Gigantomaquia


No sé qué significa el gigante, que vengan los antropólogos y me lo expliquen. Muchos pueblos aquí, allá y hasta en el Lejano Oriente, gastan el equivalente a los gigantes y cabezudos. Será una manía freudiana relativa al tamaño, será el recuerdo de la Edad de Oro, donde vivían héroes, dioses y gigantes, será quién sabe qué será, pero los gigantes despiertan una pasión desmedida.

Los tratan como antaño a los ídolos. Tienen su casa y se sigue un complicadísimo ritual para peinarlos, para vestirlos, para llevarlos de un sitio al otro, siempre acompañados de chirimías y tamboriles, y eso durante todo el año. Ahora salen, ahora entran, ahora se visten, se desvisten, se cambian de gorra, se dejan la barba o el moño. Los niños que dejan el chupete lo ofrecen al gigante, que acaba la procesión con una ristra de gomas colgando del pomo de la espada que echa para atrás. Los geganters, los que llevan a los gigantes, mandan en la Fiesta Mayor más de lo que quisieran alcaldes y curas, porque ellos abren la procesión, y el baile de los gigantes es siempre el más aplaudido de todos.

Dicen que la fiesta tiene mucho de pagano. Bah, ya será menos. Aunque el asunto de los gigantes es de lo más pagano que me he echado en cara, la verdad sea dicha.

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