le fue bien y los que se quedaron en el pueblo todavía se muerden el puño, de pura envidia. Eso es todo.

Una idea de felicidad

Sol, una brisa suave, un mar transparente, silencio.

Vacaciones tardías

Me paran por la calle, me saludan, me preguntan qué tal y yo, bien, bien. Hablamos de esto y lo otro hasta que, de repente, se dan cuenta y fruncen el ceño. Seriamente, me preguntan si todavía tengo vacaciones, y respondo que sí. Tengo que excusarme, pero ya es tarde. Se retiran en seguida, ofendidos, resentidos, preguntándose por qué ése, precisamente ése, tiene todavía vacaciones y ellos, precisamente ellos, ya no.

Mi Capilla Sixtina


Una de las actividades propias de las vacaciones es arreglar los desaguisados que cometen el tiempo y los elementos contra el apartamento de la familia, que anda un tanto abandonado. Estos días me sentí propiamente un Miguel Ángel, ocultando los desperfectos que habían ocasionado unas goteras. Primero, rascar; luego, tapar los agujeros, preparar el techo y la pared; finalmente, pintar. Mi Capilla Sixtina, con Juicio Final incluído.

Mis críticos desaprobarán mis pretensiones artísticas, pero si la caca de Manzoni o el orinal de Duchamps están en los museos, no veo por qué no mi Fresco Acrílico en Blanco Satinado a modo de Capilla Sixtina no puede aparecer en los libros de Historia del Arte. Que venga Gombrich y me explique por qué no.

La muralla del mentidero

Hay que verlas, en primera línea, codo con codo, formando una muralla impenetrable de sillitas y sombrillas, el sombrerito de paja encasquetado hasta las orejas y la postura de un Buda grotesco, de semblante despectivo y mirada airada. Las hay enjutas y arrugadas, las hay que rebosan y sus carnes crecen alrededor de las braguitas del biquini, que prácticamente desaparecen engullidas por tanta abundancia. Ejercen la dictadura de la reprobación y el chisme, nada ni nadie escapa a su escrutinio, su juicio es sumarísimo y la sentencia, inapelable. Los indígenas tiemblan al pasar delante del tribunal, mientras unos ojitos chiquitines y desprovistos de ánima, ávidos de dimes y diretes, saludan al recién llegado. Un ejército de nietos custodia las murallas del mentidero, ésas que nos defienden del vicio, el pecado y las malas costumbres.

La tentación de la inocencia


El consejo de un amigo me puso sobre la pista de Pascal Bruckner, un filósofo francés que tira con bala. Yo soy de la opinión de Nietzsche: uno tiene que filosofar con el martillo. Un buen martillazo nos dirá si una cabeza suena a hueco, si la campana está bien forjada, si hay algo dentro de ese coco que valga la pena. También dijo: Soy dinamita, pero és es otra historia. Lo que quería decir, y perdón por entretenerme, es que Bruckner tira con bala y martillazo va y martillazo viene, no deja títere con cabeza.

La tentación de la inocencia es un libro compuesto por varios textos de Pascal Bruckner sobre el infantilismo y el victimismo que causan estragos en nuestra sociedad tan peripuesta y occidental. Según Bruckner, la persona, ahora que es libre y próspera, se ahoga en el capricho, la vanalidad, la estupidez, antes de cargar con el peso de la responsabilidad y el compromiso de uno mismo con los demás. Como pueden echárselo en cara, se erige en mártir (no me entienden, me oprimen, van a por mí, etc.) y utiliza la palma del martirio como una excusa perfecta para sus desmanes.

Se pregunta Bruckner qué se ha hecho del sueño de la Ilustración del ciudadano responsable y nos responde que ha sido engullido por el supermercado, la televisión y Disneylandia, poco más o menos. Y la culpa no es nuestra, sino de los demás, porque yo no soy como los demás, pero los demás no me dejan ser como soy, decimos, en vez de reconocernos timoratos y desnortados.

Dicho así, parece que Bruckner es un viejo gruñón que ha pasado una mala noche, y algunas páginas destilan, efectivamente, una mala leche demoledora, cruel, implacable, que nos deja atolondrados, porque el perro muerde nuestro hueso. Pero el razonamiento de Bruckner es profundo, bien asentado, y no se refugia en la palabrería. Dice lo que piensa y nos guste o no, piensa bien, tiene la cabeza bien amueblada y un ojo de lince. La lectura de Bruckner, que ha de ser siempre y obligatoriamente una lectura crítica, es muy recomendable si existe un interés, aunque sea mínimo, por la política y la sociedad con que nos ha tocado vivir.

Para acabar, el problema que plantea Bruckner no es nuevo (aunque quizá no fuera antes tan acusado, no sé yo). Lo asocié inmediatamente con la cuestión de la virtù maquiavélica. Según Maquiavelo, el pueblo de una república ha de tener una virtù (una virtud, una esencia) que permita anteponer los intereses generales al bien particular, y esa virtù proviene de la necesidad, del orgullo, de qué sé yo, pero así se pierde, así se arruina la república, y sobran los ejemplos.

¿Cómo andamos de virtù? Así así, me temo.

El prisionero de Zenda


Corren los tiempos de la reina Victoria y el canciller Bismarck. Un rey tiene dos hijos: el mayor, con la mujer que ama; el menor, con la reina. El mayor tiene una clara visión política; el menor, etílica. Muerto el rey, viva el rey, y se prepara todo el reino para la coronación de Rudolf V, el que le da a la botella. Michael el Negro, el hermano mayor, procurando por el bien del reino, pues no existe político que no excuse su ambición con el bien público, urde un plan para arrebatarle el trono a Rudolf. Le droga el vino y Rudolf queda indispuesto. Michael cree que podrá entonces reclamar lo que le pertenece y hacerse con el trono, el reino y la novia consorte, una mujer bella y tonta, presta a ser madre de futuros reyes mande quien mande, pues su función no es más que reproductora.

Pero surgen imprevistos. El primero, un primo lejanísimo de Rudolf, un inglés, que se le parece casi exactamente. El inglés suplantará al rey justo en el momento más inoportuno. El segundo, la amante de Michael, una francesa que se toma el amor demasiado en serio y decide traicionarle, chivándose de todo al inglés. El tercero, que todo se complica cuando se descubre que Rudolf está prisionero en Zenda, custodiado por el conde Rupert von Hentzau, un caballero mujeriego, canalla y espadachín, un sinvergüenza que no tiene salida en la corte de mojigatos del reino.

Así sólo resta esperar que el inglés y el conde de Hentzau se enfrenten sable en mano, al final de la película. Que la princesa tonta se enamore del inglés y el inglés de la princesa tonta es el principal inconveniente del público y del partido del rey, pero no hay que preocuparse, porque el cinismo del conde de Hentzau prevalecerá en la memoria. Odio que me mientan las mujeres, nunca lo han hecho, siempre les he mentido yo, nos dirá el conde, mientras seduce a la amante de Michael el Negro.

Éste es el resumen de El prisionero de Zenda, un folletín del que se han hecho algunas versiones cinematográficas. Hollywood nos obsequiará con una lluvia de estrellas y unos decorados en el más puro estilo hortera en cada una de sus versiones. La de 1937, por cierto, es una de las mejores. El inglés será Ronald Colman y el conde de Hentzau, Douglas Fairbanks Jr., ni más ni menos. Los dos están ya creciditos, a punto de ser sustituidos por Errol Flynn, pero dan lo mejor de sí en una película que resume todo el argumento en una hora y treinta y seis minutos, recién publicados en DVD. Por cierto, quien no resume bien el argumento es el que ha escrito el texto de la caja del DVD, que confunde al conde con el hermano bastardo, ahí es nada, y se hace un lío que para qué contar.

Y yo, qué quieren que les diga, me quedo con el malo de la función, Rupert von Hentzau, ahora y siempre.

Nosotros también tenemos Arminios

No íbamos a ser menos que los alemanes, caramba. Menos, en Barcelona, capital del mundo mundial hasta nueva orden.

Nuestro Arminio moderno es Casanovas, diputado del General por las Cortes de Barcelona, defensor de la pretensión de los Haubsburgo a la Corona de España, que rindió la ciudad el 11 de septiembre de 1714 a las tropas del rey Felipe V, que no era Haubsburgo, sino Borbón, y pariente de Luis XIV, que era mucho decir por aquel entonces. Ay, me han dado, dijo, así que asomó a las murallas y vio el percal. Se lo llevaron en volandas, rindió la ciudad y se aseguró una vejez cómoda y próspera en sus propiedades particulares.

Pero éste es un Arminio de pacotilla, a mi entender. Para ser un Arminio, hay que vencer y si es posible, haciendo trampas. Casanovas hizo trampas y salió ganando él, pero no los suyos. Será el modelo de nuestra clase política, sin duda, y así nos va, pero en un concurso de Arminios se llevaría la peor parte.

Pero no nos desanimemos. Desde entonces hasta ahora, del timbaler del Bruc a Josep Guardiola tenemos Arminios en la provincia de Barcelona para dar y repartir. Los que quieran. Es cuestión de ponerse.

«Varo ¡devuélveme mis legiones!»

Dicen que Augusto, el César, ya muriéndose, preguntaba todavía por las legiones de Varo, no sabemos si furioso o atemorizado. En el año 9 dC, tres legiones bajo el mando del cónsul Varo se aventuraron por el bosque de Teutoburgo. Les guiaba un traidor, Arminio, jefe de una ala auxiliar germana. Arminio dijo que iba a por tabaco, que volvía en seguida, y volvió, seguido por miles de guerreros queruscos. Varo había caído en una trampa, pese a todas las advertencias que había recibido días antes sobre Arminio, que era un querusco de mirada torcida, ambicioso, cruel y poco de fiar. Pero Roma le ha nombrado caballero, respondía siempre Varo. Fíate tú de Roma, de Arminio y de la madre que lo parió, le dijeron en Teutoburgo sus tribunos, poco después.

La matanza duró cuatro días. El bosque estaba lleno de trampas, empalizadas, y queruscos que, tan pronto capturaban un romano vivo, lo sacrificaban a los dioses en un altar o lo encerraban en una jaula de mimbre y lo suspendían encima de una hoguera, por divertirse. Más de diez mil romanos cayeron en el bosque de Teutoburgo. La derrota fue tremenda y desató el pánico, y la vergüenza, en Roma. Nunca más se volvieron a formar las legiones perdidas (XVII, XVIII y XIX) y todavía hoy en día el número 17 (XVII) da mala espina en Italia. Ningún Ferrari ha llevado jamás el número 17, por ejemplo.

Arminio era una mala pieza y fue asesinado por los suyos unos años después, tan pronto conocieron de cerca su mirada torcida, su ambición, su crueldad y lo cabrón que era, para qué nos vamos a andar con rodeos. Pero Arminio se convirtió en Hermann y Hermann, en el símbolo de los valores del nacionalismo alemán más rancio. Ahora era un hombre recto, valiente, alto, rubio, que mentaba la Gran Alemania y los valores patrios contra el bárbaro invasor, que era bajito, moreno, seguramente semita, sucio y feo.

Todo esto viene a cuento de una exposición que se ha abierto en Alemania, Imperium-Konflikt-Mythos, aprovechando que los arqueólogos han dado al fin con el verdadero campo de batalla de Teutoburgo y han reunido impresionantes piezas arqueológicas. La exposición se reparte en tres escenarios: el de la batalla (Kalkriese, donde hay un museo permanente), el de la principal guarnición romana al este del Rin (en Haltern am See), y en Detmold, donde se levantó en el siglo XIX el mayor monumento, y más hortera, al mítico Hermann, ahora símbolo de los valores patrios del Reich Alemán. Si pasan por ahí antes del 25 de octubre, no se la pierdan.

A Varo, que le den. Pero antes, que nos devuelva las legiones.